Fernando Aramburu: «Siento al lector exigiéndome máxima dedicación y esfuerzo»
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El autor de 'Patria' regresa a la novela con 'Los vencejos', la historia de un hombre que se pone el plazo de un año para acabar con su vidaFernando Aramburu (San Sebastián, 1959) deja atrás 'Patria' y, con otros tres libros por medio en estos cinco años, vuelve a la novela con ... un relato protagonizado por un profesor. Un descreído de la vida al que el lector acompañará a través de doce meses, día a día, en un viaje hacia un destino para el que tiene una fecha final prefijada.
– ¿'Los vencejos' es una novela atravesada por la tristeza?
– Curiosamente, cuando me pongo a recordar pasajes de la novela, los primeros que me vienen a la memoria son los humorísticos y gamberros. Así y todo, no he olvidado que a cada personaje relevante le corresponde su particular cupo de penas y reveses, lo que inevitablemente lleva a momentos narrativos de desaliento. Confío en haber logrado la mezcla justa de jalea y hiel.
– El protagonista, Toni, cuenta ya en la segunda página que tiene previsto suicidarse en un año. ¿Qué efecto tiene situar tan pronto al lector ante esta noticia?
– Desde el momento de su anuncio, es imposible no tener en cuenta el dato a lo largo de toda la novela. El lector se ve metido en un juego no exento de cierta perversidad. Una vez sabido que el protagonista ha puesto hora y fecha a su muerte, avanzar en la lectura supone acercar a ese hombre al momento de su fatal desenlace, en cierto modo facilitar su ejecución.
«Toni quiere experimentar algo grande. Está dispuesto a protagonizar una tragedia y no sabe cómo»
– ¿Lo único que le mantiene con vida es saber que ha decidido morir?
– Esa decisión comporta un cambio sustancial en su manera de entender la vida, aunque sus actos rutinarios apenas sufran variaciones. De repente se topa con graves interrogantes. ¿Me echaré atrás en el último momento? ¿Seré mientras tanto capaz de no renunciar a mis principios morales? ¿Puedo causar daño a otros sabiendo que no hay tiempo para recibir un castigo? Yo veo a Toni como un hombre que quisiera experimentar algo grande. Está dispuesto a protagonizar una tragedia y no sabe cómo.
– Odia a su padre. Tiene una relación conflictiva con su madre. Desprecia a su hermano, no soporta a su exmujer, el trabajo de profesor le ha agotado. ¿Cómo fue formándose el dibujo de Toni?
– Toni hace recuento de odios en una serie de secuencias que componen uno de mis pasajes favoritos. Constata que odia a todo el mundo, incluyéndose a sí mismo, y que el odio le produce no menos amargura que placer. Luego sospecha que el odio que profesa a los seres más cercanos, a los testigos por así decir de su vida, acaso sea una forma paradójica de amarlos. O, en todo caso, que amarlos u odiarlos no cambia nada en su recorrido vital. Toni no es trasunto de nadie que yo conozca. De mí, desde luego, tiene muy poco. Es una creación de la escritura, aunque no descarto que haya en el mundo individuos que se le parezcan, e incluso que yo me haya encontrado más de una vez con alguno de ellos sin darme cuenta.
– ¿Es un misántropo?
– Es un solitario con rachas de misantropía. Ahora bien, yo me cuido mucho de permitir que los lectores capten o comprendan a mis personajes a partir de una sola cualidad. Probablemente aprendí esto de los novelistas rusos del siglo XIX. En cuanto imagino a un tacaño, lo pongo a realizar actos de generosidad. Si concibo a un malvado, de inmediato mostraré alguna faceta suya indicativa de bondad.
– El libro está dividido en los doce meses desde el anuncio del suicidio. Y cada mes en tantos capítulos como días tiene. ¿Es un pequeño juego con el que retarse?
– El protagonista está convencido de que cada noche de su último año escribe una larga confesión en una forma que recuerda la de los diarios. En realidad, sin proponérselo, está incurriendo en una novela. En una novela, por así decir, involuntaria. Entre los dos, mano a mano, despachamos la tarea. Él cuenta sus cosas pensando que mantiene un diálogo consigo mismo. Yo, como autor, le sirvo de guía por los distintos asuntos y le hago ordenarlos de modo que el resultado final merezca el nombre de novela.
– ¿Hay cierto tono hipnótico en el que entrará el lector?
– Espero que sí. El recurso se insinúa mediante un esquema de personajes al comienzo de la novela, donde se ve una especie de sistema solar, con el protagonista/narrador en el centro y un nutrido grupo de personajes girando a su alrededor a manera de planetas. Dicho esquema da una idea de la estructura de la novela. Lo ideé también como un posible complemento útil de la lectura.
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– «Adoro los vencejos. Vuelan sin descanso, libres y laboriosos». ¿Qué le hizo llevarlos al título de la novela?
– Los vencejos están muy presentes en la narración, pero no como elemento decorativo. Desempeñan una función simbólica dentro de la trama, que por respeto a los lectores no voy a revelar, y son materia frecuente de meditación por parte del protagonista.
«No permito que los lectores capten o comprendan a mis personajes a partir de una sola cualidad»
– Describe continuamente y con gran detalle calles, plazas y rincones de Madrid, por donde transcurre la novela. ¿Cómo se ha adentrado en su geografía desde su residencia en Alemania?
– Viajo, observo, leo, me documento. A menudo he defendido la conveniencia literaria de disociarse en dos personas: la que sale a acumular experiencia y la que se encierra a escribir. Madrid lo tengo muy visitado. Para escribir 'Los vencejos', conté además con ayudantes afincados en el lugar. Mi sobrina Nerea, por ejemplo, que con paciencia y generosidad infinitas iba por La Guindalera interrogando a los paisanos y haciendo fotos para mí.
– ¿La dignidad en tiempo de derrota es una característica esencial de su protagonista?
– No lo sé. Estoy a la espera de que algún lector avispado me ilumine al respecto. Sí veo una lucha digna en el protagonista por oponer resistencia a un nihilismo fácil. Pudiendo, por ejemplo, mandar a la porra su trabajo de docente, ahora que sabe que le quedan unos meses de vida, no lo hace por no dejar a sus alumnos en la estacada, aunque los detesta.
– Hay una subterránea y liberadora corriente de humor. Sobre todo en la relación de Toni con su único amigo, Patachula.
– Adoro a Patachula, aunque es un cínico de mucho cuidado. Pero ocurre que este tipo de personajes genera mucha novela. En cuanto salen a escena, desencadenan discusiones, conflictos, peripecias, por lo que son un chollo para cualquier novelista. Ahora bien, en la vida real dudo que me complaciese tener un Patachula a mi lado.
– La ternura, casi el amor, lo reserva para la perra Pepa. ¿Los animales de compañía nos pueden rescatar de lo peor?
– Sin duda, aunque no por fuerza. No hay más que ver la cantidad de animales que sufren maltrato o abandono. Pero si uno tiene corazón y cierta capacidad de empatía, la amistad de un animal doméstico es lo más bonito que le puede suceder. Lo digo por experiencia, ya que desde hace una década nos alegra la casa una perrita maravillosa.
– Hay en 'Los vencejos' más sexo que en otras obras suyas. ¿Es por primera vez un elemento importante en la narración?
– La experiencia del sexo me parece fundamental en esta novela, pero no como excusa para decorar la narración con pasajes calientes, sino para dar forma a la insatisfacción y al drama interior de algunos personajes masculinos. Muy evidente se hace esto en el caso del protagonista, un hombre con talante reflexivo, propenso al discurso lógico, como corresponde a un profesor de Filosofía, en confrontación con sus urgencias físicas nunca superadas. Tanto él como Patachula son varones que no acaban de adaptarse a la época del postpatriarcado, de modo que a veces, por la vía del sexo de pago, parecen hacerse la ilusión de volver a un tiempo de dominio masculino, que luego, en su gris vida cotidiana, no se da.
– Toni y su amigo utilizan los servicios de prostitutas y usan modernas muñecas sexuales. ¿Es provocativo en estos tiempos?
– Espero que sí, cosa cada vez menos difícil en estos tiempos de recomposición de los tabúes. André Breton se lamentaba al final de su vida de que la gente estaba tan acostumbrada a todo y se había vuelto tan tolerante que ya no eran posibles la provocación ni el escándalo. En cambio, hoy día menudean de nuevo los ofendidos (y las ofendidas), de donde deduzco que Breton se lo pasaría pipa con su banda de surrealistas.
«Hoy día menudean los ofendidos (y ofendidas). Deduzco que André Breton se lo pasaría pipa con su banda de surrealistas»
– Refiriéndose a su muñeca sexual, dice Toni que es su ideal femenino. ¿Intuye polémica?
– No me preocupa lo más mínimo a menos que las nuevas tendencias inquisitoriales reanuden los tormentos de siglos pasados. Tina, la muñeca erótica del protagonista, es un personaje más al que Toni trata con cortesía y mimo. Es no sólo un sucedáneo de mujer objeto, sometida, callada y siempre dispuesta a recibir los embates del hombre. Una lectura simplista acaso sólo la vea así. Para mí es mucho más que eso. Es la prueba de la radical y angustiosa soledad del personaje.
– ¿Qué opina de movimientos como el 'Me Too' y de los juicios y acusaciones morales que coartan la libertad de los creadores?
– No me parece mal que las mujeres unan sus voces para decir basta, hartas de pagar, tantas veces a la fuerza, una tasa sexual en el curso de sus carreras profesionales. Estoy decididamente con el feminismo. Lo considero una reclamación legítima de la democracia. ¿Que hay salidas de tono? Las hay. ¿Que algunas leyes se pasan de la raya y criminalizan al varón por el mero hecho de serlo? En este punto convendría no perder de vista el horizonte democrático para no acabar tapando una injusticia con otra. Así y todo, me pongo en el lugar de tantas y tantas mujeres y, como ellas, reclamaría a voz en cuello garantías para que no se me agreda, menosprecie ni se dificulte o impida mi desarrollo a causa de mi conformación genital.
– «No hay mayor fraude ético que la negación de la muerte», escribe en la novela. ¿Qué opinión tiene sobre la eutanasia y el suicidio asistido?
– Lo tengo claro. Llegado el caso de que no pueda valerme por mí mismo, mi vida sea un sufrimiento insoportable y no esté en condiciones de poner fin a mis penalidades, desearía recibir ayuda para irme dignamente de esta sala de torturas y que quienes me ayuden no reciban castigo.
«Llegado el caso desearía recibir ayuda para irme dignamente y que quienes me ayuden no reciban castigo»
– El suicidio sigue siendo tabú. ¿Le ha preocupado cómo tratar el tema?
– No, en absoluto. Me encantan los tabúes. Me proporcionan temas para la escritura, además de un risueño placer cuando veo la cara del cabreado de turno.
– ¿Define también a la novela la fragilidad de casi todos los personajes y lo que eso retrata lo más íntimo del ser humano?
– Somos frágiles, somos perecederos. De vez en cuando, uno se topa con un individuo, hombre o mujer, que exhibe una aparente fortaleza; te acercas a la persona, la observas con detenimiento y no me extrañaría que, al poco rato, empiecen a asomar sus debilidades, sus miedos, sus obsesiones, sus dudas, sus dependencias emocionales y sus jaquecas. Esto, que es jodido de vivir, ofrece grandísimo provecho a los novelistas.
– ¿Le gustaría publicar alguna obra desde el anonimato?
– Lo he pensado más de una vez y me tienta mucho la idea.
– ¿Siente al lector mientras escribe?
– A todas horas. Lo veo ahí delante, al otro lado del escritorio, observándome con ceño hosco, exigiéndome máxima dedicación y esfuerzo.
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