'El espectador' de Imre Kertész (Editorial Acantilado)

«Desde Auschwitz no hemos podido ser testigos de ningún cambio moral, económico o de poder que pudiéramos o hubiéramos podido vivir como algo que hiciera imposible Auschwitz» –(aunque anecdótico, el palo posterior a Steven Spielberg es de órdago)–, porque «Auschwitz no se clausuró por ser lo que era, sino porque se volvieron las tornas, porque la balanza de poder se inclinó hacia otro lado». Imre Kertész (Budapest 1929-2016), superviviente de Auschwitz y Buchenwald, aduna en 'El espectador' sus diarios entre 2001 y 2009, en las que aflora una abisal reflexión sobre el colapso espiritual de Europa, la identidad húngara, su función como personaje público (obtuvo el Nobel en 2002), la corrupción del lenguaje –«síntoma de un caos espiritual absoluto»–, o la creación –«sólo vale el arte que provoca heridas»–.

Leyendo a Kertész, muy (auto)exigente y hondo, cunde la emoción de compartir la lucidez de un testigo excepcional del siglo XX. Así se autodefine: «soy judío, soy un ecléctico, un existencialista, un creyente sin religión, un errante exiliado que en su país no está en casa, cuya única identidad es la de la escritura». Escruta una interpretación del mundo desde una profunda premisa de inevitable decadencia cultural: «La realidad es todo lo contrario de la teoría darwinista. El principio de la naturaleza es la contraselección. No 'dominan' los mejores, sino los peores», «...este sistema de valores es asesino».

El autor de 'Kaddish por el hijo no nacido' y 'Liquidación' confiesa en un tono crepuscular, próxima su muerte, el sesgo de sus meditaciones –«¿Quién habla aquí de literatura. Registrar las últimas convulsiones: eso es todo»– en un mundo, una realidad condenada por la «ausencia de espíritu» y que queda reflejada «en los lamentos mudos del hombre que intenta encontrar su voz en frenéticos excesos».