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Santa Clara: lagartijas, brezo y cementerio de herejes

El enclave, donde los marinos pasaban la cuarentena, alberga una abundante fauna

Ana Vozmediano

San Sebastián

Lunes, 7 de junio 2021, 07:27

«Es un espacio soberbio». Cualquiera vinculado con la isla de Santa Clara coincide en esta afirmación, aunque acabe reconociendo que, sobre todo su ... flora no tiene demasiado valor ambiental. El brezo marino, (Frakenia laevis), catalogado como especie rara y dentro de los animales, la lagartija parda (Podarcis liolepis sebastiani) son las estrellas de este enclave en el que tampoco faltan las leyendas y los personajes propios de una isla.

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Desde la Fundación Cristina Enea, su director Txema Hernández, explica que Santa Clara carece de interés botánico debido a la fuerte alteración de la vegetación como consecuencia de la intervención humana. ¿Qué ha ocurrido? «Junto a las especies propias como son los tamarices, el hinojo marino o los brezos, nos encontramos con especies exóticas invasoras como la falsa acacia y ornamentales como el aligustre, el seto japonés o el pitósporo. Hay algún roble que alguien plantó, dos encinas e, incluso algunos pinos navideños de esos que la gente, una vez pasadas la fechas festivas, decide colocar en alguna zona natural».

La isla también cuenta con una colonia de gaviota patiamarilla (Larus michahellis), y en los últimos años una pareja de gavión atlántico (Larus marinus), ha escogido el lugar para poner sus huevos. Este año, sin embargo han decidido nidificar en Igeldo. También se puede observar en determinadas condiciones al cormorán moñudo, que también habita en Ulia y que está considerado como especie vulnerable, así como el alca común. Y por supuesto la lagartija parda, que es una subespecie que solo vive en San Sebastián, tanto en Santa Clara como en Urgull.

El espacio intermareal

La gran riqueza natural de la isla se encuentra en el espacio intermareal, donde se pueden encontrar una gran variedad de especies. «Las aguas son más cristalinas y no es necesario asomarse a los acantilados para ver a las distintas especies».

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Todavía es más fácil disfrutar de la visión de estas especies durante la marea baja, lo corrobora Iokin, un arrantzale del Muelle buen conocedor de la bahía y de todas especies costeras. «Es habitual que se formen pequeños charcos o pozas que son en sí mismos oasis de vida donde es fácil encontrar diferentes especies de estrellas de mar y erizos, anémonas, camarones, quisquillas o cangrejos». Cuando la zona intermareal vuelve a sumergirse, su pequeña profundidad hace que se acerquen seres como holoturias (pepinos de mar), pulpos e incluso liebres de mar, junto con numerosas especies de peces de roca, explica Iokin.

«La isla lo bueno que tiene es que está anclada en una bahía y sus aguas, sobre todo su arena, es ideal para los peces pequeños, que encuentran en ella su refugio. En la zona sur, la que da a la bahía encontramos crías de lenguado, muxarras, lubinas, de casi todos los peces que hay en la costa. En la zona norte se pueden encontrar crabarrocas, congrios, peces de colores o doncellas».

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La ermita y el ermitaño

Entre la 'fauna' de la isla se mueven también personajes que se debaten entre la leyenda y la realidad. Como la del ermitaño, cuenta Uxua de Cristina Enea, «un borrachín que andaba por el Muelle pidiendo dinero». Estaba vinculado a la ermita de las clarisas, que desapareció porque todo indica que el faro se construyó sobre sus cimientos. Sí queda algún muro en una de las laderas e incluso alguna fuente, restos arqueológicos que también podrán verse en las visitas.

La isla fue también un cementerio de herejes. Se cuenta que la gente insultaba a los cadáveres mientras los embarcaban. Se dejaba también a marineros que estaban en cuarentena y no faltó un fuerte desde donde se desarrollaron distintos combates.

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La sobrina del farero es un personaje inventado para recibir a las excursiones de los niños, pero quien es alguien real es José Luis Arrese, ministro de Vivienda del dictador Francisco Franco que, durante el verano, iba cada día nadando desde Ondarreta hasta Santa Clara. Allí conoció a habituales del lugar y les contó que pese a lo que ellos pensaban, el lugar no era propiedad del Ayuntamiento sino del Estado. Arrese tomó parte activa para que fuera un espacio municipal, algo que consiguió en 1968 y convenció a los habituales para que constituyeran una entidad que defendiera intereses comunes. Nació la Asociación de Amigos de la Isla, que aún perdura.

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