Kandinsky y las crisis del siglo XX
El Guggenheim muestra 62 obras de un artista que vivió y padeció las dos guerras mundiales y la Revolución Rusa
Decir que Vasily Kandisnky fue un hijo de su tiempo rebasa la categoría de tópico apresurado. No sólo en lo artístico vivió con un ... indiscutible protagonismo la primera mitad del siglo XX, la de las vanguardias históricas, iniciándose en el posimpresionismo y contribuyendo a la creación del arte abstracto. También en lo histórico estuvo en la primera línea de esa época turbulenta y decisiva. Nació en Moscú en una familia con mucho dinero, vivió en Múnich y tuvo que salir a Rusia por el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Los bolcheviques que llevaron a cabo la Revolución Rusa en 1917 confiscaron la riqueza familiar y por primera vez tuvo la necesidad de ganarse la vida.
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El 1922 volvió a Alemania para dar clases en la Escuela de la Bauhaus, un periodo fructífero, pero roto por la llegada de Hitler al poder. Con una obra catalogada por los nazis de 'arte degenerado', se fue a París en 1933. Allí también tuvo su buena época, hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Murió en 1944, con sus cuadros abandonados en sótanos por el régimen de Stalin, y pintando hasta poco antes de fallecer sobre cartón porque no tenía con qué comprar el poco lienzo que había. Su influencia es hoy tan grande que hace imposible su delimitación.
La exposición
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'Kandinsky': Hasta el 23 de mayo de 2021 en el Guggenheim Bilbao.
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Contenido: 62 obras del artista ruso procedentes de la Fundación Guggenheim de Nueva York.
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Comisarias: Lekha Hileman Waiteller y Megan Fontanella.
Esta es la historia que cuenta el Guggenheim en la exposición sobre el artista que se abre hoy al público, patrocinada por la Fundación BBVA. Es cierto que se han visto bastantes cuadros de Kandinsky en Bilbao. No en vano la fundación matriz del museo en Nueva York posee una de las mejores colecciones del autor ruso, pues Solomon R. Guggenheim empezó a comprar obra suya a finales de los años veinte asesorado por la baronesa Hilla Rebay.
Pero lo de ahora es otra cosa. Es un recorrido a través de 62 obras –de las aproximadamente 150 que posee la sede neoyorquina– por las distintas etapas del pintor, entrecruzadas con las ciudades en que vivió. Una trayectoria que evidencia su potencia, su sentido del color y de la composición, su singularidad, y también esa fuerza que supera contextos y confiere a una obra y a un creador la categoría de clásicos.
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El director general del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte, explicó que esta exposición, programada para antes del verano y pospuesta por la pandemia, «nace en una situación marcada por las restricciones y esperemos que termine –en mayo de 2021– en un contexto muy mejorado para que pueda venir más gente a verla porque lo merece».
La comisaria Lekha Hileman Waiteller, organizadora junto a Megan Fontanella de la muestra, inició el recorrido por el momento en que Kandinsky, que había estudiado Derecho y Economía, decidió dedicarse al arte, después de haber visto una muestra de Claude Monet. Sus figuras se fueron haciendo más abstractas y configuró un lenguaje geométrico en el que los triángulos expresaban los sentimientos más puntiagudos; la simetría de los cuadrados, la paz; y la perfección del círculo, el reino espiritual.
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El frío Malévich
En la presentación, la comisaria Hileman Waiteller hizo hincapié en los cuadros de transición entre las distintas etapas del artista. Por ejemplo, el 'Grupo de miriñaques' de 1909, todavía ligado a la representación de los personajes pero ya compuestos con unas sugerencias formales de carácter geométrico; o la 'Pastoral' de 1911, aún figurativo pero a un par de pasos de dejar de serlo.
El recorrido recoge, por supuesto, la época expresionista de El Jinete Azul, el grupo que formó con Franz Marc, y sus derivaciones apocalípticas. 'En 'Líneas negras' de 1913 ya se adivina la abstracción que vino después, inspirada también en su reencuentro con el arte ruso a su vuelta de Múnich. Se encontró con Malévich pero rechazó su frialdad esquemática. Él pensaba que la transformación a la que debía contribuir el arte debía producirse a través de las emociones y no de la racionalidad constructivista.
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En la Escuela de la Bauhaus se desarrolló su fase más peculiar y sólida, como muestra la 'Composición 8', seguramente el cuadro estrella de la exposición. El contacto con los surrealistas se hizo patente en su obra por medio de las huellas formales de su amigo Joan Miró, si bien nunca se consideró uno de ellos.
Acabó en mitad de la ocupación nazi de París pintando sobre cartones, mezclando arena con pigmentos, y eso aún le hizo más grande. Es inevitable sentir admiración al salir de la muestra por la obra de este artista que, ahora sí, se puede conocer a fondo en el País Vasco.
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