Chano Domínguez: «El flamenco ha venido conmigo hasta cuando no he querido tocarlo»
Chano Domínguez, pianista ·
El pianista gaditano, uno de los tres galardonados con el Premio Donostiako Jazzaldia de este año, actúa hoy con su trío y mañana con Iñaki SalvadorTras su concierto del año pasado junto a Martirio, la de este año será la octava visita al Jazzaldia de Chano Domínguez (Cádiz, 1960), emblema ... absoluto del flamenco-jazz.
– ¿Qué supone estar el mismo olimpo que mitos como Kenny Barron, Hank Jones, Chick Corea, Keith Jarrett o Ahmad Jamal, por citar sólo a algunos colegas de instrumento?
– ¡Imagínate! Acabas de nombrar a todos los pianistas de referencia para mí... Los premios son siempre agradables y te hacen sentir halagado, pero sirven para engordar el ego y eso ya no me gusta tanto. Mi sensación es de alegría y agradecimiento, pero el mejor premio es poder vivir de esto. Me sigo sintiendo un aprendiz musical, cada día que trabajo aprendo o encuentro algo. Los artistas y los músicos somos como mineros: bajas a la mina y para encontrar una piedra preciosa te hartas de picar. Ese es mi premio, seguir tocando para vosotros, y a Donostia no sé ya cuántas veces he ido.
– Al menos siete desde 1995.
– ¿Tantas? (Risas) Vuestro festival ocupa un lugar muy destacado en mi carrera y me siento muy querido por el público, que siempre me ha apoyado. Me encanta volver allí.
– Comparte el Premio Donostiako Jazzaldia con dos amigos, Iñaki Salvador y Jorge Pardo...
– Qué puedo decir de estos grandísimos músicos... Se merecen todos los galardones que puedan recibir. Con Jorge tuve una relación muy fuerte en los 90, y mi primer Jazzaldia fue con él, y con Iñaki hice un dúo de pianos hace más de 20 años: le admiro porque es un musicazo enorme.
– Él también dice admirarle porque ya de joven, al inicio de su carrera, tenía usted un lenguaje propio. ¿Cómo fue la búsqueda?
– Ha sido un proceso muy natural porque a mí me ha definido mucho mi situación geográfica. Nací en el sur de España, en Cádiz, y me crié alrededor del flamenco casi sin quererlo. Mi padre era muy aficionado y me ponía esa música en la furgoneta.
«Los músicos somos como mineros: bajas a la mina y para encontrar una piedra preciosa, te hartas de picar»
CONSTANCIA
– Y a los ocho años le regaló una guitarra española. ¿Cómo aprendió a tocarla?
– Tenía un vecino algo mayor que yo, Tomás, que era guitarrista flamenco. Él tocaba en el patio y me quedaba alucinado. Aprendí mirándole la mano y emulándole. Luego hice mi aprendizaje en la calle con amigos, de modo autodidacta, aunque también me influyeron los grupos extranjeros que mi hermano escuchaba en la radio de la base estadounidense de Rota: Pink Floyd, Jethro Tull, Emerson, Lake & Palmer, Genesis, King Crimson... Eso se mezclaba con músicos como Herbie Hancock, con Return To Forever... Yo no he buscado un sonido propio ni he querido forjarme una identidad, sino que he ido aprendiendo de todos los músicos y he trabajado con gente de diferentes disciplinas: flamenco, jazz, pop, rock, clásico... Y de todo eso ha salido lo que yo soy en un proceso orgánico y natural.
– ¿Pero cuándo se produce el cambio al teclado?
– Con 14 años empecé a dirigir el coro de la iglesia de San José, que estaba al lado de casa y donde hice la primera comunión. Actuábamos en la misa del domingo y había un armonio con pedales y empecé a pasar los acordes de la guitarra al teclado. A los 16 años ya tocaba el órgano y los sintetizadores en el grupo Cai, incluido en el movimiento del rock andaluz, pero llego un momento, a los 20 años, en que me di cuenta de que si quería tocar de verdad los teclados, tenía que aprender a tocar el piano. Así me acerqué a él, un poco tarde, pero es que a mí siempre me ha parecido un divertimento aprender instrumentos nuevos: toco la batería, el vibráfono... Soy muy inquieto y no se me dan bien los instrumentos de viento, pero los de percusión me encantan...
Viaje a la inversa
– ¿Y al jazz cómo llegó?
– En Cai escuchábamos mucho a Weather Report, Mahavishnu Orchestra y otros grupos de jazz fusión, pero me di cuenta de que muchos de los músicos que tocaban en esas bandas, antes habían hecho jazz tradicional. Entonces, del jazz rock fui retrocediendo hasta conocer a Erroll Garner, Ahmad Jamal, Jelly Roll Morton... Muchos colegas americanos se criaron tocando jazz de raíz para llegar a la fusión, pero yo hice el viaje a la inversa: partí de la fusión para ir encontrando capas más viejas y quedándome cada vez más alucinado con las cosas antiguas. Así fue mi aprendizaje en el jazz, siempre autodidacta.
«Me da igual ser considerado músico de jazz o flamenco; me muevo por las músicas que me hacen vibrar y sentir»
MEZCLA DE GÉNEROS
– ¿Cómo se produjo esa alquimia entre el flamenco y el jazz?
– Siempre ha estado ahí. Cuando me preguntan si soy pianista de flamenco o de jazz, no lo sé. Las etiquetas las ponéis los periodistas y los críticos, pero a mí me da igual ser considerado músico de jazz o de flamenco porque me muevo por las músicas que me hacen vibrar y sentir. Obviamente, el flamenco ha venido conmigo hasta cuando no he querido tocarlo porque, como decía antes, soy nacido en Cádiz y lo llevo en mi ADN. Cuando empecé a colaborar con músicos de jazz, me di cuenta de que si tocaba al compás de bulerías, de tango o seguiriyas, me sentía mejor que si lo hacía de forma tradicional: lo convertía en algo más mío.
– El último título de su larga discografía es 'Paramus' (2019), grabado junto a la flautista israelí Hadar Noiberg. En él lleva el jazz a la música tradicional sefardí... ¿Cómo hace para arrimarse a músicas que en principio le resultan más ajenas?
– En ese caso trabajamos las similitudes, ella desde su cultura y yo desde la mía, y a través de la música sefardí y andalusí empezamos a ver los puntos de unión. Realmente, hay piezas que suenan muy españolas o andaluzas.
Escrito en el confinamiento
– ¿Y cómo se acerca un gaditano a la ezpatadantza que le ha propuesto tocar mañana Iñaki Salvador a dúo?
– La música es música. Si yo escucho una música que me gusta, me importa poco si es del País Vasco, de los Balcanes, de Andalucía o de Galicia. Al fin y al cabo, todo se reduce a ritmos diferentes y a maneras de entender los acentos. El caso es mostrase abierto a todo, estar dispuesto a aprender cosas nuevas... Además, el arreglo que ha preparado Iñaki es fantástico y sólo es cuestión de trabajarlo un poco: tengo mucha fe de que sea él quien dirija el tema y yo me limitaré a seguirle para acercarme a esa melodía de vuestra tierra.
– Su otro concierto de esta edición será junto a Horacio Fumero y David Xirgu.
– En él estrenaré material nuevo que he escrito durante el confinamiento. En esa etapa, una de las cosas que más me han reconfortado es estar conmigo mismo, poder enfrascarme con el piano, aunque también he tenido momentos muy depresivos en los que no quería ni tocar.
– ¿Dónde le pilló el confinamiento?
– Pues me pilló recién llegado de Nueva York a Barcelona antes de empezar una gira. Las fechas de los conciertos comenzaron a caer como las de un dominó, pero al menos no he pasado la cuarentena solo, sino en casa de mi chica.
«Si escucho una música que me gusta, me importa poco si es del País Vasco, de los Balcanes, de Andalucía o de Galicia»
SIN FRONTERAS
– ¿Qué sensaciones ha tenido?
– Pues he estado un poco temeroso y preocupado, igual que ahora que van subiendo los rebrotes por todo el país. Me inquieta que no podamos hacer los cinco o seis bolos que nos han salido en verano y me acuerdo mucho de los músicos que, desafortunadamente, no tienen mi estatus. Yo no he pedido ninguna ayuda porque, pese a estar algo apurado y haber estado meses sin ingresos, hay gente que las necesita más que yo. Y eso que me he acabo de volver de Brooklyn tras siete años viviendo en New York,
– ¿Con billete de ida y vuelta?
– No, me quedaré aquí. Allí ahora está todo cerrado y parado. Vivir en Nueva York supone tener un montón de ingresos, pagar un alquiler altísimo... Es una ciudad imposible y he ordenado trasladar todas mis cosas en una mudanza que supone el inicio de una nueva etapa.
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