Algunas de las fotografías de la muestra. David Bailey

David Bailey y el último suspiro de Balenciaga

Fundación MOP ·

La muestra 'David Bailey's Changing Fashion' ha permitido descubrir este verano en A Coruña 140 imágenes de su carrera, entre ellas dos icónicas fotografías publicadas en 1967 en Vogue

Elene Arandia

San Sebastián

Domingo, 14 de septiembre 2025, 00:32

Una espalda, un pliegue, una curva de seda. O, lo que es lo mismo: la tela se curva, la luz esculpe y el rostro desaparece. ... En 1967, el fotógrafo británico David Bailey atrapó así a Balenciaga, fijando en la memoria colectiva una de las imágenes más representativas de su obra, el que fuera uno de los últimos retratos editoriales de su alta costura antes de su retiro en 1968. Publicada en Vogue, aquella fotografía acabaría convirtiéndose en un icono, grabando para siempre la silueta del maestro guipuzcoano en la historia visual del siglo XX. Esta imagen, junto a otra similar de un modelo distinto, ha formado parte de la exposición David Bailey's Changing Fashion, que la Fundación MOP ha programado este verano en A Coruña y que hoy termina.

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Los sesenta fueron una época en la que la fotografía de moda se había consolidado y se hallaba fuertemente codificada: poses rígidas, elegancia estática y, en gran medida, meramente decorativa. Bailey rompió con ese molde y marcó un nuevo comienzo para la fotografía en Inglaterra, captando la esencia de los Swinging Sixties. Conocido por su estilo fresco, directo y vital, el «maestro del retrato musical» —que en su juventud había sido un apasionado trompetista— inmortalizó a modelos como Jean Shrimpton y a estrellas emergentes como Mick Jagger, al que fotografió incluso antes de la existencia de The Rolling Stones. Asimismo, firmó la imagen de más de un centenar de portadas de álbumes para artistas como The Beatles, Patti Smith, Bob Dylan, David Bowie o Alice Cooper junto a su pitón, aportando a la fotografía editorial un dinamismo inusual hasta entonces.

Desde 1956, Balenciaga mantenía una estricta política con la prensa: retrasaba un mes sus desfiles para los medios y solo permitía que posaran sus modelos fijas. Pero en 1967 se produjo una apertura. Algunas modelos ajenas a la exclusiva plantilla de la Maison comenzaron a aparecer en Vogue y Harper's Bazaar, en un gesto que dejaba claro el propósito editorial: capturar la esencia del modisto sin someterla a interpretaciones ajenas.

Se caracterizaba por retratos crudos y audaces, y una comprensión intuitiva del minimalismo. Esa mirada radical se encontró con la elegancia estructural y escultórica de Balenciaga, y de esa intersección nació una cápsula visual que marca el final de la era dorada de la alta costura, justo antes de que el prêt-à-porter y el espíritu libre de los setenta dominaran las revistas.

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Bailey se adaptó al universo de Balenciaga sin perder su sello personal. El diseñador guipuzcoano estaba en la recta final de su carrera: un año después, en 1968, cerraría su casa de moda. El retrato forma parte de sus últimos suspiros creativos, y reforzó la proyección de Balenciaga en un momento de transición. Para el público de Vogue, representaba la cima del lujo y la sofisticación, pero filtrada por una sensibilidad fotográfica más contemporánea. Para Bailey, fue una rara incursión en la alta costura, demostrando su versatilidad más allá de la moda juvenil londinense.

«Esta es mi foto de moda favorita de todos los tiempos. La hice en 1965 para Diana Vreeland, editora de Vogue en aquel entonces. Balenciaga era fantástico, pero ya está. Para mí, el fotógrafo de moda promedio es como un fotógrafo de bodas: siempre hacen lo mismo», recuerda Bailey con ironía.

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La imagen pertenece a una secuencia de doce fotogramas que exploran un vestido de novia de gazar de seda color marfil diseñado ese año. El formato de hoja de contactos muestra la precisión editorial de Bailey: distintos ángulos que subrayan la elegancia arquitectónica de la silueta. La modelo aparece de espaldas, convertida en una escultura viviente, envuelta por la cola ovalada y el tocado ceñido en una lección de abstracción geométrica. La ausencia de rasgos faciales concentra la atención en la estructura, en la relación entre el vestido y el cuerpo. A través de su lente, la tela cobra forma y presencia física. La iluminación dramática de Bailey convierte cada pliegue en un relieve y cada costura en una línea de fuerza.

Entre 1960 y 1970

La obra de Bailey sigue siendo objeto de estudio y admiración, que este verano está siendo expuesta en el Muelle de la Batería de A Coruña, como testimonio histórico de su época. Se trata de la primera retrospectiva en España del artista, que cuenta con más de 140 fotografías de 1960 y 1970 —algunas de ellas inéditas—. La muestra no solo reúne algunas de sus imágenes más emblemáticas, sino que también explora el papel revolucionario del fotógrafo en la moda y la cultura visual del siglo pasado, destacando cómo su mirada fresca y directa cambió para siempre la fotografía editorial.

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La historia de David Bailey es también la historia de una época, la de mediados del siglo XX, y de un cambio social y cultural profundo. Nacido en el East End de Londres, un barrio popular donde la mayoría de la gente vivía al borde de la pobreza, Bailey fue un niño sumamente creativo que tuvo pocas ventajas materiales, pero que contaba con una insaciable curiosidad.

Su fascinación por la fotografía comenzó en 1940, cuando las cámaras empezaban a popularizarse entre la población. En aquellos años, aparatos como la Brownie, la cámara que poseían la mayoría de los estadounidenses, eran una novedad utilizada principalmente para capturar momentos familiares y cotidianos. Para Bailey, sin embargo, la cámara se convertiría en una herramienta de expresión artística y una ventana hacia un mundo más amplio. Al término de su adolescencia, con mejores cámaras en mano y una visión cada vez más definida, llamó la atención de los editores de Vogue británica, quienes vieron en él un talento fresco y revolucionario. Fue así como se le abrió un universo que lo transformó de un observador a un cocreador en el universo de la moda. Desarrolló un lenguaje fotográfico directo, donde la fuerza residía en la conexión inmediata con el sujeto. Prefería trabajar con una energía casi improvisada, y su dominio de la luz moldeaba volúmenes potenciando la personalidad del retrato, evitando la distancia entre el espectador y la imagen.

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