Berlinale
La ciudad del oso, sexy y de nuevo, pobreResultan interesantes los festivales surgidos del ruido y la rabia. Cuajados a fuego negro, creados con la materia de la que están hechas las pesadillas ... del mundo. Aquellos donde hay poco que celebrar y mucho por lo que fajarse, en los que todo parece estar a punto de venirse abajo.
Nadie daba un duro por la edición septuagésimo cuarta de la Berlinale. De hecho, muchos vendieron su piel antes de que empezara. Última edición en manos de Carlo Chatrain y Mariette Rissenbeek, edición sobre la que se alargaba, monstruosa, la sombra de Alternativa für Deutschland, la de Hamas y Netanyahu, la de Putin y Zelenski. Más el fantasma de Navalny y el acoso de Cannes y Venecia, fabulosos depredadores que atraen con sus cantos a grandes autores y refulgentes estrellas. La edición que, en buena lid, no invitó a partidos antimusulmanes, antisemitas, racistas, machistas y con ardor guerrero.
Nadie, en esta ciudad en la que a los pocos días de acabar la Berlinale volverán las huelgas (transporte urbano, azafatas y personal de tierra de Lufthansa...) y cada uno de los 271.000 espectadores que han frecuentado cines tan maravillosos como el Delphi o el Titania volverán a preocuparse de su economía doméstica porque la crisis muestra de nuevo sus colmillos a este territorio al que ya mordió feroz en los 90, tras la ensoñación de la caída del Muro. Resistieron los y las berlinesas. Están acostumbrados. Hasta sacaron un eslogan que habrán de recuperar, 'Berlin, arm, aber sexy', 'Berlín, pobre pero sexy'.
Vaya que sí es sexy. Y valiente. Y a pesar de los agurios, pilló cine quizás pobre, poco glamouroso pero sí corajudo y de pico y pala. Hay belleza y rabia en 'Dahomey y Buñuel y las Brönte están en 'Maos o fogo' de Margerida Gil. Sonaba pop el barroco en 'Gloria!' y la Federación Internacional de Críticos premió un trabajo rodado en entornos desafiantes, 'The Human Hibernation'. Berlín sabe de eso, de sobrevivir.
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