Crítica de 'Los pecadores': Los vampiros cantan blues

Festín. Orgía total. Orgullo negro, negro de los pantanos. No por nada su guionista y director es el de 'Black Panther'. Fascinantes son las raíces del filme en leyendas recogidas en las orillas del Mississippi, el Tennessee o el Río Perla; la de Robert Johnson, por ejemplo, inconmensurable bluesman muerto a los 27 años, protagonista de una novela gráfica inmensa obra de Frantz Duchazeau. Dicen que vendió su alma al Diablo para ser tan grande que lo admirarían Eric Clapton y tantos más. Aquí Coogler, soberbio narrador, fuerza una pirueta asombrosa a la historia y hace que los vampiros no deseen su alma (que también) sino su don. Vampiros que rezan el Padre Nuestro y promueven la solidaridad de la sangre.

Cinco estrellas. Porque tiene rabia. Sexo. Bourbon. Nostalgia. Sudor. Pólvora. Porque sus criaturas (y sus espectadores) entran en trance. Porque hay en ella personajes antológicos como esa Annie que conoce la magia negra pero no encuentra los talismanes, los amuletos (ese 'mojo' del blues de Muddy Waters) que detengan a la horda de vampiros que cantan tanto baladas celtas como buena música sureña.

Cinco estrellas por ese espectacular epílogo en el que el blues se torna rap y hip hop; entramos ya en el XXI. Cinco.