Y qué le voy hacer si yo... nací en el Cantábrico
La Agenda Portátil ·
Paseo por acantilados en Santoña y dunas de Somo: Cantabria sí es infinita. ¿Por qué aquí arriba no nos damos tanta lírica como en el Mediterráneo?Cada biografía es una geografía. Los guipuzcoanos miramos más hacia Navarra, a Iparralde hasta las Landas y más allá, por supuesto a La Rioja (hablamos ... de lo cercano: lo de Euskadiz lo dejamos para otro día). Los del Gran Bilbao miran a todas partes, pero con especial intensidad a Cantabria, hasta el punto de que en Castro o Laredo interesan las elecciones del Athletic casi tanto como el devenir del Racing. Los vecinos de Gipuzkoalandia a menudo buscan en Cantabria más el monte que la costa, o pasan directamente a Asturias.
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Estos días he recuperado la costa cántabra y vengo seducido: algunas de las playas son como las más solitarias de las Landas, pero con estupendas anchoas en el aperitivo posterior al baño. Va a resultar que el anuncio dice la verdad: Cantabria es infinita. Santoña y su playa de Berria, más en estos días nublados y sin bañistas, es una delicia, con su cementerio con vistas al horizonte (prefiero el hotel, en cualquier caso) y el impresionante penal de El Dueso, asomado al mar y que para mi generación está asociado a las entrevistas (y triste suicidio posterior) de Rafi Escobedo.
Hemos pateado muchos kilómetros por este camino de Santiago costero, que es como recorrer Igeldo pero a lo bestia. Noja o Isla son bonitas, pero ya demasiado conocidos. En cambio andas Somo y sus inacabables dunas y playa y estás como en un Caribe un poco más adusto. Luego tomas el barco hasta Santander en el embarcadero de El Puntal, tan alucinante, y pareces estar en otro continente. Desde las aguas de la bahía la capital cántabra cobra otra vida.
Pero no voy a contarles mis vacaciones. Mientras me zarandean las olas en la playa de Langre pienso en el 'cantabric way of life', o como se diga. El Mediterráneo tiene el glamour de los poetas y siglos de lírica como cuna de las civilizaciones y todo eso. Algunas de las mejores postales de mi geografía/biografía son en ese mar, sí, pero también subsisten ahí playas enladrilladas en forma de infierno. El Cantábrico aún piensa cómo venderse y se inventa eslóganes, del 'Galicia calidade' a 'Asturias, paraíso natural', pasando por nuestro 'Euskadi, ven y cuéntalo' y ese redondo de 'Cantabria infinita'. El clima y la gente son aquí arriba menos amaables, pero más sinceros.
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En uno de sus más celebrados quiebros musicales mi hijo Simón va cantando el 'Mediterráneo' de Serrat hasta que, cuando llega el estribillo, dice un «qué le voy a hacer... si yo nací en el Cantábrico». Pues eso. Hoy le cojo prestado el titular. Para algo soy su manager...
P.D. El futuro está en Tolosa. La lista The 50 Next, que busca a los mejores de la nueva generación gastronómica y fue develada ayer, apuesta por Javi Rivero, del Ama de Tolosa, como uno de los grandes. Es uno de los llamados a encabezar el relevo generacional en la cocina vasca. Vaya responsabilidad, pero vaya talento.
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EN VOZ BAJA
La nostalgia es un error, pero La Clave y Etxekalte, tan distintos, nos hicieron felices
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, solo anterior: lo sabemos bien. Pero hay días en que los elementos se conjuran para llevarnos aguas arriba en la memoria. Como a los inicios de la década de los 80. La muerte de José Luis Balbín ha supuesto para muchos un viaje en el tiempo. La Clave fue un programa iniciático e imposible hoy. Con un formato inspirado en la tele francesa, aquel debate precedido de una película relacionada con el tema de la semana (habitualmente un excelente filme) era un ejemplo de intercambio de opiniones respetuoso, con calma y con invitados de postín: la traducción simultánea no era un obstáculo, sino un atractivo añadido. La hipnótica música de Bernaola completaba aquella tertulia interminable. El ritmo de la tele es hoy sincopado, con la medida de un tuit. Balbín hizo muchas cosas, pero ahora que se ha muerto todos hablamos de La Clave, porque no fue un programa, sino una época. Con pipa.
Estos días el Etxekalte, el mítico bar de la Parte Vieja, ha cerrado también una etapa que empezó en 1980 y anuncia que pronto reabrirá con otras manos. No tienen nada que ver La Clave y ese bar... o sí. Responden al tiempo en que todo parecía posible, en el país y en nuestras vidas. Pasé horas y cervezas en aquel primer Etxekalte, de donde íbamos luego a La Maruja, otro bar que merece su novela, como me escribía un lector, y donde ahora bailan los jóvenes. Nos hicimos mayores, el Etxekalte fue dance, after y más cosas. Para muchos siguió sonando a jazz y a primeros amores. La nostalgia es un error y bla, bla, bla...
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mezquiaga@diariovasco.com
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