Los vecinos de Mendaro hacen recuento de daños pero respiran ya tranquilos
Las calles del municipio recuperan la normalidad mientras garajes y portales afectados retiran el agua estancada y examinan enseres
Los vecinos del barrio Garagartza de Mendaro, una zona que se convirtió en una «auténtica piscina» durante la crecida del río, se afanaban ayer en sacar el agua que aún quedaba encharcada en bajos, portales y garajes. Tocaba revisar los daños y separar las pertenencias por montones: lo que el río destrozó a su paso y lo que se pudo salvar. Gorka fue uno de los más madrugadores. A las ocho de la mañana bajó a su garaje para hacer inventario. «La moto (con el faro delantero lleno de agua) se ha salvado, menos mal. Las bicis de los chavales también, porque estaban en un alto», comentaba este hombre, acompañado de sus dos hijos, Josu y Mikel, que ayudaban con escobas a sacar el agua que aún cubría alguna esquina del local . La marca del agua era visible: 1,6 metros de altura que presagiaban lo peor. «Por lo menos no se ha estropeado gran cosa, además no hay casi barro, el agua era bastante limpia», se consolaba entre trastos empapados. «Está todo el pueblo limpiando», entre ellos Esti y su pareja, que viven en un bajo de enfrente, en la calle Trinidad, 13.
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Ella se libró de quedarse atrapada en casa el viernes de madrugada, cuando el agua comenzó a subir e inundó la calle entera. «Me libré porque soy la única que tiene la salida por este lado de la vía. Estuve durante horas achicando agua con una bomba pero era imposible, el trastero que tenemos debajo de casa estaba completamente inundado y tenía miedo de que empezara a subir así que hice una mochila rápido y me fui en pijama a casa de mis suegros», contaba ayer resignada mientras hacía recuento de los daños, «un escritorio y algún otro mueble más».
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La marca del agua
Basta escucharle para imaginar lo sucedido. En cambio, las calles recuperaron el espacio que quedó oculto por las aguas sin mostrar los estragos de la crecida del río. Solo la línea que marcaba la altura dejada por el agua en las fachadas y algún electrodoméstico y tablones amontonados en las esquinas recordaban lo vivido desde el jueves.
A Luis Mendikute, vecino de Mendaro desde hace 21 años, fue al primero al que le entró el agua en su casa. No es la primera vez y sabe que tampoco será la última. «Cuando compré la casa sabía a dónde venía, estamos tranquilos», contaba ayer mientras revisaba los daños en el sótano, que se inundó hasta el techo. Las pérdidas: dos lavadoras, la montaña de leña, herramientas, la mesa de madera... «Al menos no llegó hasta el primer piso, nos libramos por 5 centímetros».
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