Eugenio Acha, tercero por la izquierda, en el Lagun Artea eibarrés, de 1912. Indalecio Ojangurem

Eibar

Eugenio Acha, el futbolista y miliciano fusilado

Eibarreses. Criado en Eibar, Eugenio Acha jugó en el Cartagena, pero tuvo un triste final en el paredón de Santander. Deportista brillante, su vida quedó truncada por la Guerra Civil

Sábado, 1 de noviembre 2025, 20:28

Hay vidas que parecen escritas para el brillo del estadio y acaban marcadas por el eco sordo del paredón. La de Eugenio Acha Arana, nacido ... en Sopuerta en 1902 y criado en Eibar, fue una de ellas: la historia de un joven que cambió la pasión por el fútbol y la montaña por el compromiso social, y que terminó sus días ante un pelotón de fusilamiento en Santander, el 26 de marzo de 1938. Hijo menor de una familia obrera eibarresa, Eugenio fue el sexto de los hijos de José Antonio Acha Oyarzabal y Paula Arana Atristain, un matrimonio eibarrés que se había trasladado a las minas de Bizkaia antes de regresar a su Eibar natal. Desde niño mostró una inteligencia fuera de lo común. Estudiante brillante y rebelde, prefería escaparse de clase para enseñar a los amigos lo que había aprendido por su cuenta. En la Escuela de Armería, símbolo de la cultura y emprendizaje industrial de Eibar, llegó incluso a deslizarse por la cañería del edificio para huir del aburrimiento.

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Sin embargo, más que los libros o el torno, le atrapó el fútbol, que en aquellos años comenzaba a llenar plazas. De complexión fibrosa, rápido y disciplinado, jugaba de interior o de extremo y pronto fue conocido por sus centros «impecables y certeros», según cuenta en un estudio biográfico realizado por su sobrina Estibalitz González. Tras iniciarse en el Lagun Artea de Eibar (1914–1923), su carrera le llevó a equipos como el Racing de Reinosa, el Alfonso XIII y el Baleares de Palma, y finalmente el Cartagena FC, donde fue capitán y una figura admirada por su valentía y visión de juego.

Recordado en Cartagena

En Cartagena lo recuerdan aún como un referente de los años dorados del club, cuando la ciudad editaba cinco periódicos y todos hablaban del joven vasco que se cuidaba con esmero y brindaba con leche. Las crónicas de la época, rescatadas en el libro 'Cien años de fútbol en Cartagena', lo describen como un jugador de garra y nobleza, un adelantado a su tiempo.

En 2025, el historiador Domingo López volvió a rescatar su figura en 'Fútbol y Guerra Civil en Cartagena', donde se entrecruzan los caminos del deporte y la tragedia. Cuando su vida deportiva parecía consolidarse, el país se desgarró. En 1932, ya de regreso en Eibar, trabajaba como armero y se afilió a la UGT, donde llegó a ser tesorero. Dos años más tarde participó en la Insurrección de Octubre de 1934, un levantamiento obrero que marcó a toda una generación. Detenido y acusado de «auxilio a la rebelión», pasó 16 meses en la cárcel de Pamplona antes de ser absuelto.

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Aquella experiencia lo transformó: el futbolista se convirtió en ciudadano político. Su vida personal también tenía el pulso del tiempo convulso. Su novia de siempre, Clemen Alonso Olave, esperó durante años el regreso de Eugenio, entre sus viajes como jugador y sus encarcelamientos. Se casaron civilmente el 31 de diciembre de 1936, en plena guerra. Ella solía contar que se unieron «harrapatika baten», a la carrera, entre el estruendo y el miedo.

Con el estallido del conflicto, Acha fue nombrado comisario de Orden Público y de Abastos por el Frente Popular en Eibar. Desde allí, se ocupó de tareas de control civil y abastecimiento en un pueblo que trataba de sobrevivir a la guerra. De aquella época se conserva un documento fechado el 28 de agosto de 1936, donde Eugenio advertía a los panaderos sobre los riesgos de vender pan húmedo.

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Según el estudio de Estibalitz González, su tío decía que «esta práctica produce irritaciones intestinales y debemos velar por la salud pública».· Una nota burocrática, sencilla y humana, que revela a un hombre preocupado por el bienestar común en medio del caos. Cuando las tropas franquistas avanzaron, comenzó la persecución.

En los «ficheros de la represión» elaborados por Falange, su nombre apareció señalado como comisario republicano. Pertenecía al Batallón Amuategui, donde figuraba como miliciano con una paga de diez pesetas al día. Capturado en 1937, fue trasladado a la cárcel de El Dueso (Santoña) y sometido a consejo de guerra el 30 de octubre. Pese a negar todas las acusaciones, fue condenado a muerte por «adhesión a la rebelión». El 26 de marzo de 1938, al amanecer, fue fusilado en Santander, junto a su amigo y vecino Ángel Marcano Arregui, con quien había compartido portal en la calle Isasi. Tenía 36 años.

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