Los reyes de la biblioteca
La única forma de tener acceso a manuscritos medievales como el desaparecido Códice Calixtino es hacerse con una de sus copias. Son joyas de muy limitada difusión que se usan para agasajar a 'vips' como el príncipe Felipe, el papa o Sarkozy
BORJA OLAIZOLA
Miércoles, 7 de septiembre 2011, 10:32
Pluma, tinta y raspador. Esas fueron durante siglos las únicas herramientas de los monjes medievales que permanecían encerrados durante meses en sus celdas para realizar copias de antiguos manuscritos. Un buen copista era capaz de escribir hasta dos páginas al día aunque el ritmo tenía mucho que ver con el encargo. No era lo mismo hacer una copia de un documento administrativo que trabajar en un códice profusamente ilustrado destinado a convertirse en regalo de algún personaje principal. Basta echar un vistazo a una de esas primorosas letras capitales que abundan en los manuscritos de la época para darse cuenta de que su autor tenía que ser algo más que un simple amanuense. «Un códice era un obsequio muy apreciado entre los personajes poderosos y cuando se hacía un encargo de ese tipo se contrataba a los mejores artistas que había entonces sin reparar en gastos», explica Manuel Moleiro, fundador de una editorial que lleva su mismo nombre y que está especializada en la realización de facsímiles -clones le gusta decir a él- de libros antiguos.
Lo que proporciona valor a un códice es su condición de pieza única. Puede que haya varias copias de la misma obra, pero cada una de ellas tiene sus propias características en lo que se refiere al papel -pergamino o papiro-, la tinta o la encuadernación. Por no hablar ya de la caligrafía o las ilustraciones -miniaturas-, cuya calidad dependía de la destreza de sus autores. El editor Moleiro dice incluso que cada códice tiene su propio olor, algo que, asegura, procura reproducir cuando realiza uno de sus trabajos. Moleiro ha 'clonado' unos cuarenta volúmenes desde que puso en marcha su editorial y se ha ganado una sólida reputación en el mundo del libro antiguo. Ha trabajado en las principales bibliotecas de Europa y Estados Unidos y sus reproducciones, que pueden llegar a costar hasta 20.000 euros, se han convertido en codiciados objetos de deseo. Algunas de ellas han hecho las veces de regalo de bodas ilustres -el príncipe Felipe y su hermana Cristina recibieron sendos ejemplares del 'Libro de Horas de María de Navarra' cuando se casaron- y otras figuran en bibliotecas de personalidades como el Papa, George Bush, Lula da Silva o Nicolas Sarkozy.
La elaboración de una reproducción es un laborioso proceso que combina la tecnología de última generación con métodos artesanales heredados del medievo. La selección de la pieza a copiar se realiza a partir de dos premisas: que el manuscrito tenga reconocimiento de obra maestra y que no haya sido reproducido con anterioridad. Eso exige lógicamente un conocimiento del universo bibliográfico que no está al alcance de cualquiera. El último libro 'clonado' por Moleiro ha sido un tratado de alquimia titulado 'Splendor Solis' que data de 1582. El editor se recorrió media Europa para analizar una a una las cinco copias de la obra existentes antes de escoger la que consideró más adecuada para su propósito: la depositada en la British Library de Londres.
A la luz del mediodía
Acceder a un códice medieval no es fácil. Primero hay que ganarse la confianza de la biblioteca o la institución que lo custodia para obtener el permiso y luego hacer acopio de mucha paciencia. La obra es fotografiada minuciosamente bajo la atenta mirada del personal de seguridad. Acostumbrado a trabajar en instituciones que custodian celosamente sus manuscritos, Moleiro se muestra atónito ante las escasas dificultades que tuvieron que sortear los responsables de la desaparición hace un par de meses del Códice Calixtino de la catedral de Santiago de Compostela. «Cuando hablamos de documentos tan valiosos lo normal es que no te quiten la vista de encima cuando tienes acceso a ellos», dice.
A la fase de fotografiado -más bien habría que hablar de escaneado- le sigue la de corrección de pruebas. Suele ser la más laboriosa porque se trata de conseguir que la copia que se va a hacer sea exactamente igual al original. Moleiro y sus colaboradores examinan las pruebas bajo lo que se conoce como la 'luz perfecta', un haz que reproduce la iluminación natural del mediodía y que se consigue a una 'temperatura' de 5.000 grados Kelvin. «Somos muy perfeccionistas y solo cuando no hay forma de distinguir la copia del original le damos el visto bueno», dice el editor, que asegura que en ocasiones han llegado a desechar hasta siete toneladas de papel de pruebas antes de dar con las imágenes que buscaban.
La impresión, que es el paso siguiente, tiene también su miga. El papel, sea pergamino, papiro o incluso mezcla de ambos, se elaboraba en la Edad Media de forma artesanal y no hay dos páginas iguales; varía incluso el grosor. «Trabajamos con fibras vegetales hasta dar con la fórmula que más se parece al códice que vamos a reproducir. A continuación las recubrimos con una imprimación especial para que la pintura se oxide en vez de resultar absorbida por el papel». El editor pasa de puntillas sobre el proceso de impresión y se resiste a dar más explicaciones en un gesto que busca salvaguardar uno de los secretos de su oficio. No pasa lo mismo con la encuadernación, la fase final: «No nos valen las pieles curtidas al cromo porque los tratamientos químicos que se realizan ahora cierran los poros, así que recurrimos a pieles traídas de Marruecos o Pakistán, países donde se siguen utilizando los mismos métodos de curtido que se empleaban en la Edad Media».
El proceso completo suele durar por término medio unos cinco años. Algunas obras dan más trabajo. Moleiro recuerda que reproducir la 'Biblia de San Luis', que a su juicio es la joya indiscutible de la bibliografía medieval, les llevó por lo menos seis años. «Hay que tener en cuenta -explica- que el libro tiene 4.887 medallones con escenas de la historia bíblica y solo el proceso de corrección de las pruebas nos costó varios años».
Cada una de sus ediciones se limita a 987 ejemplares que van numerados y acompañados de su correspondiente acta notarial. La comercialización se realiza sin intermediarios y una buena parte de la producción va a parar a universidades e instituciones educativas, muchas de ellas fuera de España. Moleiro se resiste a hablar de sus clientes, a los que se supone gente adinerada. «Es gente con inquietudes culturales que siente un profundo amor por los libros», se limita a señalar.