El doctor masai
Odia disfrazarse de médico. El maestro de los trasplantes prefiere lucir 'dashiki' y brazalete. Así reivindica África: el alma de Pedro Cavadas
ARTURO CHECA
Jueves, 14 de julio 2011, 04:31
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Los ojos de Philip Barasa resaltan temerosos en el negror de su cara. Mira asustado a la cámara. No entiende qué son esas gomas, esos instrumentos metálicos, esos aparatos brillantes y con pitidos desconcertantes a su lado. El hechicero de su tribu le ha hablado muchas veces de brujería, del peligro de los malos espíritus. Y a sus influenciables 12 años, Philip contempla desconfiado al hombre espigado de nariz aguileña y barba de varios días que se acerca hacia él. «It's all ok. Be quiet», le tranquiliza el hombre. Y Philip se duerme con la anestesia...
Quizás Philip tuvo entonces una pesadilla. Tal vez se vio a sí mismo caminando meses antes por un apartado camino de Bungoma, en Kenia. Decidido a recorrer 35 kilómetros a pie para coger la mano de su madre, enferma en un hospital. Puede que Philip recordara a aquel tipo que se acercó a él en plena selva para ofrecerle comida y bebida. Luego cayó inconsciente. Cuando despertó estaba en un agujero en medio de un campo de cañas de azúcar, ensangrentado. Le habían amputado el pene para fabricar con él una pócima contra el sida.
Aquello no fue un sueño. Fue tan real como cotidiano en la salvaje África. Pero cuando Philip Barasa volvió a abrir los ojos en Valencia, en el hospital La Fe, ya no desconfió del hombre espigado y de nariz aguileña que le sonreía. El doctor masai le había curado. El cirujano Pedro Cavadas (Valencia, 1965) le había reimplantado sus órganos sexuales.
Philip es solo uno de los 'milagros' del maestro de los trasplantes, el hombre de las 1.800 operaciones anuales. Ocurrió en 2005. Ya entonces odiaba Cavadas 'disfrazarse' de médico. Nunca lleva bata blanca. «¿Para qué? ¿Para que el paciente sepa quién es el médico y quién el enfermo? Él ya tiene claro que el que está jodido es él...». Él está cómodo con su blanca camisa 'dashiki' y su colorido brazalete masai. Así compareció ante la prensa el martes, tras otro hito: el primer trasplante doble de piernas del planeta. Las mismas prendas de 2009, cuando informó del primer trasplante de cara en España. Ante el mundo con África a flor de piel.
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«Es su manera de reivindicar el continente, de recordar que el drama de África sigue ahí», aseguran desde la Fundación Pedro Cavadas. Con ella viaja el cirujano tres veces al año a poblados aislados de Kenia, Uganda y Etiopía. Veinte horas desérticas al volante de un todoterreno para llegar a ellos. El salvaje noreste. Opera en cada viaje a 100 personas en 15 días, nativos mutilados en peleas por pozos de agua, con la piel arrasada por las quemaduras 'curativas' del brujo de turno. En quirófanos sin agua corriente, apenas con luz artificial y con material esterilizado «con técnicas alternativas que en Occidente serían pecado mortal, pero que allí son absolutamente necesarias», justifica el galeno.
Sandalias de neumáticos
El continente negro es su alma, su combustible. Casi tanto como Ruolan y Xiaodan, sus niñas, dos chinitas de 10 y 6 años que llenan su vida «de risas, dibujos y preguntas». A menudo juguetean por el despacho de su clínica, un trozo de África en Valencia. Cavadas consulta historiales médicos entre máscaras étnicas y platos tribales. Cerca de su 'alma'. Como su brazalete masai y su 'dashiki'. Una de las camisas se la regaló un cirujano keniata al que preparó durante un año. Otro de sus tesoros son unas sandalias hechas con neumáticos rotos. Se las hizo un joven nativo al que reconstruyó el fémur tras destrozárselo al caer desde el camión de ganado en el que viajaba hacinado a Kenia.
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Más de un verano se ha perdido Cavadas en la Tanzania profunda. Carga pilas con viajes de supervivencia en la selva. Su equipaje, una mochila, una brújula, un arco y cerillas. África se cruzó en su vida en 2003, cuando fue por primera vez con otros médicos a operar. Fue poco después de morir su hermano Jaime en un accidente de tráfico. Allí vio a la gente reír y cantar pese a estar sufriendo. Vio la humanidad del África real, «no la de los parques naturales y coches con aire acondicionado y cócteles para ver cuatro elefantes». Allí vio todo lo accesorio de la vida occidental, la de la cirugía estética, «la cirugía de las sociedades saciadas». Regaló su tercer Porsche y lo cambió por un Jeep Wrangler. Aunque prefiere la bici. Un rato entre los corales tropicales del Oceanográfico también lo traslada a su patria masai, allí donde un centenar de niños va al cole gracias a su fundación.
A él no le gusta hablar de milagros. «Soy agnóstico por la gracia de Dios». Otros sí ven en él la mano divina. Josue también miró con miedo a aquel hombre espigado y de nariz aguileña. Por poco tiempo. El niño de El Salvador llegó a su consulta de Valencia desheredado por varios médicos. Con su cabeza deformada y quemaduras por todo el cuerpo. «Lo opero», dijo Cavadas. Lo recuerda hoy el padre Ángel, presidente de Mensajeros por la Paz, la ONG que llevó a Josue hasta el doctor masai: «Cuando se conoce a Cavadas uno cree más en Dios. Él es como Saulo: cayó del caballo al perder a un familiar y tuvo su puerta de Damasco: Kenia».
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