Borrar
Abel Azcona posa ante algunas fotografías de 'La calle'.
Abel Azcona (Artista contemporáneo): «No quiero que mi arte sea bonito, sino que transforme al espectador»

Abel Azcona (Artista contemporáneo): «No quiero que mi arte sea bonito, sino que transforme al espectador»

El polémico artista participa en la exposición 'Zama. La calle como espacio de empoderamiento', en el palacio Aranburu

ANIA M. SEISDEDOS

Domingo, 17 de abril 2016, 01:30

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Abel Azcona (Pamplona, 1988) es un artista multidisciplinar especializado en performance y arte de acción, con proyectos de contenido político y reivindicativo. Tras su polémica retrospectiva realizada en su ciudad natal, en la que una obra realizada con 240 hostias consagradas formaba la palabra 'pederastia', Azcona llega a Tolosa. El artista expone en el palacio Aranburu, dentro de la muestra 'Zama. La calle como espacio de empoderamiento', su proyecto 'La calle', una obra para la que se sometió a un proceso de hormonación y salió a las calles de Bogotá y Madrid para ejercer la prostitución.

-¿Cómo surgió 'La calle'?

-Es un proceso que comenzó con otro trabajo que realicé en Houston, Madrid y Bogotá, que consistía en estar en una habitación y la gente pagaba un euro para pasar tres minutos conmigo. En ese tiempo me podían hacer lo que quisieran. Hubo penetraciones, caricias, gente que me dio de comer, sexo oral... Todo esto lo grabé en la última ciudad y realicé un vídeo que también se expone aquí en Tolosa. Pero me di cuenta de que estando en un espacio amable como es una habitación no empatizaba realmente con mi madre, una prostituta heroinómana que me abandonó cuando nací, que era lo que realmente buscaba con el proyecto. Así que pasé veintiún días en la calle, primero en Bogotá, en una de las zonas más peligrosas del mundo, y después en Madrid. Realicé todo el proceso de hormonación con mis compañeras, todas ellas prostitutas transexuales, que se convirtieron en amigas. Ellas me enseñaron todo: cómo depilarme, maquillarme, ponerme postizos, vestirme, caminar con tacones, adquirir o tomar cocaína junto a ellas y los clientes... Incluso dónde adquirir las hormonas y trucos para tomármelas con leche tibia para una hormonación más rápida.

-¿Cómo se sintió mientras realizaba el proyecto?

-Fue un proceso que me desestabilizó mucho psicológicamente. Bebíamos entre uno y dos litros de aguardiente y esnifábamos dos gramos de cocaína cada día. A las dos de la mañana estábamos totalmente idas. Cada día me decía a mí mismo que lo iba a dejar, pero nunca lo hacía.

-¿Por qué decidió entonces volver a hacerlo en Madrid?

-Son procesos horribles, catárticos, pero realmente me siento bien en eso. Vengo de una infancia de abuso y abandono y es el entorno que yo entiendo. Bogotá fue más bien un primer contacto, la carga sexual no fue tan importante como lo fue en Madrid y como será en México, a donde iré el mes que viene. Además, en Madrid me sentí más cómodo porque conozco la zona.

-¿Por qué escogió 'La calle' para esta exposición?

-Por selección curatorial. A los comisarios les interesaba este proyecto porque estamos hablando de empoderamiento de la calle, y qué mejor que empoderarte de tu historia personal, complicada y difícil, y salir a la calle en esas dos ciudades para vivir un proceso de catarsis.

-¿Cómo describiría su arte?

-Me considero un artista procesual, hago procesos abiertos, instalación, performance, vídeo... Empodero mi cuerpo y lo utilizo como proceso de catarsis, no solo propio sino colectivo. Para mí no hay nada mejor que interactuar con el público. Creo que un artista no puede permitirse la desfachatez o el cinismo de que el espectador que ve sus obras no salga transformado. No me vale que la gente olvide mi obra a los dos días. El arte contemporáneo debe ser crítico, social y político, y debe transformar al espectador... No hay arte contemporáneo sin crítica en el siglo XXI, con todos los avances que tenemos. Si yo quisiera algo bonito me iría a Ikea. Lo que yo busco es transformar al espectador y a mi mismo.

-¿Hasta qué punto están sus obras condicionadas por su infancia?

-No siempre lo están. Cuando trato temas autobiográficos, por supuesto. Mi historia es una más de familias desestructuradas de los 80. Mi madre, como ya he dicho, era una prostituta heroinómana a la que no permitieron abortar y que me abandonó cuando nací. Pasé mi infancia entre abusos y maltratos hasta que a los siete años fui adoptado por una familia tradicional de Pamplona. A los diecisiete me marché de casa. Toda esa experiencia me ha marcado porque tengo una especie de trastorno del apego, una herida en cuanto al vínculo. De ahí surgen muchas preguntas para las que a veces encuentro respuesta a través del arte.

-¿Es la primera vez que expone en Tolosa?

-Sí. Los comisarios de esta exposición tienen un trabajo afín o similar al mío y decidieron contactar conmigo. No es el tipo de ciudad o ámbito donde suelo exponer, pero después de Arco tenía una semana libre y me animé.

-¿La de Pamplona ha sido su obra más polémica?

-He tenido otras. Por ejemplo, estuve dos años con escolta por comerme un Corán. Pero en Pamplona ha sido fuerte porque es mi ciudad. Encontrarme a 2.000 personas en la puerta de mi casa gritando y rezando el rosario resulta chocante. Cuando paseo por allí todo el mundo me dice algo, tanto bueno como malo. Lo que ha sucedido en Pamplona es que el Opus, que estaba bastante oculto, ha salido a la luz, como los orcos en Mordor.

-¿Por qué decidió exponer esa pieza?

-Es una pieza antigua que en principio no iba a estar, pero la comisaria decidió que se expusiera. En realidad era un pequeño guiño, eran tres fotos, no estaba ni la pieza completa. Pero esa gente de Pamplona ya estaba cabreada, me odiaban desde hacía mucho tiempo, porque siempre he defendido el aborto y la gente me tenía ganas por ello.

-¿Cree que esa polémica ha creado reticencias en el mundo del arte a la hora de llamarle para exponer, o al revés?

-Creo que al revés. La gente piensa que buscaba toda esta repercusión para tener publicidad gratuita, pero es todo lo contrario. Ya me muevo en un circuito, trabajo mucho y no me hace falta volver a mi ciudad y que se líe semejante pollo para que me conozcan cuatro radicales. Aunque es cierto que de todo esto he recogido frutos positivos.

-¿Cómo qué?

-Con todo lo que ha pasado he creado un proyecto nuevo que se llama 'Amén'. He documentado todas las movilizaciones que se han hecho alrededor de mi obra como las misas, la gente rezando el rosario delante de la exposición, los relevos para rezar por mí... Si es que a su lado yo soy un performance pésimo. Es un material muy bueno y, aunque ya lo he vendido, lo expondré cuando acabe el proceso judicial, que también es parte de la pieza.

-¿Dónde está el límite entre el arte y la ofensa?

-Considero que el arte debe ser ofensivo, pero porque no entiendo la palabra ofensa como algo peyorativo, sino que hablo de provocación. Y provocar no es hacer daño a la otra persona, sino provocar algo, una reacción. Y creo que si el arte no es provocativo, no es arte contemporáneo.

-Hace poco declaró que la religión es una epidemia peor que el cáncer y el sida. ¿Por qué tanto odio?

-No es odio. Aunque estando en el siglo XXI, en una sociedad avanzada, me parece absurdo seguir creyendo en un señor con barba montado en una nube, pero lo respeto. Lo que no me gusta es su performance particular de los domingos, donde adoctrinan a la gente hacia el odio. En las 242 misas a las que fui a coger hostias escuché que la mujer debe respetar y ser fiel al hombre. Y eso fomenta la desigualdad. Por eso creo que es una epidemia.

-¿En que está trabajando ahora?

-Tengo un proyecto en Roma, otro en Bucarest, en el que hablan niñas de 6 y 7 años contando qué quieren ser de mayores, porque 7 de cada 10 prostitutas en España son de origen rumano. Y ahora voy a México dos meses a seguir con 'La calle'.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios