Gorka Moreno
Tras los acontecimientos de Torre Pacheco pide «reflexionar» sobre los sistemas de integración social y tener encendidas las «alertas» ante el auge de los discursos racistas
Los sucesos de Torre Pacheco (Murcia) de hace dos semanas han convulsionado a la sociedad. Gorka Moreno, profesor de Sociología en la Universidad del País ... Vasco (EHU), exdirector del Observatorio Vasco de Inmigración (Ikuspegi), investigador en la fundación Begirune, y como tal, experto en migración, políticas sociales y exclusión, considera que aunque Euskadi y España siguen siendo «mayoritariamente no racistas», el «contexto ha cambiado» y hay que tener «las alertas encendidas» y «reflexionar sobre los mecanismos de integración». Denuncia los «discursos incendiarios de partidos como Vox», pero advierte también de que «los discursos demasiado buenistas hacia algunos de los inmigrantes que delinquen alimentan el discurso antiinmigración».
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– ¿Qué podemos aprender de lo sucedido en Torre Pacheco?
– Por un lado es la muestra y consecuencia de algo que venimos constatando desde hace años: que por desgracia la inmigración se ha colocado en el centro del debate político y que en ese escenario hay partidos como Vox con discursos incendiarios que, además, están haciendo que otros, como el PP, se hayan escorado hacia posiciones más duras y restrictivas en esta cuestión. Eso provoca que aumenten los espacios de impunidad. Es decir, que la gente está más predispuesta a decir y hacer cosas que antes no se atrevía, porque hay responsables políticos que azuzan el discurso del odio y de la impunidad. Eso genera situaciones preocupantes y entraña riesgos.
– ¿A cuánto estamos de que ocurra una fatalidad? En Torre Pacheco los policías le dijeron a la madre vasca del menor de padre marroquí que fue apalizado por los ultras que había salvado la vida de milagro porque los agentes aparecieron cuando alguno ya había roto botellas de vidrio con la aparente intención de clavárselas...
– Es obvio que en este contexto una desgracia puede ocurrir en cualquier momento.
– ¿Euskadi está libre de ese riesgo? Hemos asistido al caso de Hernani en las fiestas de San Juan, donde dos centenares de personas persiguieron a un joven para, presuntamente, lincharle y que hubo de ser protegido por la policía en el Ayuntamiento. Unas fiestas en las que el alcalde denunció hasta ocho «agresiones racistas» contra magrebíes...
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– Así es. Si al contexto general añadimos lo que puede suceder en fiestas de madrugada, lo de Hernani puede volver a ocurrir. Euskadi no está inoculada contra ese virus. A pesar de que aquí hay un gran consenso en torno a la inmigración, habrá que ver si en el futuro también algún partido ve en esta cuestión una opción de obtener rédito electoral. La semana pasada leí que aparecieron en Vitoria unos carteles que ponían algo así como 'moros fuera de España', jugando con la simbología del Euskal presoak Euskal Herrira.
– ¿Nos hemos convertido en una sociedad más racista?
– A pesar de todo lo dicho, y de que es obvio que no se debe infravalorar lo que sucede ni la tendencia que arrastramos, tampoco debemos caer en el lado opuesto y magnificar la situación. Creo que nos encontramos en un momento que no es tan bueno como hace apenas dos o tres años, pero la mayoría de la sociedad no es racista. De hecho, el caso de Torre Pacheco también nos enseña cosas positivas.
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– ¿Cuáles?
– Hemos visto que las personas que protagonizaban los incidentes eran todas, o al menos la inmensa mayoría, gente llegada de fuera, que iba con una estrategia orquestada y que, por fortuna, no ha tenido éxito. Los vecinos del pueblo ni se han sumado a la caza al inmigrante ni han caído en ese intento de incendiar la localidad. De hecho, en mi opinión han dado un ejemplo modélico de respuesta.
– (...)
– Recuerdo haber oído a la persona que sufrió el ataque que originó todo pedir que volviera la normalidad cuanto antes; insistir en que las personas que le habían atacado pagasen lo que tuviesen que pagar, y listo. También a un agricultor vecino del pueblo hablar de los amaneceres en Torre Pacheco, subrayando que son muy bonitos y que le encanta verlos tomando un café en un bar. Y que ese bar ahora está regentado por inmigrantes y, por lo tanto, puede seguir disfrutando de su café viendo el amanecer gracias a que ha venido gente de fuera a hacerse cargo del establecimiento. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de la sociedad española y vasca, como ha demostrado la de Torre Pacheco, es de ese modo de pensar y rechaza lo que ha sucedido allí.
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– El caso es que se están viendo ahora en Euskadi y España acontecimientos y actitudes desconocidas hasta ahora. Así se empezó en Francia y mire la fuerza de la Agrupación Nacional de Le Pen, del AfD en Alemania, y por supuesto, de Donald Trump en EE UU, que ha basado su éxito en la antiinmigración...
– Es verdad que el contexto ha cambiado. Si hubiésemos hablado de esto hace unos años le habría hablado de la excepción ibérica, de cómo España y Portugal sorteaban los discursos antiinmigración y la fuerza de la ultraderecha. Pero ahora no puedo decir lo mismo.
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– La pregunta es cómo se combate esa inercia...
– Tenemos que tener los radares y las alertas encendidas, porque hablamos del 20% de la población de España, y del 15% en el caso de Euskadi. Los inmigrantes son ya una parte muy importante de nuestra sociedad, y si sumamos a los hijos nacidos aquí... En Euskadi, sin ir más lejos, el 33% de los nacimientos son de bebés con uno de los padres, o ambos, de origen extranjero. Vuelvo a lo que decía al principio, si los espacios de impunidad aumentan, tendremos más riesgos. Los partidos políticos y la ciudadanía en general tienen que mostrar madurez y habría que hacer una reflexión sobre los mecanismos de integración.
– El discurso antiinmigrantes no se basa en el antaño manido 'nos quitan el trabajo'... Se sustancia en la delincuencia y la inseguridad. ¿Puede haber en ocasiones cierta indulgencia en determinados discursos cuando delinque una persona extranjera?
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– Esto no va de discurso buenista o no, sino de constatar realidades. Si hay zonas o espacios de mayor inseguridad, habrá que tomar medidas y que los delincuentes paguen lo que establece la ley, sean del origen que sean. Pero lo que no debemos hacer es, como hacen esos grupos de extrema derecha, asociar el delito de personas concretas a todo un colectivo. Eso no tiene ni pies ni cabeza y acabamos en situaciones como la de Torre Pacheco, de auténticas razias de salir a la caza del inmigrante.
– La gente se escandaliza cuando ve que se detiene a una persona 25 o 30 veces y sigue en la calle...
– Ese es otro debate, el de si las leyes son demasiado laxas con determinados delitos, que puede que sí. Pero no debería ser un debate sobre el origen del delincuente. Si parece que ciertos delitos pueden concentrarse entre ciertos colectivos, habrá que actuar contra esas personas concretas y tratar de prevenirlos. Y punto. Comparto que no hay que mirar para otro lado donde hay problemas de seguridad, y tampoco soy favorable a esos discursos buenistas que pueden subrayar que todos los inmigrantes son buenos y los autóctonos los malos y que, en efecto, pueden retroalimentar el discurso antiinmigración. Ni lo uno ni lo otro. Hay de todo en todas partes y en cualquier caso es solo una ínfima minoría la que pone en riesgo la convivencia. Y a las personas que delincan les tendrá que caer el peso de la ley de la forma más marcada posible, sean de donde sean.
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– ¿La expulsión del país a los delincuentes foráneos sería una de esas medidas?
– No me lo parece. Por un lado es una medida muy difícil de llevar a cabo y costosa. Tampoco la veo efectiva y, como sociedad, debemos medir las consecuencias de nuestras decisiones. Del mismo modo que no se expulsa o se quita la nacionalidad a un delincuente autóctono, tampoco debería valer para uno inmigrante. Estaríamos ante medidas más de marketing que otra cosa.
«Tenemos el reto de integrar mejor a los hijos nacidos ya aquí»
Como estudioso de los fenómenos migratorios y los procesos de integración social de las personas que huyen de su país en busca de una vida mejor, Gorka Moreno advierte de que las políticas de integración que se siguen con los inmigrantes de primera generación «no tienen por qué servir para sus hijos». Explica que existe un «efecto comparativo» que está detrás de esta diferencia. En el primer caso se produce una integración «basada en el acceso al mercado laboral, que ha funcionado, porque como norma general, el inmigrante que llega y consigue un trabajo ya logra una mejora económica y laboral respecto a su país de origen».
Ahora bien, sus hijos se comparan no con el país de sus padres, sino con sus compañeros autóctonos. «Yahí es donde está el riesgo y tenemos un reto como sociedad», remarca. «Si estos jóvenes, muchos nacidos ya aquí, ven que no tienen las mismas oportunidades de movilidad social ascendente, de coger el 'ascensor social', y acaban interiorizando que van a estar siempre en una situación de vulnerabilidad, peor que sus pares autóctonos, pueden surgir problemas a medio y largo plazo».
Por eso llama a analizar qué hacer para que la integración de esas segundas generaciones se dé de forma adecuada, porque percibe «indicios preocupantes que nos tendríamos que tomar muy, muy en serio».
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