Ho van Lang contempla el cauce del río junto al que vivió durante 41 años.

El último ‘buen salvaje’ de Vietnam

Su padre, un soldado vietcong, huyó con él a la selva cuando era un bebé. Ho van Lang intenta acostumbrarse a la civilización después de 41 años apartado del mundo. No sabía cómo es una mujer

borja olaizola

Jueves, 21 de julio 2016, 07:47

Ignoraba lo que era una bombilla, nunca había visto la televisión y ni siquiera sabía cómo es una mujer. Ho Van Lang es un vietnamita de unos 45 años que ha permanecido casi toda su vida apartado de la civilización. Su padre, un soldado vietcong, huyó con él a la selva cuando era un bebé de poco más de un año, después de haber perdido a su mujer y dos de sus hijos en el bombardeo de su hogar en 1972. Padre e hijo vivieron durante 41 años rehuyendo el contacto humano y alimentándose de lo que les proporcionaba la naturaleza. Hace tres fueron rescatados y desde entonces Lang trata de familiarizarse con sus vecinos y las obligaciones que comporta la vida en sociedad.

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El 7 de agosto de 2013 las agencias de noticias daban cuenta en un escueto despacho del hallazgo de dos personas, un padre y su hijo, que habían vivido durante más de cuatro décadas sin contacto con el resto de sus congéneres en un área forestal del interior de Vietnam. El progenitor, octogenario y enfermo, no tuvo fuerzas para escapar del grupo de hombres que había dado con ellos. Su hijo tampoco lo intentó: si en toda su existencia no se había separado de su padre, menos aún lo iba a hacer cuando las cosas tomaban un rumbo desconocido.

Los dos robinsones fueron trasladados a la civilización ante la expectación de sus convecinos. Ho Van Tri, el hermano pequeño de Lang, se hizo cargo de ellos. El Gobierno tuvo en cuenta la condición de antiguo soldado del cabeza de familia y le construyó una sencilla casa en la que ahora viven los tres. El padre no sale del hogar: tiene sus facultades mentales perturbadas y apenas puede hablar. Lang, sin embargo, intenta hacer una vida normal y ayuda a su hermano en las tareas agrícolas. Aunque no comprende el vietnamita, es capaz de hacerse entender en un antiguo dialecto local con el que se comunicaba con su padre.

Álvaro Cerezo, un aventurero malagueño que se mueve como pez en el agua por Oriente, tuvo la oportunidad de conocerle el pasado año en uno de sus viajes a Vietnam. A Cerezo, que se gana la vida alquilando islas desiertas, le atrae todo lo que tiene que ver con la supervivencia en condiciones extremas, así que propuso a Lang pasar cinco días en la misma selva que había sido su hogar durante 41 años. El vietnamita, cuenta Cerezo, aceptó encantado la invitación. Con la ayuda de un traductor que les acompañó, el aventurero y empresario malagueño pudo reconstruir la apasionante peripecia del último buen salvaje del que se tiene noticia.

Una luna atada

El padre huyó con el bebé a la selva en 1972 convencido de que la bomba que destruyó su casa había matado también a toda su familia. El traumático episodio le llevó a transmitir a Lang una profunda desconfianza hacia todo lo que tuviese que ver con sus congéneres. «Durante sus 41 años de aislamiento sigue contando Cerezo permanecieron en la misma cordillera». Al principio se acomodaron en cotas bajas, más cálidas y con agua abundante, aunque con el avance de la civilización y las consiguientes talas tuvieron que trasladarse a mayor altura. Un campesino que se internó en la jungla a por leña los vio en 1994 y comunicó su hallazgo a sus vecinos. De esa forma, el hermano pequeño de Lang tuvo la primera noticia de su existencia.

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Sin embargo, todos los intentos de establecer contacto fracasaron. En cuanto detectaba la proximidad de humanos, el padre de Lang apremiaba a su hijo a abandonar el asentamiento y trasladarse a una zona más remota. Construían sus refugios al abrigo de árboles gruesos y se alimentaban de las plantas y los pequeños animales que conseguían capturar: monos, ratas, serpientes, murciélagos.... Hacían fuego con piedras y se confeccionaban la ropa con fibras vegetales. Se procuraban agua del río más próximo, siempre con caudal gracias a las frecuentes precipitaciones, y nunca tuvieron problemas de salud. «La mente de Lang recapacita Cerezo se asemeja a la de un bebé de un año de edad: imita muecas, cree en los fantasmas y piensa que la luna la colocan los hombres de la civilización con la ayuda de una cuerda».

El robinson lo ignoraba todo, ni siquiera conocía la existencia de las mujeres. «Cuando vio una niña de 3 años correteando desnuda junto a su casa fue a preguntarle a su hermano qué había pasado con sus genitales». Lo que más le sorprendió cuando se incorporó a la civilización, añade el aventurero malagueño, es que los animales convivan amistosamente con el hombre. Acostumbrado a la oscuridad forzosa, sigue maravillándose ante una simple bombilla y se queda hipnotizado ante un televisor aunque no entienda el idioma. «Es un ser entrañable», confiesa Cerezo, que prepara un documental sobre el último buen salvaje.

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