Extraño en la ciudad

Se va un alcalde al que le ha tocado lidiar con todas las plagas de la década y que no aparentó sentir una dicha especial en el desempeño de su cargo

Alberto Moyano

San Sebastián

Viernes, 17 de octubre 2025, 00:06

Ahora mismo, cualquier ciudad hace frente a sus propios jinetes del Apocalipsis, que son bastantes más que cuatro. A Eneko Goia le han tocado todos: apoteosis del turismo, déficit de vivienda, percepción de inseguridad ciudadana, esplendor de la 'arquitectura vitaldent', la pandemia y resistencia a cualquier cambio. A los caballos de algunos de estos apocalípticos jinetes, Goia los ha intentado domar, quizás sin dar con la tecla adecuada, pero a otros los ha alimentado y les ha dado alojamiento. Ingratos unos, asilvestrados los otros, casi todos han terminado por arrollarle, a veces por errores, a veces porque ningún alcalde de su promoción se está manejando bien en la monta y doma de estos asuntos.

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Goia se ha movido entre la lealtad a su partido, que no atraviesa precisamente su mejor momento, y el ejercicio de un cargo que nunca pareció gustarle. Quizás no sea necesaria la pasión de un fanático para ejercer de diputado general del territorio, pero sí para ocupar una Alcaldía y quien hoy se despide siempre pareció estar ahí más por un cierto sentido del deber que por una genuina vocación. La sensación de engorro, incomodidad o incluso desdicha que ha transmitido en los últimos tiempos sólo es comparable a la felicidad que irradia en estos últimos días.

Contrasta, en cualquier caso, con la feliz soltura con la que se manejó en la oposición, instalado entre aquel 'alcalde por accidente' que fue Izagirre, y un PSOE y un PP que funcionaban en modo pinza. Su discurso sosegado siempre emergía como la opción más sensata, de ahí que su lista pasara de la menos a la más votada en tan solo una legislatura. Ahí sí se le vio cómodo y habrá quien diga que entre todos se lo pusieron fácil. Puede ser. La política se parece al billar en que no importa tanto la disposición de cada bola como su ubicación en relación con las demás.

En tiempos de nostalgias inventadas y memorias reconstructoras, la cuestión en torno a si Donostia está mejor o peor que cuando Goia llegó a la Alcaldía que ayer dejó se antoja tramposa y la respuesta, repleta de matices. Ante la gestión del turismo masivo, está como el resto del mundo: desbordada. Respecto a la –en San Sebastián imposible– conservación del patrimonio urbanístico, la excavadora se ha coronado como el instrumento musical donostiarra por excelencia. Ycomo a veces el problema no es tanto lo que se derriba como lo que se edifica, queda Miracruz 19 como el símbolo de una época. En el otro extremo, el afán proteccionista que ve 'patrimonio' en cada villa, pero olvida que si así fuera, habría que dotar de fondos para su conservación a sus propietarios. Y ahora sólo falta quitarle por fin el burka a la momia del Bellas Artes, algo que sin duda despertará pasiones entre los comentaristas habituales. O sea, todos los donostiarras.

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La vivienda

El acceso a la vivienda es hoy un problema atroz, pero quien repase las hemerotecas de los años noventa comprobará que ya lo era hace treinta años, con una ciudad instalada, junto a Madrid y Barcelona, en el ranking de las más caras. Lo cual nos lleva a una supuestamente desbocada inseguridad ciudadana, que se antoja incompatible con esos precios de la vivienda, como bien sabe el Nueva York pre y post Giuliani.

Se va un alcalde tranquilo y de aspecto algo melancólico, en ocasiones tan al borde del fado que parecía llegado de Lisboa. Por tradición, es la hora de los balances, pero la prudencia aconseja no precipitarse: los logros y los déficits de una gestión municipal sólo se muestran en todo su esplendor al cabo de unos años. Quedan aún muchos proyectos por inaugurar que mañana podrían ser tan alabados como hoy criticados y que, como es tradición, se anotarán en el haber del alcalde al que le toque. De igual forma que es tradición asaetear al alcalde en ejercicio y también saliente, un hábito que forma parte del ADN donostiarra, quizás en homenaje a su santo patrón, superviviente maltrecho de una lluvia de flechas.

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Por lo demás, tal y como dice el poeta donostiarra Karmelo C. Iribarren, llega un momento en el que «ni tenemos solución ni somos un gran problema». Con San Sebastián puede acabar sucediendo exactamente eso mismo.

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