En el deporte se juega para ganar. Ya sea en la final de la Champions, o jugando al mus, la noble intención en toda contienda ... ha de ser la de imponerse al adversario, aunque lo deseable sea hacerlo en buena lid, con ética y con deportividad.
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Ni siquiera con los más pequeños tiene sentido ese engendro de la 'no-competición', que no te compran ni los críos, cuando les dices que meter o no meter es lo mismo y lo único que consigues es perder la credibilidad ante ellos. Otra cosa será el cómo hemos de tomarnos las derrotas, las victorias, los errores, los aciertos y todos los avatares de la competición infanto-juvenil, para utilizarlos de forma educativa, formativa y retadora, para potenciar los procesos de mejora individuales y colectivos, utilizando la competición para aprender a superarse y a crecer.
Ganar es el objetivo final único de la contienda. Si alguien me dice que no quiere ganar y me explica por qué prefiere perder o empatar, no lo compartiré, pero lo respetaré. Lo que no se debe respetar es el intento de hacer elegir entre el resultado y el camino. Cada vez que alguien compara el juego (con sus variantes, sistemas, mecanismos, circunstancias...) con el resultado, se me cae el alma a los pies.
Por otro lado, otra de las creencias erróneas es que ganar depende de nosotros. En la victoria, también por definición, además de nuestro hacer, intervienen igualmente el del rival, infinidad de circunstancias fuera de nuestro control e incluso sucesos fortuitos puntuales que, en cualquier momento, pueden desequilibrar la contienda por puro azar. Solo un Ego exacerbado nos puede hacer creer que si nosotros hacemos lo que tenemos que hacer la victoria está garantizada. Esa pose de falso ganador puede quedar muy chula en la comida previa al partido de nuestro equipo favorito, pero la realidad es bien distinta.
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¿Y entonces qué hacemos? La virtud del buen deportista radica en dos ideas: asumir sin excusas que la victoria es siempre el único objetivo y ser conscientes, con humildad, de que centrar el foco en nuestro rendimiento (no en el resultado) es el camino que más nos puede acercar a él.
Imanol y sus chicos no tenían que ganar ya. ¡Eso lo tienen que hacer siempre! Lo que tenían que hacer era centrarse en su rendimiento y mejorar el juego de posición que nos diese la fluidez necesaria para desgastar más al rival y salir de forma más limpia; mejorar las transiciones y las secuencias ofensivas para generar más ocasiones claras; mejorar los repliegues y la recomposición defensiva para dificultar más los ataques rivales y que no nos lleguen tan fácil; y mejorar la defensa del área y de la estrategia para que, cuando nos lleguen, no nos creen peligro. Y eso es lo que hicieron. Y notablemente mejor. Y cuando centras tu atención en subir tu rendimiento en las distintas acciones del juego, aunque eso no te garantiza la victoria, suben las posibilidades de que más acciones te sean favorables y estás más cerca de ganar.
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