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El nombre de la Real Sociedad ya suena en los pubs de Glasgow y Estocolmo; en la Camarga francesa saben cómo se celebran los goles en Anoeta y lo hermosa que es la ciudad donde juega este equipo. En la Grand Place de Bruselas conocen a Oyarzabal, a Kubo, a Zubimendi, a Aihen...
Sacando de la ecuación este sangrante final, esta sensación de descomposición, las otrora recurrentes' realadas' parecen cosa del pasado. Esas pequeñas desgracias se atisban ahora como el Atari, el Blandiblup o los CDs de música. Parecen de otra época.
Salvo alguno que no lo ha entendido este año y tiene todas las trazas de haberse borrado en este 'rush' final alegando molestias, cada jugador que se pone la zamarra de la Real sabe que tiene detrás a una provincia entera, a una afición volcada, el peso de una tradición de más de un siglo. Es consciente de que tiene que batirse el cobre en cada balón se llame como se llame, sea un aguerrido central o un mago del balón que no ha presionado en su vida.
Europa ha pasado a ser una obligación y el quedarse fuera como en esta ocasión, poco menos que una catástrofe.
Y la Copa dejó de ser esa molestia de entre semana que dura un partido, un motivo más para cabrearse con la vida por ser apeado por un equipo de dos categorías menos. A la Real se le considera como aspirante nada menos que a ganarla. Un título y dos semifinales tienen la culpa.
Anoeta, antaño un frigorífico con inútiles pistas de atletismo, ha pasado a ser un estadio caliente al que el aficionado no sólo va a ver a la Real, sino a ayudar al equipo, a participar de lo que sucede, desde el himno a capela al 'Txoria Txori' del final pasando por la danza de espaldas con los goles, añorados desde hace mucho tiempo. Se ha ido a Europa cinco años seguidos y a cada partido, a competir y no a disfrutar.
Todo esto lo ha conseguido Imanol Alguacil Barrenetxea al frente de la Real. Éste es su legado, el patrimonio material e inmaterial que deja. Ha sido tanto, tanto Imanol, que la Real no ha metido un puñetero gol desde que anunció su salida. El vacío. Con el tiempo se valorará todo lo mencionado y se irá olvidando de este epílogo tan doloroso, estos encuentros tan inaceptables, este rendimiento colectivo tan decepcionante que nos supura y nos mantiene rabiosos ahora. Imanol ha sabido hasta salir a tiempo, aunque la espera a su decisión tuvo un efecto pernicioso.
Por todo esto, la propuesta desde este humilde txoko es que se inmortilice desde el próximo curso al 'gitano de Orio' con una fórmula novedosa, ya que ya hay dos monolitos en sus aledaños, uno dedicado a Ormaetxea y otro a Aitor Zabaleta, que también da nombre a la grada de animación. Se le podría dedicar una de las puertas del estadio -quizá la 3, por aquello de que fue la tercera Copa del Rey la lograda de su mano- y darle su nombre, con una decoración única: un mural con su imagen icónica de la bufanda y la camiseta celebrando el título copero en la sala de prensa. 'Puerta Imanol Alguacil'. Sería también una metáfora. Como si él hubiese abierto la puerta a una nueva Real. Así, de la misma manera que los socios más jóvenes preguntan por quién fue ese Aitor Zabaleta cuyo nombre se corea y al que dedicaron un graderío entero, harán lo propio cuando se interesen por la figura del patrón de Orio. Y al que celebró la final de Sevilla y estos años tan gratificantes -hasta hace dos meses- le comenzarán a brillar los ojos para explicar quién fue, cómo fue y qué hizo Imanol.
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