Tras alguna de las derrotas más hirientes de este curso, la primera ante el Rayo, la también casera ante Osasuna o la postrera en Pilsen, ... fue imposible no acordarse de Martin Zubimendi y su decisión, seguro que increíble e inviable en otras latitudes, de rechazar la oferta de un Liverpool que le prometía una ficha que triplicaba la suya en la Real y que anunciaba noches mágicas en Anfield Road, más partidos de Champions y títulos. 'Cómo se habrá arrepentido Martin de no haberse ido', reflexionaba uno entre las brumas de la decepción. Pero el fútbol y la Real volvieron a hacer patente ante el Barça la clave de todo. Quizá no haya nada en la vida, ni el dinero ni la gloria, como hacer felices a los tuyos, a los aitas, a los primos, a los colegas, a los del barrio, a 36.000 paisanos que se reúnen con el corazón henchido de orgullo en un mismo lugar un domingo por la noche. «Jugar en los mejores equipos es un reto, pero jugar contra los mejores y ganarles es un reto todavía mucho mayor. Yo me dedico a eso», dijo el mítico Matt Le Tissier, que, como Zubimendi, rechazó ofertas de gigantes como el Chelsea, el Tottenham o la Juve para ser un 'one club man' de su Southampton. Ayer fue el día de San Martín, esta vez quizá en honor al pivote de Ulia y su extraordinaria declaración de amor a la Real.
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Fue un día redondo, aunque la mayoría acudiera al Reale Arena como preparado para someterse a una ortodoncia en el dentista o para hacer una declaración de la renta que va a salir a pagar. No obstante, quizá haya que recordar que la Real se ha distinguido de un tiempo a esta parte por ser un matagigantes y destrozar ciertas leyes de la lógica. Hace no tanto, cuando reinaba un tal Messi, ganar al Barça en el coliseo de Amara era una especie de ritual de lo habitual.
En el campo todo salió bien, pero desde el punto de vista del aficionado que acudió a la grada, donde estaría como uno más Zubimendi si no fuera tan bueno jugando al fútbol, la percepción del partido rozó el éxtasis desde antes de empezar y hasta después del pitido final. Esta vez hubo un punteo de Urtz y otro de Barricada que se oyeron bien, aunque el espectáculo de música y luces merece una revisión. Oyarzabal marcó en el último chut de su calentamiento, el himno cantado a capela sonó como una sinfonía -este momento ha pasado a ser emotivamente muy potente- y el minuto de silencio por las víctimas de la DANA fue demoledor, acongojante.
Y en esos parámetros discurrió un partido para el goce de los sentidos. Tras un sinfín de atropellos arbitrales, de manos negras y Negreiras, el Barça explotó de ira por un gol anulado por la tecnología, por la ciencia, que es infalible. Y a partir de ahí, chorreo de la Real, que marcó uno, pudo anotar cuatro y no permitió que el Barça chutara a puerta, algo que no sucedía desde 2014. El Dale Cavese fue apoteósico, aunque hubo que girar la cabeza un par de veces para mirar al campo, porque realmente ellos son muy buenos.
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El sufrimiento del descuento tenía que llegar, pero más por lo corto del resultado que por un asedio real del Barça. De hecho, se recuperó la tradición de entonar la Marcha de San Sebastián. Y después, ovación a los héroes, 'Txoria txori' y las palabras de un eufórico y afónico aficionado todavía en éxtasis en la cola del topo: 'Yo me voy a tomar la birra del triunfo'. Salió del tumulto y se marchó hacia la Avenida de Madrid. Zubimendi sabía lo que se hacía.
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