Un maestro
IN MEMORIAM ·
JAIME MAYOR OREJA
Sábado, 11 de junio 2022, 08:18
El hecho de escribir estas líneas sobre una persona excepcional, que además ha sido «mi maestro», constituye un desafío singularmente difícil para mí.
Lo primero ... que quiero decir es que me considero un privilegiado, porque pese a tener ya los años que tengo, no he dejado de tener un auténtico «maestro» a lo largo de mi vida, un don de la providencia.
Un maestro no solo es quien te enseña, sino que por su inteligencia y por su forma de vida, constituye una referencia ejemplar, a la que seguir e imitar.
Por razones obvias, no por mis méritos, he conocido con cierta profundidad a muchos líderes y dirigentes de la política española, incluso europeos. La persona más lúcida, con una mayor capacidad de diagnóstico de la verdad, con mayor profundidad a la hora de aproximación e interpretación de la realidad, entre todas las que he conocido, ha sido sin duda alguna Josemari Muguruza. Les aseguro que no exagero, pongo a muchos de testigo, pero Josemari siempre veía, alcanzaba un poco más que todos los demás juntos.
No sé exactamente cuál era la causa de ese «plus», de ese don, pero probablemente su decencia, su honestidad, su carencia de ambición personal en el quehacer público se sumaban a su inteligencia natural.
Josemari es un guipuzcoano, que aunque fue siempre un referente por su «auctoritas moral», que siempre destacaba, que no pasaba nunca desapercibido, en todas las instituciones en las que participó, Banco Guipuzcoano, El Diario Vasco, Real Sociedad, Hipódromo, sobre todo decano inolvidable del Colegio de Abogados de San Sebastián, pertenecía a esa escasa saga de sabios vascos, que han sido determinantes en la historia de España sin que muchos lo supieran.
Un guipuzcoano, un español sin ánimo alguno de protagonismo, que nunca fue tentado ni por la ambición ni la vanidad ni el dinero, y sin embargo fue consciente siempre de su superioridad moral, que se traducía en un análisis y un diagnóstico mejor que ningún otro ante los problemas que teníamos.
Admirador de la inteligencia y lucidez del Papa Benedicto XVI, era un creyente profundo, pero diría que «a la vasca», sin aspavientos, con el distintivo de la discreción pero con una fe inalterable a lo largo de su vida, en todo caso de forma creciente.
Es verdad que había tenido un gran maestro, su padre, al que tuve también el privilegio de conocer, y que me guió mis primeros años en la política vasca, que nunca olvidaré.
Nunca, pero nunca jamás, hablé con Josemari hijo de política, antes de que su padre sufriera un ictus cerebral que le impediría hablar, como una señal simbólica de respeto y lealtad filial estremecedora.
A partir de ese momento del relevo, primero yo y después María San Gil, fuimos las personas a las que ofreció siempre su consejo, su opinión, de forma absolutamente desinteresada, en momentos a veces cruciales, siempre difíciles, en nuestros recorridos políticos.
De todos los momentos destacados en mi vida política, quiero destacar dos de ellos, en los que desempeñó un papel determinante. El primero de ellos, año 2001, Josemari fue determinante en el llamado 'Espíritu del Kursaal', mucho más de lo que se sabe, como un intento de una alternativa política desde España y su Constitución. Me empujó, me animó a salir del Gobierno –pocos lo hicieron– porque simplemente era mi obligación y mi compromiso con la verdad. Tenía razón, como siempre.
El segundo momento, mucho más reciente, ha significado su impulso y ánimo literalmente hasta el final de su vida, en esta alternativa cultural NEOS, basada en los fundamentos cristianos.
De una alternativa constitucional por el País Vasco en España, creyó, 25 años después, que lo determinante hoy era y es poner el acento en los fundamentos cristianos, en la falta de la fe como causa entre las causas de la crisis que vivimos.
Siempre abrazó la búsqueda y el camino de la verdad, nunca tomó la senda del poder. Nunca creyó que el poder era y es la solución a los problemas que hoy tiene planteados nuestra sociedad y civilización.
No puedo esconder un sentimiento de orfandad que hoy me preside. Pero ni la tristeza, ni mucho menos la nostalgia me nublan el significado de Josemari. He tenido tantas y tantas horas de conversación con él, prácticamente he hablado todos los días con él en los últimos 30 años que, reitero, me siento como un ser privilegiado por su amistad y su magisterio. Estoy seguro de que su opinión y su consejo seguirán presentes en mi vida y en la de María San Gil, seguirán presidiendo nuestras decisiones, esta vez fuera de la política, pero dentro del debate cultural en el que estamos.
María José, sus hijos, sus nietos, a los que tanto quiso, pese a la tristeza de estas horas, pueden sentirse felices y orgullosos de haber compartido sus vidas con su marido, su padre y su abuelo.
Me ahorro los calificativos al final de estas líneas, para sintetizar su personalidad. La verdad fue su referencia, su familia y su fe, su compañía permanente, su honestidad y decencia, su insobornable forma de ser y de estar en esta vida. Desde la otra, nos ayudará siempre.
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