Isaías
Estoy estremecido con los testimonios que he leído y visto en este periódico en las voces de Marian, Sandra y Ainara, la viuda y ... las hijas de Isaías Carrasco, exconcejal socialista de Arrasate, asesinado por ETA. Casi siete años después del cese definitivo de las violencia de esta banda terrorista, los relatos de las víctimas dejan entrever los déficits existentes en nuestra convivencia. El próximo 7 de marzo se cumplen 10 años de su asesinato. ETA ha dejado de matar, pero, por lo que se ve, en el tejido social aún anida el odio hacia el diferente que alimentó en su día su estrategia terrorista. A Isaías lo mataron enfrente de su casa, en la calle Navas de Tolosa, un barrio obrero de Arrasate. Su viuda y su hija mayor le auxiliaron en su agonía y recuerdan aún con desesperación e impotencia cómo le tapaban como podían los cinco agujeros sangrantes provocados por los disparos. El relato me rompe el alma.
Pero me parece aún más indignante que la viuda y los hijos de Carrasco tengan que sufrir un castigo añadido en vida por parte de quienes, por lo que se ve, aún justifican aquel asesinato. No olvidemos que esta familia no es víctima de aquellos vergonzantes años de ‘plomo’ de la década de los 80, sino que viven en los años del teórico fin de la violencia.
Que Ainara, la hija pequeña de Isaías, relate que la última vez que salió de fiesta en su pueblo una persona se le acercara al oído para susurrarle ‘Gora ETA’ es síntoma de que la sinrazón aún está viva en personas -espero que sean una minoría- que siguen sin verbalizar que «matar estuvo mal» y que, lo que todavía es peor, se regodean ante las víctimas de aquel asesinato injusto y cruel.
Que la misma Ainara describa cómo en el instituto de Arrasate se sentía marcada como la ‘hija de’ y por los pasillos la gente se apartara de ella me vuelve a estremecer y me entristece que determinados jóvenes/adolescentes tengan esa actitud tan inmoral. Y que la propia hija reconozca que tuvo que ‘exiliarse’ a San Sebastián para vivir tranquila lejos de «esa gentuza» para cursar el Bachillerato me hace pensar que algo falló en el sistema educativo vasco para que la hija de Isaías sufriera el dolor de este espantoso acoso violento. ¿Nadie pudo poner freno a este maltrato?
Y me vuelve a estremecer conocer que el hijo pequeño de Isaías tuviera que cambiar de colegio porque en el anterior centro le hicieran ‘bullyng’ y que encima tuviera que escuchar frases como ‘¡Qué bien que a tu padre le han pegado cinco tiros!’. Todo esto me parece inhumano. Podría verbalizar con todo lujo de detalles semánticos el rechazo de esas actitudes despiadadas que han tenido que soportar la familia de Isaías Carrasco, pero creo que ante este tipo de actitudes sobran las palabras.
Mi respeto, cariño y solidaridad a la familia de Isaías Carrasco y a otros muchos quienes como ellos han tenido que soportar un sufrimiento añadido tras el asesinato de su ser querido. Yo también caminaré y llevaré una rosa roja por la calle Navas de Tolosa en recuerdo de Isaías y en apoyo de su familia.
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