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Alberto Surio
Miércoles, 14 de mayo 2025, 06:51
Salvador Illa no vino en 2024 a la carrera Behobia-San Sebastián, su gran pasión como atleta. Su agenda se lo impedía aunque no descarta ... que pueda hacerlo este año. Un buen amigo suyo guipuzcoano, que le conoce desde hace casi 40 años, confiesa que, como buen corredor de fondo, ha comenzado su etapa de president
con una mezca de sentido común, centralidad, discreción, humildad y sentido del deber. Y una gran templanza, incluso en los momentos más difíciles. Y ello a pesar de estar al frente de un gobierno socialista en minoría que se ha fijado un objetivo: que Cataluña recupere su posición como locomotora económica de España con una decidida apuesta por la inclusión social. Un rumbo alejado del ruido, aun a riesgo de ser aburrido.
Un año después de las elecciones que le llevaron al poder, el apaciguamiento ha logrado desinflamar la tensión política catalana y devolver la 'normalidad'. Cataluña ha dejado de estar en el escaparate aunque algunos de los problemas políticos persisten. Pero con otra dimensión. La sombra de la frustración ha abierto una considerable cuña de división y desconcierto en el mundo independentista.
Euskadi y Cataluña han sido durante años vasos comunicantes. Durante ese tiempo, la 'vasquitis' fascinaba en Cataluña. La radicalización del escenario en Euskadi era sugerente para ciertos sectores del independentismo catalán, que veían con envidia el turbo vasco aunque rechazaban de plano el terrorismo. El Concierto ofrecía más recursos económicos.
Las cosas se fueron enredando en Cataluña. El nacionalismo burgués de CiU terminó radicalizándose. Convèrgencia no quería terminar siendo 'una gestoría' para administrar una penosa situación económica, con los servicios públicos deteriorados y una creciente demanda. Y una deuda pública gigantesca.
A lo largo de este último año, los partidos vascos han visto expectantes el proceso de apaciguamiento catalán. El PNV, con una mezcla de cautela e interés porque cree que el socialismo catalán tiene una receta de la España plurinacional que puede resultar interesante para revisar el modelo autonómico del 'café para todos'. El PSE, porque se inspira en el proyecto de éxito del socialismo catalán. Y EH Bildu, porque piensa que en Cataluña se libra una ventana de oportunidad para el debate territorial pese a que Illa ha enfriado el suflé.
La gran paradoja estriba en el papel radical y rupturista que representa Junts, anclado en un registro independentista muy hiperventilado, que combina el resentimiento con el agravio del exilio, y una denuncia del 'españolismo' que supone, en su opinión, el protagonismo de Illa, al que despectivamente tila de ser el 'gobernador de Sánchez', en Cataluña. El PNV y EH Bildu, si bien 'respetan' a Carles Puigdemont, conectan políticamente más con ERC, embarcada junto a los Comunes en una serie de pactos parlamentarios con el PSC. No hay que descartar que, a medio y largo plazo, se produzca un acercamiento entre Junts y el Govern del PSC, una aproximación que se antoja inviable con Puigdemont pero que sería muy apreciada por determinados sectores del empresariado catalán.
Mientras duró el procés independentista, el País Vasco miraba la vía catalana pero marcaba distancias. Ahora que se ha desinflado, los vascos y los catalanes vuelven al tablero de la cooperación institucional, la gobernanza, el protagonisno de regiones, el reconocimiento oficial del catalán y el euskera en la Unión Europea y el diálogo político para encauzar los conflictos. Tras la visita de Pradales a Barcelona, Illa tiene pendiente devolver el gesto al lehendakari. Entre Barcelona y Vitoria, al menos en el plano político, ha vuelto la línea de alta velocidad. Para el nacionalismo catalán, el debate vasco sobre el futuro estatus de autogobierno –que tendrá que plasmarse en una reforma estatutaria– vuelve a colocar el terreno de juego en el reconocimiento nacional de Euskadi, en el blindaje de las competencias y un nuevo sistema de garantías que reconozca la bilateralidad y se aleje del 'régimen común' del modelo autonómico. Euskadi y Cataluña vuelven a mirarse de reojo.
Salvador Illa (La Roca del Vallés, 1966) es un producto clásico del PSC-Congrès de Joan Reventós, que en 1977 se fusionó, junto a otro partido socialista nacionalista, con la Federación Catalana del PSOE, claramente minoritaria, pero más fuerte en el cinturón industrial de Barcelona. Tras esta convergencia estaba la mano de la poderosa socialdemocracia alemana, que temía la extensión de la fuerza de los comunistas en el sur de Europa, y que en Cataluña se encarnaba en un PSUC muy pujante. El PSC representaba la alianza entre los hijos de la burguesía catalanista antifranquista y el mundo de la inmigración de otras comunidades de España. Illa ha conectado con aquel espíritu histórico que evoca al expresident Tarradellas, cuyo secretario personal, Ramón Planas, fue su gran mentor político. De su mano inició, primero como alcalde de La Roca, una carrera como un hombre metódico, disciplinado y alejado de cualquier exceso. Apasionado de la filosofía y aficionado del Espanyol, Illa representa la quintaesencia de la tenacidad de un atleta que asegura que es «un tipo muy normal» que mantiene sus mismos amigos. El PSC convenció al PSOE que la única forma de desguazar la apuesta independentista era arrebatar la mayoría absoluta al soberanismo y provocar el cortocuito del procés. El cambio en la relación de fuerzas ha forzado al independentismo a rebajar su programa de máximos.
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