Un grupo de policías y bomberos trabaja en losescombros del módulo D de la T-4 para buscar a las dos personas desaparecidas tras el atentado con bombade ETA, que se produjo el 30 de diciembre de 2006. EFE

Emisarios del Gobierno y ETA mantuvieron 20 reuniones en tres días tras la bomba de la T-4

«¿Quién ha roto?, preguntó Rubalcaba a Eguiguren tras el último encuentro. «Han sido ellos», respondió. «Pues a la cama», dijo el ministro

Alberto Surio

San Sebastián

Miércoles, 20 de octubre 2021, 06:36

¿Quién ha roto?». Alfredo Pérez Rubalcaba hacía la pregunta el 21 de mayo de 2007 a Jesús Eguiguren, que acababa de llegar al hotel. ... Eran casi las cuatro de la madrugada. Una hora antes más o menos la delegación del Gobierno español se había quedado sola mientras que la de ETA estaba acompañada de los verificadores internacionales del centro Henri Dunant. El lugar, un chateau campestre en las afueras de Ginebra, a los pies del macizo del Jura, al norte de los Alpes. Un lugar idílico aquellos días de primavera. Javier López Peña, 'Thierry', se había ido antes, hacia la una de madrugada, obsesionado con su detención inmediata. «Se han levantado ellos», respondió Eguiguren. «Muy bien, pues a dormir», añadió Pérez Rubalcaba.

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Así consta en los apuntes que tomó Eguiguren de aquellos encuentros, que los llega a definir «la torre de Babel». «Nunca he llegado a entender por qué ETA convocó la reunión, aunque ellos, que tenían un grave problema de imagen tras la T-4, querían evidenciar que el Gobierno rompía ante los observadores internacionales y vinculando a Batasuna», escribió Eguiguren. Meses antes se había producido el atentado de la T-4 (30 de diciembre de 2006) y oficialmente no había diálogo. Pero al Ejecutivo español le llegó un mensaje a través del ex primer ministro británico, Tony Blair, de que ETA quería hacer una oferta. De hecho, los servicios antiterroristas españoles disponían de información sobre los movimientos en ETA y sobre la percepción que el propio 'Thierry' tenía de la desafección hacia la organización que había creado el atentado de la T-4 en su base social.

Los protagonistas

  • Jesús Eguiguren | Dirigente del PSOE Fue presidente del PSE y participó en el diálogo como «representante del partido del Gobierno».

  • Rodolfo Ares | Dirigente del PSOE Fue dirigente del PSE y del PSOE, consejero de Interior con Patxi López en su época de lehendakari.

  • Arnaldo Otegi | Izquierda abertzale Coordinador general de EH Bildu, tuvo un papel determinante en las conversaciones de Txillarre.

  • Rufi Etxeberria | Izquierda abertzale Fue dirigente de la izquierda abertzale en el diálogo. Es aún responsable de resolución de conflictos en Sortu.

  • Javier López Peña | Interlocutor de ETA López Peña, 'Thierry', ya fallecido, fue el interlocutor de ETA en las conversaciones a partir de diciembre de 2006.

  • Jonathan Powell | Mediador Ha sido jefe de gabinete de Tony Blair y fue facilitador en el proceso de paz de Irlanda y de Colombia.

  • Martin Griffiths | Henri Dunant Diplomático británico nacido en 1951, es presidente del Instituto Henri Dunant que promovió el diálogo.

  • Gerry Kelly | Sinn Féin Dirigente del movimiento republicano Sinn Féin y miembro de la Asamblea legislativa de Irlanda del Norte.

El Sinn Féin se ponía manos a la obra y trasladaba un mensaje: ETA quiere transmitir una oferta. Rubalcaba se muestra muy precavido, pero se considera que detrás hay un movimiento por la imagen porque ETA, consciente de los efectos políticos desastrosos tras la T-4, quiere responsabilizar de la quiebra al Gobierno español. El Ejecutivo tiene claro que lo único que tiene que hacer ETA es comprometerse públicamente a que no va a cometer más atentados, que no puede entrar en un diálogo que dinamite todo lo hablado en Ginebra y Oslo en 2006.

Thierry', el Sinn Féin y Powell se marcharon antes de que se consumara el fracaso de la última cita

LA REUNIÓN'

La ruptura definitiva permitió al sector más político de la izquierda abertzale ganar su pulso

LA ESTRATEGIA

Los tres días del chateu campestre fueron un hervidero trepidante de reuniones que no sirvieron para nada. Veinte citas en tres días seguidas, según las notas, con mesas paralelas y a veces únicas. Allí estaban Jesús Eguiguren, «representante del partido del Gobierno», según se acordó en Oslo, el socialista Rodolfo Ares, 'Thierry', en nombre de ETA; Rufi Etxeberria y Arnaldo Otegi, por parte de la izquierda abertzale; Gerry Kelly, del Sinn Féin, el exdirector del gabinete de Tony Blair, Jonathan Powell, y representantes del instituto Henri Dunant, así como del Gobierno de Noruega. Los encuentros habían venido precedidos por la negativa del Ejecutivo español a reanudar las conversaciones de forma oficial a no ser que ETA decidiera hacer pública su decisión de parar los atentados definitivamente y condenar la bomba de la T-4. Pero la organización terrorista quería recuperar su credibilidad ente las instancias internacionales.

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La propuesta pasaba por forzar al Gobierno a respetar un futuro acuerdo político entre el PSOE y Batasuna que reconocía la autodeterminación y una comunidad única entre Euskadi y Navarra. A cambio, ETA se mostraba dispuesta a proceder a su disolución. Los tres días del chateau constataron el abismal divorcio total.

ETA exigió que el Gobierno español presentara una propuesta por escrito y dio un plazo: dos días. Pero el plan cocinado por los suizos tras la propuesta de ETA establecía un marco autonómico común para la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra, con un referéndum de autodeterminación. En última instancia, y como señal supuestamente flexible, aceptaba que fuera puesto en marcha en dos años. Eguiguren rechazó de plano el planteamiento, dijo que rompía la hoja de ruta hablada en Ginebra y Oslo por completo y que era una tomadura de pelo «que echaba a la basura todo lo trabajado en años, tenía, políticamente, la misma carga explosiva que la bomba de Barajas». Y presentó como alternativa, sobre una pizarra, un proceso de institucionalización compartido entre Euskadi y Navarra que se iniciaba por una reforma de sus respectivos ordenamientos jurídicos (el Estatuto y el régimen de amejoramiento foral), si existían mayorías democráticas para ello, seguía con la creación de un órgano institucional de cooperación común y por diferentes mecanismos similares a los de la Unión Europea para concertar voluntades en órganos de colaboración, como son las interparlamentarias. Es decir, una institucionalización progresiva sobre la base de las instituciones actuales.

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ETA rechazó su contenido y el Instituto Henri Dunant se comprometía a estudiar algún cambio para salvar la mesa in extremis. «Siento una sensación de pereza e incluso de ridículo, no se avanza una sola coma y la terminología común de Oslo y Ginebra no servía para nada», describía Eguiguren, que se había quejado ante los facilitadores por haber entrado «en ese juego», lo consideró inasumible.

En un momento determinado, 'Thierry' abandona la mesa. Eguiguren se masca lo peor. ETA insiste en exigir una propuesta escrita. «Aguantamos porque no queríamos ser nosotros los que nos levantábamos de la mesa aun sabiendo que no había nada que hacer», reconoce Eguiguren en su cuaderno de notas, que insiste en la importancia que tenía demostrar que la propuesta de ETA no tenía viabilidad. «Fue ETA la que dijo al final que todo estaba roto y no se volverían a reunir si no había una propuesta por escrito y ante las instancias internacionales», aunque algunos de los observadores como Jonathan Powell o el Sinn Féin se fueron antes de que todo saltara por los aires. ETA vio que el acuerdo entre Batasuna y el PSOE no salía adelante y dio por roto el proceso. Aquella ruptura permitió a la parte política de la izquierda abertzale dar la batalla para el cambio de estrategia. Y, al paso de los meses, ganarla.

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El paisaje imaginario de los encuentros: un viaje entre Etxalde (Suiza) e Illargi (Noruega)

Jesús Eguiguren sorprendió al iniciar una de las reuniones en el chateau citando a Gabriel García Márquez, que en 'Cien años de soledad', no puso nombres en Macondo porque el mundo era «demasiado reciente» frente a Euskadi «donde éramos muy antiguos, donde las mismas cosas tienen distintos nombres». Eguiguren quería llamar la atención ante los observadores internacionales de que «el empleo de uno u otro lenguaje no era inocente». «Se me hace difícil entender cómo pudimos mantener todas esas reuniones sin abandonar», concluye el expresidente del PSE.

En sus actas, ETA dice que el Gobierno iba con una «declaración de guerra, hay mala fe, no se concreta ninguna respuesta concreta», con constantes incumplimientos. El Ejecutivo respondió que su objetivo no era la rendición de ETA, ni la independencia ni el Estatuto único, sino que ETA desapareciera porque existen vías legales para la izquierda abertzale. Ya en Zurich, los emisarios de Aznar lo dijeron en términos parecidos. «No venimos a la derrota de ETA», dijo entonces uno de los asesores del presidente a 'Mikel Antza'.

Las actas de ETA describen el ambiente con una jerga críptica curiosa. Sabido es que 'Gorburu' era Zapatero, que Eguiguren es Miguel, que 'Ternera' es George' y 'Thierry es 'Mikel'. Lo que no se conocía es que los irlandeses eran los 'gorris', los ingleses, los 'verdes', Noruega, 'Illargi', e Inglaterra es Landas y 'Etxalde' es Suiza.

El último encuentro fue, además de un verdadero rompecabezas lingüístico, un laberinto de idiomas. Hasta la traducción al inglés de los acuerdos de la mesa de Loiola, solicitada de forma impaciente por los verificadores internacionales, fue elocuente del momento que se vivía.

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