Es cuestión de nada que las encuestas definan el alcance del 'efecto Iglesias'. Que empiecen a determinar, con mayor o menor fiabilidad, si el aún ... vicepresidente ha conseguido su objetivo de erigirse en el duelista que retará al amanecer a Isabel Díaz Ayuso. Si lo logrará, como pretende, polarizando en torno a sí el 'voto antipresidenta', rescatando el látigo que le llevó de las calles del 15-M y de los platós de televisión a condicionar la política española y reanimando a un Unidas Podemos que no rentabiliza en las urnas su participación en el Gobierno de Sánchez. Desde que precipitó las elecciones en Madrid aprovechando la desnortada moción de censura del PSOE y Ciudadanos en Murcia, Ayuso sabe, porque se lo han anticipado los sondeos, que está en condiciones de situarse ante el umbral de la mayoría absoluta. Desde que Iglesias ha presentado su salida del Ejecutivo como una supuesta misión sacrificial para destronarla, la baronesa del PP sabe algo más: que le ha venido Dios a ver, tanto como para acariciar la hegemonía en solitario aglutinando a toda la derecha por la vía de birlar a Vox su 'voto útil'. Iglesias está a la espera de descubrir si su fulgurante irrupción se ha hecho carne. Si el 4-M se encamina ya hacia un duelo al sol entre él y ella, en la que todos los demás, a izquierda y derecha, se limitarían a contemplar el chotis desde el tendido.
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No lo tiene sencillo el votante de la izquierda en Madrid, y no solo por la frustración de asistir, elección tras elección, a la fractura en sus filas y a la granítica resistencia del PP. Por de pronto, la entrada en el barro de Iglesias ha acentuado las grietas en el progresismo, al forzar a Más Madrid a decirle 'no es no' tras su envenenado ofrecimiento a Iñigo Errejón para ir coaligados a las urnas; ha revigorizado el voto reactivo -«O comunismo o libertad»- hacia Ayuso; y va a obligar a elegir bando si las encuestas y la campaña se escoran hacia un mano a mano entre la presidenta y él. Porque cabe imaginarse el dilema del elector de la izquierda templada si el único candidato que aflora con opciones de aguar la fiesta a la baronesa es ese Iglesias con el que parte del 'rojerío' no sintoniza o al que tolera de muy mala gana.
El «soso, serio y formal» de Gabilondo no habría tenido la ocurrencia de Murcia que prendió la mecha
La maniobra puede salirle por la culata al líder de Unidas Podemos, en Madrid y en la política nacional de la que no se ha ido en ningún caso; todo lo contrario, porque lo que ocurra en el abrasivo foro madrileño condiciona hoy el futuro de España, el porvenir de la legislatura. Por más que el mensaje en las filas socialistas sea que el Gobierno va estar más tranquilo sin su agitador de cabecera y que la determinación es agotar mandato; lo cual es lo esperable, dado que no hay un ejecutivo que confiese que piensa hacer dejación de su poder. El primer aviso del todavía vicepresidente ya en campaña -«No nos doblegarán», en alusión al cisma entre el PSOE y su partido por el control público de los alquileres- apunta a que piensa ir con todo para hacer gala de su autenticidad frente a Ayuso, actuando si es preciso como el 'candidato opositor': el que puede construir su alternativa «antifascista» erosionando al Gobierno de España, al Gobierno de Sánchez, en el que tanto bregó por sentarse.
Un vicepresidente que sale del Ejecutivo al rescate electoral de los suyos, en un terreno donde compiten también sus compañeros de Consejo de Ministros, constituye un quebradero de cabeza que Sánchez intenta remediar oponiendo al tándem Ayuso-Iglesias el talante «soso, serio y formal» de Ángel Gabilondo. Las bondades de esos adjetivos como enganche contra la crispación resultarían más creíbles si el presidente no hubiera construido su propia leyenda sobre los golpes de efecto. De hecho, nadie se imagina a Gabilondo maquinando la ocurrencia de Murcia que prendió la mecha.
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