El presidente Sánchez ha echado mano de su recurrente manual de resistencia desde el mismo momento en que anunció su decidida apuesta por los indultos ... a los presos catalanes del procés. Sin embargo, en estos quinces días de espera, bajo una avalancha de críticas, ha tenido que apretar los dientes hasta recibir ayer un significativo y valioso aval a su iniciativa -contestada con dureza desde la derecha- por parte de Oriol Junqueras. Sánchez no estuvo fino en Bruselas cuando defendió las medidas de gracia al argumentarlas como una apuesta por la «concordia» y el «entendimiento» frente al «revanchismo y la venganza». El presidente pudo haber enarbolado las virtudes de su propuesta en base a los dos primeros términos, pero al confrontarlos con sus antónimos dejó al albur una velada crítica al Tribunal Supremo, sentenciador de los encausados del procés que, además, en su último informe mostró su rotunda oposición a que se tramite cualquier indulto.
El hoy preso Oriol Junqueras, que estuvo en 2017 en la sala de máquinas de aquella revuelta independentista, aplaude estas medidas de gracia y abjura de aquellos métodos rupturistas por los que alteraron el orden constitucional y provocaron la aplicación por primera vez del articulo 155. Junqueras, líder espiritual de ERC condenado a 13 años, y que hasta ahora pilotaba el frente de un independentismo irreductible, da un giro copernicano a sus ideas, abraza las tesis posibilistas y reniega de la vía unilateral. Sánchez, que mirará de reojo este domingo a Colón, con un Casado que reincide en una foto que en nada le beneficia, toma aire y refuerza su posición. No obstante, el presidente deberá acompañar estas medidas de gracia con un proyecto territorial que desatasque de una vez el callejón sin salida en el que se encuentra Cataluña. Mientras, Sánchez, al que Junqueras le ha dado oxígeno, acaricia terminar la legislatura.
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