Eneko Goia demostró ayer una notable habilidad para sortear los escollos en ese 'servicio de urgencias' que se ha convertido el Ayuntamiento. Lo hizo con ... un relato ágil y directo, que es lo que se echa en falta en estos tiempos en los que los discursos de madera empiezan a empalagar. Y dejó caer un punto de épica y ambición al apelar a 'soñar' en los desafíos futuros. ¿Cómo será San Sebastián dentro de cien años? ¿Cómo nos recordarán los donostiarras de esa época? ¿Será con el reconocimiento que hoy tributamos a quienes en 1863 tomaron la decisión de derribar las murallas?
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Goia sabe que cualquier gestor se enfrenta hoy a luces y a sombras. Las segundas revelan un desgaste en la gestión, en buena medida bastante lógico después de diez años en momentos muy convulsos. Materias sensibles como el turismo, la vivienda o la seguridad se han convertido en bombas de relojería si no se lideran con una mayor complicidad de la ciudadanía y con reflejos. Es algo común a todas las ciudades. Aquí estriba el problema: colisionan intereses muy complejos. Goia se empeña en situarse en la banda de la 'centralidad'. No basta con el voluntarismo. Armonizar voluntades es una tarea titánica.
Después de diez años como alcalde, Goia reclama no quedarse en el 'síndrome Calimero' de la queja permanente, y abordar el cambio que viene «sin miedo». Una década es un período suficiente para valorar aciertos y errores. Faltan dos años para que terminen obras de impacto social. La revolución será el nuevo Topo y más adelante el nuevo barrio de Loiola, Pero hay mudanzas incómodas. El factor tiempo es muy lento en una ciudadanía en la que ciertos estados de ánimo que antes tardaban años en cuajar ahora afloran en un minuto. Ley de vida.
El debate es si estamos aún a tiempo de que Goia caiga en el error en el que se metió Odón Elorza en 2009, cuando afrontaba su tercer mandato. El alcalde socialista de entonces subestimó la existencia de un desgaste. Y lo pagó en las urnas en 2011. Las comparaciones descontextualizadas son injustas, pero hay líneas compartidas que flotan en el ambiente. Goia pide «no dormirse en los laureles» pero elude si existe un sentimiento latente de malestar donostiarra por la erosión creciente de determinados problemas en un territorio reacio históricamente a las transformaciones. Hay cuestiones, tangibles e intangibles, que constituyen un imaginario conflictivo para cualquier gestor. Goia se enfrenta al 'elefante en la habitación'. La humildad es necesaria y la cercanía también. La empatía de los gobernantes se basa en que transmitan pulsión y pasión donostiarras.
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Las mil polémicas
San Sebastián, la ciudad de las mil polémicas, es uno de los territorios más complejos para administrar. Necesita mano izquierda y mano derecha. La autocomplacencia es nuestro tradicional peligro. La palabra innombrable se llama declive y nadie quiere pronunciarla manoseando las cifras récord de los éxitos. Goia ha intentado darle la vuelta pero aún necesita que ese discurso cristalice en una emoción más visible. Debajo de los manteles no solo encontramos pintxos sofisticados. También otras caras de la ciudad menos vistosas, otras realidades menos plácidas, aunque siempre nos quede sacarnos un conejo de la chistera como referente de ilusión colectiva. Cada momento tiene su afán y cada época un revulsivo.
Goia no ha desvelado el secreto mejor guardado: ¿será el candidato a la reelección en 2027? Hay voces que dicen que el cambio se está gestando y que el PNV busca un relevo ordenado. No está claro. Una salida de Goia abriría un escenario reñido. Sea o no el aspirante, veremos una correosa batalla, un aperitivo de la embarrada pugna por el poder que se avecina en la política vasca. Lo cierto es que el alcalde dejó marcado su guion desde el 'orden', templado, sin querer meterse en algunos jardines, pero dejando mensajes que van a dar que hablar. Con un alegato frente a los extremismos que hasta ahora ha funcionado. La única certeza es que ya nada es como antes. Ni siquiera el 'marco incomparable'.
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