El relevo de Joseba Egibar al frente del Gipuzko era ya un secreto a voces. En noviembre cumple 65 años y ha entendido que le ... toca la hora de jubilarse, aunque eso no suponga que se retire de la política. Egibar se quita el brazalete de capitán pero nunca dejará la política. Lo lleva en la sangre desde muy joven y su compromiso con el PNV es un ejercicio vital en el que hay vocación a raudales. Pero su marcha abre una nueva etapa. Deja atrás un importante legado político que comenzó con la reconstrucción del PNV en Gipuzkoa después de la escisión y prosiguió también con la dinámica de Lizarra. Su marcha del GBB coincide con el 40 aniversario de la dimisión del lehendakari Carlos Garaikoetxea por su choque con el EBB. La renuncia se produjo en un mes de diciembre. Hay paralelismos realmente llamativos salvando las distancias abismales.
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Ha llovido mucho desde entonces y Egibar ha sido testigo del cambio espectacular en la sociedad vasca que ha afectado a todos. Y en esa transformación, la salida de Egibar es una operación lógica y un recambio natural porque, en realidad, su influencia política ya venía menguando en los últimos tiempos en un partido en el que la dirección nacional, el EBB, tiene la última palabra en temas estratégicos aunque se permite al GBB tener su espacio de poder territorial. Llega también el momento de los balances, como siempre, agridulces. Los últimos resultados en las elecciones forales y municipales del PNV han encendido las luces de alarma. En la Diputación, los jeltzales salvaban los muebles con el pacto con el PSE tras las elecciones de 2023. Pero la marea creciente de EH Bildu les supone una evidente amenaza, sobre todo en los ayuntamientos. Un aviso que pone en peligro su hegemonía en el territorio. Esta radiografía deja algunas asignaturas pendientes que Egibar no ha logrado aprobar.
Es el momento de las luces y las sombras. Se podrá estar o no de acuerdo con sus tesis pero hay que reconocer su carisma interno. Ha sido un político con chispa y con alma y ha entendido la política como un compromiso a una causa ideológica las 24 horas. Esta defensa del 'mundo de las ideas' en una sociedad en la que los valores comunitarios están bajo mínimos resulta meritoria.
Egibar ha jugado un rol en el nacionalismo vasco y se ha envuelto en una bandera de firmeza soberanista que le ha resultado especialmente rentable y que le ha llevado a asumir una leyenda y un estereotipo, aunque no le ha servido, paradójicamente, para 'vaciar' a la izquierda independentista. Más allá de las contradicciones, siempre ha tenido como principal hoja de ruta el sentimiento abertzale y el euskera. Se rebela frente a quienes ven un desfondamiento en Euskadi de los valores identitarios. Pero los cambios sociales en Euskadi también han llegado al PNV y eso coloca a Egibar ante la disyuntiva de quedarse fuera de juego. No se trata solo de un desplazamiento generacional. También de una forma de vivir la política o la militancia en un partido. El final del tiempo de las certezas tiene sus efectos. Ha decidido marcharse porque el discurso de la renovación es imparable. Pero, a la vez, también quiere seguir influyendo y tener a la gente más cercana de su confianza en las áreas de poder en el seno del PNV. Serán las bases jeltzales, lógicamente, las que tendrán la última palabra, pero el continuismo de María Eugenia Arrizabalaga, como la gran favorita a suceder a Egibar, parece fuera de toda duda.
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Si el activo de Egibar ha sido ser combustible para el 'péndulo' soberanista, ha logrado capitanear una determinada sensibilidad en el seno del nacionalismo vasco, obligando a fórmulas de conciliación internas con otros sectores pactistas del partido, tanto en Gipuzkoa como en otros territorios. En el haber de sus carpetas, uno de los históricos problemas del nacionalismo sigue siendo la conexión con la realidad social, mucho más poliédrica y mucho más plural de la que a veces se moldean desde los partidos. Fabricar la política desde una 'burbuja' aislada o endogámica -o solo para los de casa- es un ejercicio de alto riesgo que a medio y largo plazo generará frustración. Lo que ha pasado en Cataluña con el fiasco del procés es toda un anticipo. Pero no entender la fuerza que tiene 'lo emocional', es no asumir que la política es, por encima de todo, pasión.
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