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PEDRO ONTOSO
Lunes, 30 de junio 2014, 07:10
El 4 de febrero de 1981, seis años después de su coronación, el rey don Juan Carlos visitó la Casa de Juntas de Gernika, santuario de las libertades vascas. El Monarca defendió la democracia y las instituciones tradicionales vascas, en un acto que fue boicoteado por los sectores más radicales del independentismo, que intentaron reventar su intervención en un escenario tan emblemático. ¿Seguirá Felipe VI los pasos de su padre y se acercará a la villa vizcaína en lo que podría ser un refrendo simbólico de los Derechos Históricos? En algunos círculos de la vida sociopolítica de Euskadi se sostiene que sería un gesto «muy positivo», un paso «audaz», que serviría para engrasar la relación de la Comunidad Autónoma Vasca con la Corona en un momento de desafección popular e institucional. Y encajaría en su labor de mediación, que es muy ancha.
Y a pesar de la previsible contestación que produciría. En aquel invierno del 81, Juan Carlos I quiso reanudar la tradición secular del juramento por parte de los monarcas de Castilla y de España de los Fueros y las libertades vascas bajo el árbol de Gernika. Tras la interrupción de una treintena de electos de Batasuna, neutralizada con fuertes aplausos por parte del PNV, el Rey reconoció el papel de los fueros vascos, «confirmados por los Reyes de España hasta el siglo XIX», como expresión del «hecho diferencial vascongado» y como «parte esencial de proyecto que posibilitó y estimuló la incorporación vascongada a la propia definición de España». Entonces le escuchaban José María Macua, diputado general de Bizkaia; Juan José Pujana, presidente del Parlamento, y el lehendakari Carlos Garaikoetxea. Todos de color nacionalista.
Los Reyes volvieron a Gernika en julio de 1991 con José Antonio Ardanza de lehendakari y José Alberto Pradera como diputado general. El viaje incluía una visita a aita Barandiarán, padre de la etnología vasca, en su caserío de Ataun, feudo de la izquierda abertzale. En las fotografías de entonces aparece Juan Manuel Eguiagaray, ministro de Industria en el Gobierno socialista. Todavía se respiraba el espíritu del pacto del 78, que lo había aguantado todo. El lehendakari actual, Iñigo Urkullu, ha sorprendido con su declaración de republicanismo y aunque si bien ha asistido al acto institucional de proclamación en el Congreso, ha dejado patente un desapego, un desafecto, casi una apatía existencial a la figura de la Corona, según una expresión utilizada en su círculo más cercano. Asistió al acto de Madrid «por cortesía, no por pleitesía». Y, en Gernika, él sería ahora el anfitrión.
Mano tendida
La relación que Euskadi tenía con la Corona en aquellos primeros años de la historia «no era servil, sino de confianza recíproca», evoca Juan José Álvarez, catedrático de Derecho Internacional y autor de numerosos trabajos sobre los Fueros. El profesor sostiene que una visita de Felipe VI a Gernika sería un gesto simbólico con los Derechos Históricos, que en origen tuvieron un fundamento en el Pacto con la Corona. «Serviría para salvaguardar la figura histórica de los Derechos Históricos, un gesto cargado de un fuerte simbolismo, con un sentido político profundo, en un país como el nuestro tan dado al ritual».
Álvarez cree que Urkullu ha hecho una llamada histórica para conservar, modificar y actualizar el autogobierno, por lo que un guiño del nuevo Rey en esa línea sería «un paso audaz». «Sería un campamento base para hacer cima más adelante. Pero el guiño tendría una trascendencia histórica. El mensaje sería : 'Vengo a reconocer vuestra singularidad' y se interpretaría como un gesto de mano tendida. Claro que habrá gente que lo vería como una legitimación de la monarquía, pero la política hay que hacerla, primero con respeto, y luego con pragmatismo».
El catedrático insiste en que los Derechos Históricos es la base que diferencia a Euskadi de Cataluña. «Esa base impide que planteamientos como los catalanes se produzcan aquí. Y son muchos los que creen que la legitimación democrática de la monarquía puede venir con acertar en el modelo territorial. Cuenta, además, con una condición añadida como Príncipe de Viana en el territorio vecino», señala. Álvarez evoca el Pacto de la Concordia que se produjo en tiempos de Felipe IV, allá por 1630, para sostener que «solo desde la lealtad y la confianza recíproca, tradicional en el devenir de los Derechos Históricos, podrá superarse esta etapa de enquistamiento. El sentido auténtico de la Disposición Adicional Primera de la Constitución solo puede concebirse unida a la conservación, modificación y desarrollo del Estatuto», observa, antes de apostar por «la extrapolación de la potencia del Concierto Económico al Concierto Político» en este nuevo tiempo posmoderno. Blindar el fundamento del autogobierno, «guardar y hacer guardar lo que ahora sería el Concierto Político».
Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional, recuerda, en efecto, cuando venían los reyes de Castilla «porque los Fueros eran un ordenamiento jurídico vigente», si bien ahora -puntualiza-, «los Derechos Históricos están amparados en la Constitución y en el desarrollo del Estatuto de Autonomía». En esa línea, constata que el juramento del Rey ante lasCortes ya incluye su compromiso con las comunidades autónomas. «Lo establece al artículo 61 de la Carta Magna, en el que se dice que 'el Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas'. Felipe VI prestó el mismo juramento cuando alcanzó la mayoría de edad y ahora lo repite como Rey», señala el especialista. Además, la Disposición Adicional Primera establece que la Constitución ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales. Todo va en el mismo paquete.
Pese a esta formalidad ya recogida en el sistema, López Basaguren defiende una «visita institucional» de Felipe VI a Gernika, un acto simbólico en las Juntas Generales, por lo que supone de «gesto de la Corona», y «pese a la contestación que habría por parte de los de siempre» y al «coyunturalismo» del PNV con un sistema «que siempre termina salvándole». «Sería buena una visita de esas características en la que el Rey realizara una invocación al amparo de los Derechos Históricos, que hunden sus raíces en .... En cualquier caso, una referencia elíptica a unos derechos que tienen su anclaje en la Constitución y en el Estatuto», matiza, consciente, además, de que las tensiones por el modelo territorial es una de las crisis que coinciden ahora en España en una tormenta imperfecta.
Santiago de Pablo, profesor de Historia Contemporánea, considera que la visita de Felipe VI a Gernika sería «positiva», pese a que a muchos «le rechinaría». El historiador, experto en nacionalismo vasco, cree que sería una manera «de recuperar una tradición simbólica desde cuando los territorios vascos se enganchaban con los reyes». También él pone el foco en el «arsenal simbólico, que pones a pasear cuando necesitas armas para sacar un provecho político».
Y puestos a hablar de simbolismos, De Pablo pone el acento en un aspecto de la escenografía de la ceremonia de abdicación, que no ha sido valorada. «Durante la firma de la ley orgánica que haría efectiva a medianoche del miércoles la abdicación en el Salón de Columnas del Palacio Real, las cámaras hicieron un barrido de la sala, que estaba repleta de banderas. A la izquierda de la española estaba la de la Unión Europea, pero a la derecha, en el primer lugar de todas las comunidades autónomas, figuraba la ikurriña. Es la primera por orden de aprobación y la entrada del Estatuto vasco en el Registro. El valor simbólico siempre es importante».
Francisco Letamendia, profesor de Historia Social y en un tiempo parlamentario de Herri Batasuna, sostiene que «la fórmula premoderna vigente en tierras vascas de la jura de los Fueros, ligada a la del Pacto con la Corona, podía funcionar en tiempos anteriores a las revoluciones nacionales, cuando podía pensarse en soberanías compartidas entre el monarca y el orden foral. Pero no es compatible con el principio moderno de la soberanía del pueblo-nación. Y de hecho no ha funcionado. En febrero de 1981, cuando todavía subsistía una cierta esperanza en el Pacto con la Corona, el rechazo a la presencia del Rey en la Casa de Juntas de Gernika sólo fue minoritario; hoy día, si bien divergerían las formas, el rechazo, al menos en la Comunidad Autónoma, sería ampliamente mayoritario».
¿Podría corregirse esta situación?, se pregunta el profesor Letamendia, para contestar a continuación que «teóricamente sí», solo que «el equivalente actual de la soberanía foral es el derecho a decidir. Una aceptación de la multinacionalidad del Estado podría expresarse en la aceptación explícita del rey en Gernika de este derecho y de sus consecuencias. Pero todas las declaraciones del ya rey Felipe VI indican que, en este punto, su actitud es la de su padre. En estas circunstancias, una hipotética Jura de los Fueros por el Rey sólo encontraría credibilidad entre los partidos que han votado en Cortes a favor de su proclamación, minoritarios en estas tierras». La agenda de Felipe VI pasa, primero, por Cataluña, donde el órdago soberanista espera respuesta. ¿Quién se atreve a proponer la visita? El gesto tendría un gran calado político, mucho más allá de un ezkerrik asko en la despedida de un discurso y la cita al poeta Gabriel Aresti, euskaldunberri, progresista y deudor de la tradición republicana.
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