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Caminos bordeados por encinas, repechos donde surge la cola de caballo, el equiseto.
Donde el lagarto se esconde
EXCURSIONES

Donde el lagarto se esconde

Parece difícil, casi imposible, pero decidimos perdernos entre Zumaia, Elorriaga y el flysch. En el corazón kástrico. Entre laureles en flor

BEGOÑA DEL TESO

Sábado, 9 de agosto 2014, 14:49

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El desafío consistía en perderse. En una zona perfectamente señalizada. Perderse en un territorio que tiene mapa propio. Perderse más allá de esas seis 'estaciones' (marmitas, ruedas de tractor, casetas para perros...) que entre el agroturismo Santa Klara, el caserío Arantza y otros lugares habitados, recuerdan al paseante dominguero, al urbanita con ganas de aventura, que está en un biotopo donde el extraño, la especie invasora, puede ser él a poco que olvide que no ha de salirse de los senderos marcados; a poco que arranque lo que no debería arrancar, o crea que los corderillos pascuales recién nacidos son peluchones.

Perderse aun sabiendo por dónde empezó nuestra ruta: al entrar en el centro urbano de Zumaia tomaremos la cuesta que se inicia en el edificio sede de la Guardia Municipal, no lejos de la gasolinera. Dicha cuesta lleva al cementerio y a la ya mentada casa rural Santa Klara cuyas etxekoandres, por cierto, son parte del puñado de aguerridas mujeres vascas que protagonizan un documental imperioso: 'Larre motzean', firmado por Patricia Ponce y más gente interesante. De momento, ni visitamos a los muertos ni reservamos habitación. Seguimos adelante. Sin pararnos tampoco en el caserío Agerre sino dejándonos caer por la pendiente que desciende. Pronto nos encontraremos con una rueda de tractor gigante convertida en un 'Detente, kaletarra' monstruoso. La rebasamos por la derecha, entre los retoños de un bosque recién plantado en auzolan foral. Nos desviamos de la ruta porque hemos detectado el vuelo de una curruca. Quizás sea la capirotada, quizás la cabecinegra, pero desde luego se trata de esa avecilla que habita entre espinos, alcornocales, lentiscos, palmitos, sabinares, carrascales, o pinares; siempre en sotobosque. También ocupa jardines o grupos de árboles cercanos a viviendas. De hecho, aquí revolotea sobre las sendas que se deslizan hacia el mar pero muy cerca de un cercado de madera nudosa que protege un jardín arbóreo. Ahí descubrimos un laurel poderoso que dentro de mucho tiempo se hará árbol imponente y ya ha florecido. En la parte más umbría de su tronco sentimos la presencia de un lagarto ocelado. Sí, las webs insisten en que habita en la Península Ibérica... excepto en la cornisa cantábrica. Será que a este le gusta ser la excepción en un biotopo que causa admiración por sus acantilados, por ese flysch que no solo provoca vértigo en todo el planeta sino que da pie a documentales como el de Gorritiberea e Hilario, 'El susurro de las olas'.

Empezamos a perdernos pues junto a un lagarto ocelado, de escamas azulonas en sus flancos y manchas verdosas en su espalda. ¿Intentaríamos tocarle? Mejor no. Grande como ningún otro saurio europeo, ataca a sus enemigos con una mandíbula feroz y no suelta a su presa hasta que queda claro que, de nuevo, el extranjero es el visitante que no respeta la ley no escrita de estos parajes.

Ensalada de cola de caballo

  • Perderse implica caminar mirando las orillas de las veredas, sorprenderse por los juncos esbeltos o descubrir que el arce no solo crece en el Canadá de la Policia Montada y las películas de Cronenberg.

  • Perderse significa coger hierbas y masticarlas como hace Lucky Luke desde que las leyes antitabaco le quitaron el pitillo de sus labios de vaquero. Perderse tiene sabor a bayas y frutas. Perderse es encontrar, por ejemplo, cola de caballo, equiseto que crece en los bordes de las paredes húmeda. Diurética, contiene magnesio, fósforo, nicotina y ácido cafeico. Depurativa, antiinflamatoria, con un potente toque amargo y un olor intenso, ¿por qué no habríamos de prepararla en ensalada? No, sola con ajo quizás fuera demasiado fuerte y rasposo su sabor. Mézclenla con nueces, pasas, alguna variedad de lechuga que sea algo más que un puñado de hojas verdes. Bañado (tocado) todo por aceite de olivas atlánticas.

  • Perderse, el mar, las estrías de la tierra por horizonte, es también eso (re)crear recetas con plantas que bordean las revueltas interiores del Geoparkea.

Retornamos al punto geográfico marcado por la rueda del tractor. Un rebaño cambia de prado y pasto. Avanzamos. A pie. O a rueda. Al rato llegamos a una fascinante encrucijada de caminos. Estamos a 510 metros de la zona de recreo de Elorriaga. Podríamos tomar la ruta Talaia hacia Zumaia. Sabemos que en dos horas 20 minutos alcanzaríamos Itxaspe. Otra señalización, en madera más oscura, no pintada y salitrosa nos recuerda, con la imagen tallada de un peregrino que bordeamos el Camino de Santiago costero. Reparamos también que nos encontramos junto a la ermita de San Sebastián, antigua como de los siglos X u XI. A su lado, en la pared blanqueada de una casa chica, un canario ahueca sus plumas para protegerse del viento loco de abril. Un poco más abajo, la taberna: Toki Alai. Con wifi y polos de chocolate. Con una impresionante tortilla de jamón acompañada de tomate cantábrico. Abierta hasta el anochecer.

No tenemos pérdida porque un panel nos habla de Sakoneta y la cueva de Urteaga. Cuando lleguemos al área de descanso, otro cartel nos situará en el circuito de la SL GI 5002. Pero nuestro afán era perdernos así que tomanos un sendero punteado por grandes encinas de costa. Al final, nuestro bucle nos llevará a un mirador sobre los acantilados pero mientras, de vuelta ya, pisamos los cantos rodados sentimos que lo logramos: nos perdimos entre el mar y el laurel. Entre lagartos y corderos. A lo lejos paseaban los turistas recien llegados por el tirón de 'Ocho apellidos vascos'.

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