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La espada de Gedeón

'El nacimiento de una nación' es un hito en la lucha del pueblo afroamericano que trasciende lo cultural para insertarse en lo sociológico

Josu Eguren

Jueves, 16 de febrero 2017, 20:08

«El cadáver de Nat Turner fue desollado y desmembrado, su piel cosida en reliquias, su carne batida como grasa para carretas con la esperanza de prevenir un legado»

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Herida de muerte por la polémica que rodea a Nate Parker y a su guionista, y excompañero de equipo de lucha universitaria, Jean Celestin (el segundo fue encontrado culpable de violar a una compañera de la Universidad Estatal de Pensilvania durante una velada en la que la víctima mantuvo relaciones sexuales consentidas con el director de 'El nacimiento de una nación'), el juicio paralelo a la película que arrasó en la última edición del festival de Sundance obliga a manejarse con una cautela que en ningún caso significa despreciar los hechos ni expresarse con ambigüedad en lo referente a una más de las incontables jóvenes agredidas en los campus estadounidenses (véanse las estremecedoras confesiones de las mujeres que participan en 'The Hunting Ground', de Kirby Dick). Personalmente considero que no existe nada más despreciable que la equidistancia cuando existe la evidencia de los hechos probados, pero me cuesta ignorar que la singularidad de 'El nacimiento de una nación' trasciende lo cultural para insertarse en lo sociológico porque, más que una película, la ópera prima de Nate Parker es un acontecimiento, un hito en la lucha del pueblo afroamericano que con excepciones como la de 'Malcom X' apenas ha tenido oportunidad de escribir su historia en el tono grandilocuente de las superproducciones que arrastran a las masas. En cierto sentido, el análisis de 'El nacimiento de una nación' invoca el conflicto moral que aflora cuando se trata el clásico homónimo de D.W. Griffith (1915), un elogio al supremacismo blanco que es unánimemente reconocido como pieza fundamental en la evolución del montaje cinematográfico (Tarantino lo destripó con brutal ironía en 'Django desencadenado'), más si tenemos en cuenta que uno de los fundamentos dramáticos de la rebelión antiesclavista liderada por Nat Turner (Virginia, condado de Southampton, 1831) fue la lucha contra los abusos sexuales que sufrían las mujeres negras a manos de los propietarios de las plantaciones del sur.

La fijación y actitudes mesiánicas de Turner, forjado en su desprecio hacia los esclavistas a través de un calvario que le llevó de ser el juguete mimado de sus amos hasta convertirse en un instrumento de control y represión contra su propio pueblo (su dueño hizo fortuna vendiendo los servicios de Turner a otros negreros que solicitaban sus dotes de predicador para alienar las conciencias de sus esclavos maltratados), son expuestas mediante una cronología narrativa modélica en el diseño de un héroe iluminado por la gracia de Dios. Sin rozar la excelencia emocional del cine de Spielberg ('El color púrpura', 1985) pero capaz de imprimir vigor y realismo hipnóticos a escenas en las que el primer plano de Turner se superpone a una masa de personajes abocetados, Parker rumia un estallido de violencia extrema sofocada con dureza y una gran dosis de ensañamiento que reverbera en nuestro presente histórico.

Manejando los tiempos con rigor académico (y antirevolucionario), y rimando bellísimas imágenes de crueldad soterrada (exquisitos travellings sobre los campos de algodón) con sonidos tribales, espirituales negros y piezas extemporáneas pero tan ilustrativas como 'Strange Fruit' (interpretado por Nina Simone), Parker amalgama un compendio de referencias, a cual más evidente, que terminan imponiéndose por la contundencia de su enunciación. Poco amigo de la sutileza con la que Jeff Nichols condensa los horrores de la esclavitud y el segregacionismo en una de las secuencias más inspiradas de su infravalorada 'Loving' (aquella en la que un grupo de niños mulatos improvisa un columpio lanzando una soga alrededor de la rama de un árbol), el director y protagonista de 'El nacimiento de una nación' prefiere cerrar filas entorno al punto de vista de su personaje endureciendo un mensaje que puede confundirse con el discurso del odio.

«De los árboles del sur cuelga una fruta extraña.

Sangre en las hojas, y sangre en la raíz.

Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña.

Extraña fruta cuelga de los álamos.

Escena pastoral del valiente sur»

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'Strange Fruit', por Nina Simone

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