'El manantial', pura arquitectura cinematográfica
Entre la huella de Frank Lloyd Wright y el liberalismo asoma un intenso melodrama arquitectónico de pasiones e ideales que mira al cielo y al infierno con la firma de King Vidor
Guillermo Balbona
Jueves, 15 de septiembre 2016, 17:30
Lo sorprendente es esa naturalidad que revelan sus imágenes para mostrar lo intenso y pasional sin debilitar una cuidada composición formal. Ese juego de tonos y contrastes asoma en este hábil melodrama que se sirvió y creció, fuera y dentro de la pantalla, de un romance tórrido entre Gary Cooper y Patricia Neal. La moral individualista, la querencia por las soflamas y los giros dramáticos construyen la arquitectura de El manantial, que narra la enérgica lucha de un artista fiel a sus principios.
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Curiosamente este personaje en la ficción de un arquitecto recién licenciado está encarnado por una ya madura estrella como el protagonista de Solo ante el peligro lo que chirría en ocasiones. King Vidor se confirmaba como un gran retratista de las grandezas y miserias cotidianas del ser humano. Román Gubern ha ensalzado su leyenda como la de "un pionero de la era fundacional y bíblica, que supo ser un sensibilísimo testigo y cronista de su tiempo". 'El manantial' (1949) sin duda lo confirma y, a su vez, pasa a la historia como uno de los títulos, aunque algo olvidados, más representativos de su trayectoria. Asimismo está considerada como una de las cimas de su gusto por el reflejo del individuo en diversas situaciones llegó a decir que su punto de mirada favorito era la guerra, el trigo y el acero, siempre con una cuidada planificación de los espacios naturales donde fijaba sus rodajes.
El filme basado en una novela de Ayn Rand recorre y sumerge al espectador en el perfil de un arquitecto idealista que se ve inmerso en la corriente de burócratas y funcionarios dispuestos a frenar su imaginación. Al cabo, una historia de amor y amor propio, metáfora de la visión del cine que tenía Vidor. Entre la huella de Frank Lloyd Wright (cuya iconografía se reconoce en las referencias arquitectónicas que salpican la cinta) y el liberalismo asoma un intenso melodrama arquitectónico de pasiones e ideales que mira al cielo y al infierno. El individuo frente a la colectividad y la sociedad, el amor y el desamor que crecen entre planos y maquetas, la ambición y la desmesura de los proyectos, el pragmatismo y el idealismo artístico se codean y golpean, conviven y estallan, en este drama potente donde llegan a fundirse el esplendor creativo y el fuego de la pasión amorosa, la originalidad y la integridad. Poderes e ideales, algo de panfleto y manifiesto político, perfil del héroe solitario frente a la masa, y el sueño americano constituyen la argamasa con la que se va construyendo un rascacielos que quizás no llega a tocar el cielo de otros filmes de Vidor, como Duelo al sol.
La escritora y pensadora rusa exiliada en Estados Unidos Ayn Rand edificó este drama de un arquitecto incomprendido. Con el paso del tiempo, al margen de la adaptación a la pantalla, se convirtió en una referencia clave del pensamiento liberal del siglo XX. Apasionada por la arquitectura y empapada por el mundo creativo de Frank Lord Wright, su visión quedó plasmada en Chicago, como referencia de la arquitectura moderna. Max Steiner pone la pátina sonora magistral a esta, a veces contradictoria, y en ocasiones discursiva soflama. Su personaje proclama: «Para decir yo te quiero, uno debe saber primero cómo pronunciar el yo». La narradora que intervino activamente en el guión, amenazó con suspender todo el proyecto si sufría la mínima modificación, especialmente prolijo en el alegato final que pronuncia un Cooper con cara de no saber muy bien que quería decir aquello, mientras vivía su convulsa relación con Patricia Neal. «Ningún edificio es insignificante. Construiré para quien me lo pida en cualquier lugar, siempre y cuando construya a mi manera», sostiene el protagonista a modo de declaración de principios de la obra original, del propio filme y de la filosofía individualista imperante.
Al cineasta de 'Y el mundo marcha' le falta la desgarradura atormentada de un intérprete que hubiese transmitido mayor energía y visceralidad a la lucha interior que habita en el personaje. Vidor, siempre cuidadoso, solapa los conflictos, equilibra las acciones y no deja que la corriente política se apodere del discurso. Lo social, el debate entre lo moderno y el conservadurismo, lo judicial y romántico encuentran sus diferentes lugares en el mundo de este microcosmos subrayado por la magnífica utilización de los espacios en una cinta donde es clara la capacidad de síntesis visual que desarrolló el cine silente. Historia machista la novela fue un auténtico best seller para los soldados norteamericanos de la segunda guerra mundial uno de sus elementos implícitos, expresado a veces de forma subliminal frente a la censura radica en la tensión sexual intrínseca a los conflictos.
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Hasta cierta cota es un contrapunto a otra brisa nada desdeñable que cruza el filme y subraya su singularidad y cierto anacronismo: ese tono delirante, desmesurado que se cuela en sus entresijos. En esa mirada fálica del rascacielos deseado reside el juego de contrarios entre lo sublime y lo dispatarado. 'El manantial', más allá de los encasillamientos, es una poderosa vivienda cinematográfica en la que buscan su hábitat las pasiones humanas y donde confluyen los conflictos emocionales más desatados. El diseño artístico y los diálogos, en muchas ocasiones en franca competencia formal, permiten al espectador reptar por el estudio de un arquitecto que sirve de metáfora social. Y entre tantos espacios por habitar los fotogramas, como ojos de un edificio vital, enseñan las entrañas de la creatividad y el retrato de una vida en construcción.
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