Una escena de la película.

'Desde allá', una deslumbrante parábola del fatalismo

La ópera prima del venezolano Lorenzo Vigas, ganadora el pasado año del León de Oro en Venecia, se fundamenta en la atmósfera enigmática, se posa en la frialdad y huye de lo obvio

Guillermo Balbona

Jueves, 23 de junio 2016, 16:56

En tiempos de miseria moral, de escaparate y exhibicionismo, de pornografía de la banalidad y la superficialidad, hay relatos que buscan lo interior, el espacio cerrado, la inmersión en lo oscuro, el subterfugio y el subtexto. 'Desde allá', de Lorenzo Vigas, un filme venezolano, en realidad un microcosmos en el que confluyen referencias creativas y emocionales del nuevo cine latinoamericano, se alzó el pasado año con el León de Oro en el 72° Festival Internacional de Venecia. Esta ópera prima se decanta por el fuera de campo, opta por la sugerencia, discurre en el silencio, se fundamenta en la atmósfera enigmática, se posa en la frialdad y huye de lo obvio. Quizás le falte desgarradura a esta historia que desvela su poso excesivamente planificado pero que se adentra con valentía en un territorio que elude lo aparentemente morboso y muestra su querencia por lo angosto, la claustrofobia moral, las sombras implícitas tras los no diálogos.

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En lo lineal y aparente, 'Desde allá' aborda en esencia una relación homosexual, la historia de un hombre solitario de clase media y su inesperada relación con un joven de la calle, un buscavidas, y se alimenta de insinuaciones, de lo subliminal, de la materia prima de esa lentitud casi conceptual.

Exenta de banda sonora musical, esta coproducción venezolano-mexicana, basada en una historia de Guillermo Arriaga, guionista de '21 gramos', se postula como una ópera prima sustentada en la intensidad de las interpretaciones, en la coherencia de un tono, en su rechazo a las resoluciones facilonas, la celeridad gratuita y la catarsis. 'Desde allá' golpea precisamente desde ese no lugar en el que la radiografía social de la desigualdad, la normalidad fría de lo cotidiano, las vidas en primera instancia y las que transcurren en la profundidad del enigma confluyen en torno a dos personajes y sus respectivos paisajes morales y sus trayectos de supervivencia.

Es un filme duro que nunca se muestra de frente. Sus personajes se ocultan pero a su vez describen una parábola del fatalismo, de la desesperanza, perversos y solitarios, dentro de un trayecto narrativo seco, árido, callado que traduce, sin aspavientos ni desgarros, lo sórdido y la violencia inherente, soterrada, inevitable.

Pero el filme de Vigas sortea con inteligencia las etiquetas. Es un drama matizado, un fragmento desprendido de una vieja historia neorrealista pero mediatizada por la universalidad de la angustia, la destrucción o el amor, el callejón sin salida y el espejismo fugaz, más que la ilusión. Secuencias urbanas, de calle, alejadas de la cámara casi siempre, alternadas con miradas cercanas, sin elocuencias, concentradas, fruto de una sobriedad en ocasiones incómoda e inquietante.

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Alfredo Castro, no siempre acertado en la elección de sus filmes, construye aquí un retrato de esos que justifica una película. La sombra de 'La calle de la amargura' y otros filmes de Arturo Ripstein es patente en la obra del joven cineasta venezolano. Su cámara oculta para desvelar, niega para afirmar. La soledad es como una fuga de agua en esta disección fría pero contundente de un hombre que se enfrenta a un espejo en el que nunca acaba de reconocerse. Como la propia sociedad que lo acoge colisionan apariencias y necesidades íntimas, la podedumbre moral y el silencio. Tras la rutina, lo que sublima el filme es lo que no vemos. Y en eso Vigas se revela tan lúcido como disciplinado. El riguroso perfil lo mismo se detiene un minuto sobre unas fotografías familiares sobre un aparador que muestra una paliza callejera sin que veamos nunca el cuerpo.

Rutina y turbiedad se aúnan, dialogan y se solapan. Personajes siniestros y hieráticos y una metáfora muy esquemática pero funcional sobre ricos y pobres, prepotentes e indefensos, chulos y humildes, en cualquier caso todos indefensos, inadaptados, desamparados emocionales, también físicos.

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Lo deslumbrante de la cinta es su minuciosidad y rigor para mostrarse como el trabajo de un orfebre con un bisturí fiel, preciso, sin sutilezas, límpido. Cuando ambos protagonistas se miran en silencio, cuando llenan las oquedades, o habitan en el vacío, el filme alcanza su mayor ritmo paradójicamente. Cuando se retuercen los azares y situaciones en busca del desencadenante dramático el filme desfallece, aunque permanezca su tono hipnótico. Uno acompaña a Armando por Caracas como si fuese un guía casual pero fiable. En lugar de la ciudad este sherpa de lo oscuro nos proyecta por una elipsis continua, la de la propia vida, en una obra tan dramática como calculadora.

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