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Marlon Brando, en una escena de 'El rostro impenetrable'.

'El rostro impenetrable', un antiwestern visceral y ególatra

Premiado en San Sebastián, vapuleado por la crítica norteamericana, pero acogido con cariño en Europa, el filme es un espejo deformado de la personalidad de Marlon Brando

Guillermo Balbona

Miércoles, 13 de enero 2016, 20:34

Se ve el mar. Marlon Brando hace de Marlon Brando. Y el mundo parece haber hallado su paisaje definitivo. Sugestiva, melancólica e hipnótica. El mar es el testigo inesperado. Cabe en su discurso visceral, en su fisicidad radical, un movimiento invisible que mece las sensaciones. Nació de sucesivas convulsiones y caracteres, pudo dirigirlo Stanley Kubrick y acabó firmándolo y reafirmándolo su protagonista, Marlon Brando, en su primera y última incursión en la dirección. Pero esa irregularidad fundacional, su desmesura y sus vaivenes creativos dejaron en su energía una extraña textura. 'El rostro impenetrable' (1961) es un western esencial que no quiere serlo. Hay una impostura adherida a sus imágenes teñidas de una geografía y un paisaje habitado por fantasmas. Premiado en San Sebastián, vapuleado por la crítica norteamericana, pero acogido con cariño en Europa, el filme es un espejo deformado de la personalidad de Brando: una desgarrada entraña que atraviesa la historia romántica de un perdedor. Su intrahistoria, hecha de frontera, traición y violencia, presenta ingredientes medulares de género: un banco, un atraco, una amistad truncada, una venganza.

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Como en un Kazan desaforado, Brando y Karl Malden se miran y se enfrentan, colisionan y encarna las estrías de un ajuste de cuentas. El retrato de una obsesión es también una ópera ególatra, un canto psicológico filtrado por el barroquismo estilístico de connotaciones freudianas. A algunos les resulta incómoda esa pátina narcisista que imprime Brando no tanto a su interpretación (algo inherente a su animalidad en la pantalla) como a la descripción de este viaje al corazón de la venganza. Estamos ante un filme atormentado hecho con personajes heridos, que muerden su pasado y que buscan un resquicio de esperanza tras un rastro de sangre. El mar, el amor hallado en el epicentro del fuego del dolor, constituye una osadía poética. La extrañeza y la singularidad presiden este volcánico choque de trenes fronterizo cuyo punto de partida es la novela 'The Autentic Death of Hendry Jones' de Charles Neider, obra que curiosamente estaba ligada al trayecto vital de Billy el Niño.

La adrenalítica gestación también tuvo otros cadáveres exquisitos: su primer guionista era Sam Peckinpah, expulsado de la escritura por el cineasta de 'Espartaco'. Entre las curiosidades que dejó su legado para la historia del cine, dos muy llamativas: El director de 'Grupo salvaje' reconoció dos secuencias de 'El rostro' como suyas, y cuando ya como cineasta firmó 'Pat Garret y Billy the Kid', rescató a dos de los secundarios del filme de Brando. Entre la rareza y la fascinación, la intriga y la atmósfera, asoma la sensación de libertad que, bajo el divismo, discurre como un magma pegadizo y empático. Su título original, 'One-Eyed Jacks', referido a la baraja de póquer americano, ilustra la ambivalencia de sus dos personajes, ejes opuestos y complementarios, que se buscan y se repelen, reflejos de un mismo espejo en el que se mira el destino, la redención y el azar.

Gestualidad, violencia casi sublimada de una paliza a latigazos delante de todo un pueblo a la coreografía de disparos tras una viga de madera, visceralidad y fascinación envuelven esta película sostenida en un duelo permanente, un retrato de canallas y perdedores, de perdición y olvido, de hipocresía y verdad. Sus personajes, anclados en un tempo extraño, pululan atrapados por lo inevitable de sus designios. Hay fatalidad y condena. Todo el simbolismo mágico que adquiere el metraje, supuestamente castigado por los recortes pero salvado por una fe ciega e inspirada, eleva a sus criaturas a través de un misterio atávico. Polvo y sombra de desierto, cabalgadas sin destino claro, el borde del mar como una señal que no se acaba de traspasar.

'El rostro impenetrable' mastica la tragedia, su pasado y su presente, su inevitabilidad. Las olas de fondo, sordas o sonoras, como en 'Rebeca', son el recuerdo turbio y turbulento de una huida imposible. Todo el filme es una metáfora dramática, emocional, sufrida. "Brando fue un genio que comenzó y terminó su propia revolución", dijo una vez Jack Nicholson. La compleja y temperamental furia que destila deja un rastro imborrable. Entre el culto y el olvido cabalga Brando como una criatura mitológica.

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