La megalomanía emocional de 'Fitzcarraldo'
Ópera cinematográfica fluvial, con esta obra Herzog remonta un sueño e invita al espectador a un viaje al centro del delirio a través de uno de los rodajes más fascinantes de la historia del cine
Guillermo Balbona
Jueves, 12 de noviembre 2015, 13:15
Es la historia de una pasión. Y esto en tiempos de inanición, de trivialidad y vulgaridad ya merece una mirada reconstructiva. Werner Herzog se enfrentó a su sombra, a su álter ego, al espejo de su pasión. Para entonces ya había retratado las ambiciones desmesuradas, los reinos de la extrañeza, los límites de lo extremo y los paisajes de lo onírico. En 'Fitzcarraldo' eleva a su cielo creativo la cartografía más intensa de esas coordenadas fantásticas, megalómanas, un gigantismo que, sin embargo, siempre parte del hombre. En su obra el mundo es un escenario, la vida una representación y la emociones, entre bambalinas, agitan los telones y se asoman como banderas que señalan las formas que le permiten al cineasta remontar un sueño. 'Fitzcarraldo' es el relato de una desmesura, también una topografía narrativa, un desafío entre lo telúrico y lo humano.
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Era 1982. El muro aún no se había derribado, Europa pretendía ser otra y Latinoamérica era una apasionante tierra de contrastes, inmensa y diversa. Herzog, entre la excentricidad y la megalomanía, decidió pintar un sueño. ¿Realidad virtual? Nada comparable a este viaje operístico, arrebatador, de geografía peruana y locura universal. Entre enigmas y temblores, Kinski, que hacía ya tiempo que sólo hacía de Kinski en cada plano, encarna a ese personaje descomunal, salvaje, delirante, trasunto de demiurgo y regidor de hombres pequeños y dioses grandes. 'Fitzcarraldo' construyó su propia geografía entre la aventura y la farsa, entre el drama y la devoción fantástica. Una película que transmite como pocas y ahí quizás reside también su incomodidad, su inquieta ansiedad, su magnetismo que va empapando cada remontada y cada fotograma sudado- las sensaciones de una obsesión, esa extremidad que remueve y conmueve. De caucho y locura, de pasos truncados y fracasos temporales, sus 158 minutos de travesía atracan en un conflicto, se orillan en la confusión y ascienden por una montaña donde lo primario y la civilización dialogan con apasionado fervor visual. 'Fitzcarraldo' o la cólera del humanismo. Un filme para soñar despierto, con los ojos muy abiertos, de odisea y epopeya imposible.
El cineasta alemán se enfrentó a uno de los rodajes más intensos, complejos y fascinantes de la historia, a la altura de 'La reina de Africa' o de 'Apocalypse now'. Construir un teatro de ópera en la selva peruana, fundamento argumental, fundió ficción y realidad en una producción sobre arenas movedizas que se enfrentó a paisajes imposibles, a la propia naturaleza única del proyecto, a egos y costumbres y que vivió momentos tan desesperados como los abandonos de los que iban a ser sus principales protagonistas, Jason Robards y Mick Jagger. Después, como en otras de sus cinco películas, de 'Aguirre, la cólera de Dios' al remake de 'Nosferatu', la personalidad convulsa de Klaus Kinski constituyó parte esencial de la demencia seductora que acompaña la historia. Años después de la muerte del actor, su amigo/enemigo íntimo le dedicó un documental, y salió a la luz cómo las propias tribus amazónicas, que colaboraron, no sin mil y un litigios, con el cineasta, le solicitaron abiertamente la necesidad de matar a Kinski, quien había convertido el rodaje en parte fundamental del infierno. El propio cineasta, años más tarde, publicó 'La conquista de lo inútil', los escritos de su diario durante el rodaje de 'Fitzcarraldo', reveladores textos que tan pronto son una diatriba contra Kinski como una reflexión lírica de la naturaleza salvaje.
Caruso fluvial, museo de los esfuerzos inútiles, el 'spoiler' de 'Fitzcarraldo' está en su propia dimensión. Como el viaje a Itaca lo importante es el camino, cursar el río a través de este disparatado y sublime desgarro de un cineasta siempre polémico que ha vuelto con 'La cueva de los sueños olvidados' a la mirada documental que copó su cine fundacional. Herzog, que descubrió el cine ya en su adolescencia, cuando un proyeccionista ambulante pasó por su minúscula escuela, y que aprendió la técnica prácticamente sobre un manual, ha sido un autodidacta instintivo que ha hecho de la psicología, del enigma y la itinerancia un documento de vida. Como en 'Donde sueñan las hormigas verdes' o en 'Encuentros en el fin del mundo', Herzog es un nómada con cámara que pasa de continente a continente, de jungla a paisaje desolado, de paisaje recreado a naturaleza casi muerta, de delirio poético a entorno inmenso.
Como ya sucediera con otros de sus títulos, el cineasta de 'Cobra verde' se zambulle aquí en una pasión irracional y zarandea al espectador con sus propias incertidumbres y miedos. Entre las inclemencias meteorológicas, la jungla como cárcel, la falta de financiación y el reto de querer hacer pasar un barco por una montaña, que vertebra el filme, 'Fitzcarraldo' exuda toda la iconografía de una pesadilla que late en cada plano. Un filme en tierras inhóspitas, de excesos y grandeza, de talento y aventura faraónica. Herzog obró el milagro de que todos, en algún momento, pensemos que esa ópera en plena selva simboliza cualquiera de nuestro sueños imposibles, varado o en construcción. Infierno y derroche, hiperrealismo, la recreación de la empresa descomunal del comerciante peruano Fermín Fitzcarrald, se reflejó en una construcción a escala real de dos barcos de 320 toneladas, la subida por la colina sin efectos especiales y los imprevistos permanentes. Un itinerario pasional digno de Conrad que simboliza las texturas y objetivos de un cineasta con el punto de mira siempre transparente y exento de límites banales. Sus propias palabras revelan con lucidez el ejercicio que se desprende de la aventura intrínseca a 'Fitzcarraldo' y al propio oficio de vivir: "Siempre he sentido que mis personajes pertenecen a la misma familia, aunque sean personajes de una ficción o de no-ficción. No tienen sombras, no tienen u pasado, todos emergen de la oscuridad. Siempre pensé en mis películas como un gran trabajo unitario en el que estuve concentrado cuarenta años. Los personajes en esta enorme historia son rebeldes solitarios y desesperados que no tienen un idioma con el cual comunicarse. Inevitablemente sufren por esto. Saben que su rebelión está condenada al fracaso, pero continúan sin descanso, heridos, luchando solos sin asistencia".
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