El viejo 'matarile'
Las personas de más edad pueden estar capacitadas para seguir contribuyendo al crecimiento de la economía
Estamos en un escenario en el que la ola de jubilaciones esperadas, fruto de la época del baby boom -generaciones nacidas entre finales de los ... años 50 y finales de los 70-, amenazan con poner en crisis el modelo de bienestar, estimándose que para el año 2030 casi el 30% de la población contará con 65 años o más. Esta situación deriva del baby boom, pero también de la mejora de los sistemas y la tecnología sanitaria, entre otras cosas, que suponen un incremento de la esperanza de vida.
Una población envejecida implica una carga mayor de las prestaciones para pensiones y un incremento de los servicios sanitarios y asistenciales; lo que con una fuerza laboral joven, proporcionalmente escasa, no alcanza a generar el crecimiento económico y los ingresos suficientes para el sostenimiento del sistema. El impacto del envejecimiento, como señala la OCDE, es especialmente considerable en el sistema de pensiones, el sistema de salud y asistencia social, el mercado de trabajo y los subsidios de desempleo.
El profesor Andrew Scott, habla del 'mito de la sociedad senescente', y se hace eco de la preocupación existente en muchos países acerca del envejecimiento poblacional, como una verdadera «bomba de relojería demográfica», pero insiste en una visión positiva. El propio concepto de envejecimiento plantea diferentes dimensiones, aunque parezca una cuestión puramente cronológica. Si usted tiene más de 65 años, por ejemplo, ya es un viejo y debería jubilarse...
Sin embargo, el envejecimiento, en su adecuado contexto, teniendo en cuenta que las personas viven más años, con mejor salud y plenas facultades, debería llevarnos a revisar las medidas de edad nominal que tratan a las personas mayores como un problema. Los ciudadanos de más edad pueden estar capacitados para seguir contribuyendo al crecimiento de la economía, por lo que se debe abandonar la lógica de «obsolescencia profesional-laboral programada». Recordemos que la obsolescencia programada es la programación de la vida útil de un producto, para que se vuelva inútil en un período de tiempo determinado previamente. Esto que se aplica a los productos no debería aplicarse a las personas, como si fuesen máquinas, permitiéndoles seguir colaborando, en la medida de sus posibilidades y de forma voluntaria.
Una persona de 65 años en el año 2020 no es lo mismo que una persona de 65 años en 1970, por ejemplo. Así, deben articularse programas flexibles que permitan activar la aportación de profesionales más allá de una edad nominal determinada. Eso redundará en mayores aportaciones al sistema general de pensiones y en una menor demanda de gasto público.
La persona, a lo largo de su vida, establece relaciones de empleo, en un espacio de intercambio llamado empresa u organización, para obtener los recursos necesarios para acceder a los productos y servicios que contribuyen a su bienestar. Pero no solo es cuestión de contraprestación económica, sino también de desarrollo personal y profesional, lo que es fundamental en la percepción de bienestar por parte de la persona. Aplicar obsolescencia programada para que la persona se vea privada de ese espacio, siempre que esté dispuesta y aporte valor, es un error manifiesto.
Todo esto responde, en gran medida, a un paradigma en el que existe un tiempo secuencial para cada cosa: para estudiar, para trabajar y para jubilarse. Pero la realidad responde a un nuevo paradigma relacional, en el que los tiempos se mezclan y se estudia, trabaja y disfruta del ocio a lo largo de la vida, con las lógicas adaptaciones en intensidad, perfil de la aportación y modelo de reconocimiento-retribución.
Se comprende que, en una sociedad en la que las generaciones mayores han acumulado el poder económico, político y social, y no se han caracterizado, precisamente, por entregar el testigo en el momento adecuado a las nuevas generaciones, haya una suerte de 'venganza generacional', materializada en un quítate tú que me pongo yo, al hilo de la música del 'matarile'. Así, los jóvenes esperan pacientemente a que se cumpla la obsolescencia profesional-laboral programada, que se activa en un funeral previsto para los 65 años, dando el viejo 'matarile' a las viejas generaciones.
Sin embargo, la sociedad senescente -sociedad que empieza a envejecer- está llena de oportunidades, porque de la senescencia a la obsolescencia hay un mundo lleno de posibilidades. Comprendo a los que evocan a Max Plank para apelar al funeral y ver de avanzar de funeral en funeral... pero de ahí a ser objetos de obsolescencia programada hay un paso que tiene que ver con la libertad, el libre albedrío, las capacidades y la situación personal de cada uno.
Necesitamos un pacto generacional que concilie las expectativas de los jóvenes con las de los mayores, en un espacio compartido en el que unos aportan capacidad ejecutiva y los otros capacidad consultiva. Una mirada optimista al progreso, como diría Johan Norberg, significa reconocer que más ojos que nunca pueden ver los problemas pendientes de resolver y que más cerebros que nunca estarán afanados en descubrir posibles soluciones. En esa misión no podemos dejar de lado la aportación de generaciones de personas con experiencia que pueden contribuir a construir el mundo que viene. Por cierto, el pasado 29 de abril se celebraba el día europeo de la solidaridad y cooperación entre generaciones, instaurado en 2009. Pues eso...
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