La rebelión de los taxistas
La prolongada huelga de los taxistas madrileños, que anoche llegó a su fin, es algo más que un conflicto laboral entre tantos como vivimos a ... diario. Quizás haya que empezar por reconocer las razones humanas que la aparición de una competencia dura como la que plantean las VTC está creando a muchos profesionales que tienen en el taxi su puesto de trabajo e inversión, y de rebote a muchas familias. Pero, a la hora de analizar el problema -que realmente no es nuevo-, también hay que tener en cuenta otros elementos que les restan razones o, cuando menos, complican sus reivindicaciones.
El taxi es un sector de características muy especiales: se trata de un servicio público casi esencial que prestan trabajadores autónomos o empresas privadas. La competencia, por lo tanto, parece lógico que esté regulada pero no cerrada. El régimen de cuasi monopolio que exigen los huelguistas choca con la calidad del propio servicio y se vuelve anacrónica ante el avance de las nuevas tecnologías. La competencia que crea la informática, la automatización y pronto la robotización a muchas actividades es evidente.
Y cada sector va capeando la evolución que se impone como entiende y puede. Al taxi como actividad le ocurre lo mismo. La facilidad y garantías con que las VTC resuelven los problemas del transporte urbano, más pronto que tarde resultará imbatible. Es evidente que las administraciones no están sabiendo adelantarse a este futuro, pero los taxistas en su obstinación tal vez no han reparado en que se están oponiendo a la posibilidad de que los ciudadanos tengan otra alternativa en el servicio.
Y esto es muy difícil de rebatir. La huelga tropezó en todo momento con muy pocas simpatías entre los usuarios. De hecho, es una huelga contra los propios clientes potenciales que son los damnificados. Y no sólo por los trastornos que causó a muchas personas con el paro y los obstáculos creados al tráfico por algunas manifestaciones, sino también por su propia y peculiar condición. Las huelgas -dejando de lado las políticas, que no es el caso- normalmente responden a enfrentamientos entre trabajadores y empleadores en la disputa por salarios o condiciones laborales.
En este caso, sin embargo, la huelga de los taxistas es contra los usuarios; es decir, contra los clientes, algo realmente inusual. Una rebelión contra la posibilidad de que los usuarios se beneficien con las ventajas de la competencia y la calidad del servicio. Por eso mucha gente no la ha respaldado. Por el contrario: lo suyo responde más a un calentón colectivo. Mal asesorados, y poco realistas a la hora de negociar, sus razones se han devaluado, muchos usuarios han descubierto el transporte público, y su actitud se les ha vuelto en contra.
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