Poner en valor la Quincena Musical

Sábado, 28 de abril 2018, 12:25

Anuestra gran cita anual con 'la gran música' le pasa lo que a Donosti: corre serio riesgo de morir de éxito. La Quincena surgió en el triste verano de 1939, durante uno de los momentos más trágicos de nuestra historia: el país destruido, muchos pasando hambre y parte de la población exiliada. No serían pocos los donostiarras que se cuestionarían para sus adentros la conveniencia de que los escasos recursos de la Corporación municipal se dedicasen a organizar eventos musicales con que entretener al general Franco. Actualmente la situación es radicalmente opuesta; San Sebastián no es capaz de alojar a todos los turistas que pretenden visitarla en agosto y hay un creciente malestar ciudadano acerca de los efectos indeseados del turismo estival.

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Supongo que quienes pusieron en marcha la Quincena Musical pretendían fomentar la presencia de veraneantes; pues desde hacía décadas eran una de las principales fuentes de riqueza de la ciudad. Tanto por su número, como por su alta capacidad adquisitiva y por la extensa duración del veraneo; éste, en el caso de las esposas e hijos, se podía alargar hasta tres meses -el periodo en que el calor de un Madrid sin aire acondicionado resultaba desagradable-. Algo que representaba trabajo para miles de donostiarras; muchas de ellas mujeres de exiliados y encarcelados, así como viudas de guerra; personas de difícil empleabilidad (como no fuera en el servicio doméstico, de camareras o dependientas). Eran también cientos los negocios de todo tipo cuya supervivencia dependía de cuanto permanecieran los veraneantes.

El verano de 1939 representaría para el consistorio donostiarra unas dificultades adicionales. Por una parte, recuperar la afluencia de los numerosos veraneantes desanimados por las pérdidas económicas de la contienda y las dificultades de acceso (infraestructuras de transporte machacadas y restricciones de suministro de combustible). También, pensarían en atraer al general Franco y a su gobierno, procurando ganarle la partida a su Galicia natal y a los otros competidores veraniegos directos: Santander y Getxo. Por último, retener a los numerosos diplomáticos extranjeros que todavía residían en la ciudad; recordemos que una mayoría de las sedes de embajadas estuvieron en San Sebastián durante los últimos dos años de la guerra, permaneciendo allí hasta la normalización de la vida en Madrid (sometida a un duro asedio casi tres años). Al caer la capital y finalizar la guerra, San Sebastián perdió su papel de magnífico 'refugio' de circunstancias.

Mi conclusión es que se trató de una audaz e inteligente inversión. Un esfuerzo económico y organizativo que dio sus frutos, pues la Bella Easo acaparó las estancias veraniegas del Gobierno franquista y de su establishment hasta un extremo jamás alcanzado anteriormente; pues si el rey Alfonso XIII repartió sus veraneos por las tres capitales del Cantábrico occidental, Franco privilegió a San Sebastián. Esto supuso que cientos de políticos, empresarios, periodistas -con sus empleados y familias- se dejaban el dinero en Donostia.

Actualmente San Sebastián tiene otros retos. Uno es reducir los gastos organizativos. Estos han ido aumentando por el exceso de demanda hotelera en agosto, lo que dispara el coste de las pernoctaciones de los intérpretes; hasta el extremo de que hay orquestas que se alojan en Bilbao, acudiendo a ensayar en autobús cada día. Además, el caché de los artistas en agosto es más elevado, por el gran número de certámenes veraniegos. Otro reto es contribuir a la cultura musical de la provincia; atrayendo a los jóvenes. Como en casi toda Europa, el público de la música clásica tiene una edad media muy elevada; por ello es necesario que se puedan ofrecer becas para estudiantes y una programación que les atraiga. Al celebrarse en agosto, numerosos donostiarras -especialmente jóvenes- se encuentran de vacaciones lejos de la ciudad (muchos aprendiendo idiomas en el extranjero). Las limitaciones del aforo para los espectáculos más atractivos hacen difícil la consecución de localidades, estando en una situación de privilegio los abonados. Muchos guipuzcoanos y visitantes no pueden acceder. Ahora hay que invertir en atraer turistas en invierno; la temporada en que los hoteles y restaurantes tienen menor ocupación.

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En 2019 celebraremos el 80 aniversario de la Quincena, una oportunidad para reinventarla. «Cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión» contestó una vez el gran economista Keynes. La Quincena debería 'democratizarse' y rejuvenecerse. Celebrarse durante un mes en que muchos donostiarras no estén de vacaciones fuera, y reinvertir en mejores eventos, en más becas y/o en una semana adicional de duración los ahorros que se van a conseguir cambiando las fechas. Celebrarla durante el calendario escolar facilitaría la afluencia de colegios, así como una mayor involucración del conservatorio y demás agrupaciones musicales. Finalmente, la hotelería y hostelería facturarían más durante dos o tres fines de semana adicionales, ofreciendo precios más reducidos para recibir a orquestas y artistas. «El progreso consiste en renovarse» dicen que dijo Unamuno. Pues eso, renovémonos y progresemos; juntos y para todos.

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