El país que aprende
La persona, a lo largo de la vida, está en continua transformación, en un proceso en el que se transforma a sí misma y a su entorno, y que se produce en relación con otras personas. No es un proceso aislado, puramente individual. Es un proceso relacional. Nooteboom y Mezirov, entre otros, también insisten en esta idea. Todo el recorrido vital de la persona es un proceso en cooperación, construyendo y formando parte de comunidades de diferente naturaleza, a lo largo del cual las personas aprenden, de forma consciente o inconsciente, y generan conocimiento.
En general, las fases de un proceso de aprendizaje transformador pasan por el estímulo, el diálogo, la reflexión, la acción, el reconocimiento y la divulgación. El estímulo es la proyección de una necesidad que surge del entorno –sobrevenido– o de la actitud de la persona o colectivo en relación con el entorno –anticipado–. El diálogo supone un compromiso con la escucha activa de los demás y la disposición a cambiar de idea. La reflexión es una búsqueda en el mundo de nuestras emociones, aspiraciones y conocimientos para evocar y activar la idea, el proyecto que estaba escondido, esperando el impulso para aflorar. La acción consiste en hacer, pasando de la teoría a la práctica, para transformar la realidad. El reconocimiento es la valoración del resultado de la acción, identificando los aspectos que explican el éxito o las causas que determinan el fracaso para su posterior corrección. Por último, la divulgación es la comunicación de lo conseguido en términos comprensibles, que permitan su adecuada socialización; lo que permite prepararnos para volver a iniciar otra aventura del aprendizaje.
En este proceso, las formas que puede adoptar la cooperación son muy variadas. Van desde la familia o el entorno profesional y de amistades más próximo, a otras formas de estructuras cooperativas, como las empresas, las instituciones,… hasta el colectivo social del que la persona forma parte, en un territorio determinado, sugiriéndonos el concepto de país. El país es una buena referencia para situar el compromiso con el aprendizaje transformador y permanente, pues incorpora a las personas y a las diferentes formas de cooperación de las mismas en una estrategia compartida.
Un país estimulante, que apuesta por el diálogo, la reflexión, la acción, el reconocimiento y la divulgación, es un país atractivo para aprender y para emprender, que se preocupa por generar las condiciones para que las personas aprendan y emprendan, junto con otras, desarrollando lo mejor de sí mismas, con el propósito de alcanzar mayores cotas de bienestar y cohesión social. Un país que aprende, porque sus personas aprenden, sus empresas aprenden, sus instituciones aprenden, sus universidades aprenden,… desde la humildad, que es el mejor antídoto contra la estupidez. Esa guerra contra la estupidez que Isaac Asimov deseaba que la humanidad ganase algún día.
En el caso de Euskadi, se dan las condiciones para abordar una nueva etapa en la que la estrategia del aprendizaje permanente, como forma de ganar el futuro, se convierta en un eje conductor que impregne el día a día de las instituciones, empresas, universidades y centros de conocimiento, sociedad civil y cada una de las personas que formamos parte de este compromiso de convivencia colectiva. Hemos pasado por diferentes etapas, que han puesto el énfasis en la competitividad en base a estrategias de calidad y de innovación, que nos han permitido superar estadios en los que la única manera de ganar el futuro consistía en producir con costes laborales muy bajos. Ya sabemos que eso no es sostenible. Por eso la calidad impregnó nuestras formas de hacer y nuestro discurso colectivo para ser más competitivos. También interiorizamos que eso no era suficiente y pusimos el foco en la necesidad de innovar, que no deja de ser la constatación de que la transformación es algo capital para el progreso y el desarrollo. Y volvimos a proyectar esfuerzos en nuevos discursos motivadores y nuevas formas de hacer. Pero esto no va a ser suficiente. Se ha convertido en algo necesario, pero no será suficiente. Necesitamos construir un nuevo relato que nos lleve a dar un paso más en la construcción de nuestro futuro en términos de bienestar y cohesión social. Ese nuevo relato tiene que ver con asumir, a todos los niveles, el compromiso con el aprendizaje permanente. Asumir que todo el conocimiento que tenemos acumulado sirve para explicar cómo y por qué hemos sido capaces de llegar hasta aquí, pero no nos garantizan, para nada, el futuro. Esto mismo sugiere Lundvall, cuando habla de economía del aprendizaje.
Creo que en Euskadi estamos en condiciones de construir ese nuevo relato. Un nuevo relato inspirador, que dé sentido a nuestros esfuerzos colectivos, que movilice nuevas fuerzas, que sea ilusionante y que nos ponga un paso más adelante en el camino del progreso, activando nuevas formas de cooperación entre las personas, más intensas que las que hemos construido hasta ahora.
Un relato que empieza así: «Euskadi: el País que aprende…». Un relato sugerente que nos hable de una Euskadi que imagina, cree, crea y crece a través de sus personas, comprometidas con el aprendizaje permanente. Porque un país que aprende es un país que confía en un futuro mejor, con el que merece la pena comprometerse para construirlo entre todos y para todos.