Ya estamos en el segundo mandato de Donald Trump. Después de suceder a Barack Obama, los europeos nos echamos las manos a la cabeza y ... nos comprometimos a prepararnos, no ya para defendernos de sus políticas, en aquel tiempo de marcado tinte aislacionista, sino para que no nos volviéramos a sentir tan indefensos con un presidente de características parecidas. Al republicano le sucedió Joe Biden y pareció que el agua volvía a su cauce.
Con la invasión rusa de Ucrania tuvimos la impresión de que la Unión Europea iba por el camino de emancipación política que exige su responsabilidad. Tuvo la brillantez, la intensidad y la brevedad de un relámpago. Aquel momento tuvo menos que ver con una estrategia meditada que con los discursos y la retórica; sobresalió Josep Borrell, con una imitación de la épica churchiliana, pronto contradicha en conflictos tan trascendentes como el provocado por el gravísimo acto terrorista de Hamás contra ciudadanos israelíes y, posteriormente, por los trampantojos políticos y diplomáticos desplegados por él mismo, acompañado por España y la Unión, a la hora de enfrentar el golpe de Estado en Venezuela. A las palabras les faltaron voluntad, estrategia, determinación y sobre todo principios en los que apoyarse.
Hubo un momento en que se pudo hacer, sin duda, cuando la agresión rusa a Ucrania hizo vibrar el corazón de los europeos como nunca lo había hecho antes, pero la mayoría de los miembros de la Unión seguían ensimismados en sus problemas domésticos y los dirigentes de la Unión, raptados por una burocracia todopoderosa y satisfecha, eran incapaces de intuir las consecuencias de todo lo que estaba sucediendo alrededor del nuevo capítulo de la revolución tecnológica. Ni se hicieron los esfuerzos suficientes para situarnos entre los líderes de los nuevos tiempos ni supieron comprender las consecuencias que todo ello iba a tener en la política y en el espacio público. Mentes acartonadas no fueron capaces de entender esos nuevos tiempos, en los que los marcos políticos, culturales, económicos, sociales y aun morales están siendo sustituidos por otros que desconocemos cómo se definirán cuando se afiancen, pero ya sabemos que vienen a sustituir los que creímos imperecederos.
La solución pasa por volver a los principios sustanciales de las democracias occidentales
Trump ha vuelto a ser elegido presidente, pero en esta ocasión ganando en votos y controlando las dos cámaras legislativas. Vuelve con más fuerza, con experiencia y sabiendo que este mandato será su legado. Regresa con el apoyo de los protagonistas de la revolución tecnológica y con el compromiso de reindustrializar su país, a costa de los que por precios, por ausencia de derechos laborales, se habían transformado en la fábrica molesta y contaminante del primer mundo. Será un raro y complejo pacto entre lo que fue y lo que será lo que mantenga las políticas de Trump.
Mientras tanto, Europa no solo no ha hecho los deberes para afianzar una orgullosa autonomía estratégica sino que está objetivamente en peor situación. La Unión hoy se encuentra paralizada por el fortalecimiento de las formaciones nacionalistas locales, casi todas con poco apego a las reglas que inspiran los principios democráticos, y con los nuevos dirigentes de la Unión Europea adheridos a las mismas inercias, mostrando aún mayor incapacidad para entender lo que sucede en el mundo. Ayuda a esa parálisis, que convierte a la Unión en simple espectador, el panorama de los cuatro grandes países europeos. Francia tiene Gobierno gracias a las renuncias y, aunque se han dado pasos para que los socialistas se liberen del yugo del neocomunismo de Mélenchon, todavía es una esperanza lejana la posibilidad de una alianza sólida de las formaciones políticas social-liberales. En esa situación las posibilidades de Le Pen aumentan considerablemente, más si tenemos en cuenta los errores de Macron y el miedo comprensible que provoca un extremista de izquierdas de los de antaño como Mélenchon, prisionero de su verbo incendiario, su antisemitismo y su demagogia antioccidental. En esa situación, Francia se hace valer más por su retórica que por su realidad.
Alemania está a la espera de unas elecciones después de una legislatura en la que paradójicamente se han producido grandes cambios en su política, sobre todo la exterior, pero no han sido suficientes y siempre ha trasladado una imagen de debilidad. Veremos el resultado electoral; pero si en épocas de estabilidad y bonanza Alemania estuvo prisionera por su pasado durante el siglo XX, lastrada para ejercer en Europa un liderazgo efectivo y en todos los ámbitos, debemos tener serias dudas sobre su papel en un futuro desordenado y oscuro.
Italia, que ha conseguido una estabilidad milagrosa con Meloni, está muy cerca de la posición política de Trump y todos deseamos que siga apostando por la Unión, bien alejada de personajes peligrosos para la democracia social-liberal como el húngaro Orbán y otros extremistas nacionalistas europeos. Y en España tenemos formalmente un Gobierno, pero no gobierna si no es con el visto bueno de un fugado de la justicia. Y el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, se entretiene erigiéndose en némesis de Trump, dando la espalda a nuestros intereses y al sentido común.
En estas circunstancias, los europeos deberíamos aceptar que hemos iniciado un nuevo periodo histórico con cambios radicales de los marcos políticos a los que nos debemos adaptar si no queremos que los regímenes autoritarios nos ganen la batalla durante largo tiempo. ¿Y hay alternativa en este panorama desolador? Sí, no estoy prisionero de un pesimismo paralizante. La solución pasa por volver a los principios sustanciales de las democracias occidentales, desprendiéndonos de toda la literatura adherida que confunde y es fruto de espíritus colmados y decadentes. Hay que apostar seriamente por una defensa europea y la incentivación de verdaderos líderes tecnológicos mundiales... más integración europea, más Unión y menos mezquindades de viejo aristócrata arruinado. Dicen que la Unión Europea siempre ha mejorado en tiempos de crisis, es hora de confirmarlo en la mayor desde su nacimiento.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.