El mito del emprendedor guay
Análisis ·
Los cambios no se producen de la noche a la mañana y las cosas que merecen la pena, y por ello aspiran a ser sostenibles, necesitan su tiempoEl emprendimiento es una fuerza capital para cualquier sociedad. Sin espíritu emprendedor, basado en la esperanza de que un futuro mejor es posible y merece ... la pena, no hay colectivo que progrese. El problema es que, en general, el relato del emprendimiento resulta hueco, vacío, construido sobre un mito atractivo, sugerente, que promete paraísos imposibles. Aunque no debemos olvidar que los mitos son algo consustancial al desarrollo de la sociedad, pues permiten crear una realidad imaginada en base a relatos que activan la cooperación.
El mito del emprendimiento, cimentado en la figura del emprendedor, a menudo se adorna de características alejadas de la realidad para construir el mito del «emprendedor guay» -muy bueno, estupendo-, que se convierte en un verdadero timo. Todos los mitos tienen un fondo de realidad, un fundamento que les da sentido aunque se tergiverse, se adorne o se exagere. De manera que analizando las características del mito podremos situar los fundamentos del relato del emprendedor.
El mito del «emprendedor guay» es el de un emprendedor joven -muy joven-, sin formación especializada, que trabaja por su cuenta, busca un crecimiento rápido y especulativo, es individualista, visionario, autosuficiente, tecnológico, y acierta a la primera con una idea que crece por sí misma. Algo así como la imagen de algunos jóvenes tecnólogos multimillonarios de Silicon Valley. Todo un mito.
Lo cierto es que el perfil del emprendedor es muy variado, desde el joven al maduro, por lo que toda edad es adecuada y una cierta madurez -entre los 30 y los 40- resulta especialmente interesante. Por otro lado, la carencia de formación especializada sugiere el mito del emprendedor que nace, no se hace; como si las ideas surgiesen por pura intuición o fruto de una genética visionaria. Así, hay un cierto desprecio por el aprendizaje formal, omitiendo que un emprendedor exitoso es un «aprendedor» comprometido con el aprendizaje continuo.
El emprendedor guay se asocia con el trabajo por cuenta propia, ignorando al emprendedor por cuenta ajena, cuna de grandes emprendedores, y negando la perspectiva del intra-emprendimiento. En realidad, el éxito del emprendedor pasa por establecer marcos de cooperación, que muchas veces se traducirán en empresas, incorporando socios diferentes, evolucionando a empresario y a trabajar, en cierto sentido, por cuenta ajena. La obsesión por el crecimiento rápido, elogio de la inmediatez, tiene un componente especulativo -hacerse rico cuanto antes-, respondiendo al mito del emprendedor que da el «pelotazo». Es cierto que el emprendimiento necesita velocidad y unos ritmos determinados, pero los cambios no se producen de la noche a la mañana y las cosas que merecen la pena, y por ello aspiran a ser sostenibles, necesitan su tiempo.
Por otra parte, el foco del emprendedor en el individuo proyecta la figura del héroe que, por sí solo, es capaz de alcanzar los mayores logros. Sin embargo, nada es posible sin contar con los demás, sin cooperar, por lo que el individuo, que es clave, debe asumir que no es autosuficiente, que necesita ayuda. Además, el impulso visionario no implica que la idea crecerá y se abrirá paso por sí misma, pues necesitará de trabajo duro y constante, realizado en cooperación. La idea visionaria, muchas veces rodeada de secreto para protegerla de la copia, dejará de ser propiedad exclusiva del emprendedor, ya que necesitará explicarla, contrastarla y compartirla con otros para desarrollarla, e incluso modificarla.
El emprendedor guay se ha identificado, en exceso, con un emprendedor ligado a las tecnologías de la información y las comunicaciones. No obstante, existen muchas formas de abordar transformaciones que aporten valor a la economía y a la sociedad. Todo el mundo emergente del «emprendimiento social», por ejemplo, responde a esa perspectiva más amplia. También se desprende del mito la promesa de acertar a la primera, como si estuviese prohibido fracasar, como si la idea visionaria fuese imbatible y se impusiese a todo tipo de críticas y dificultades. Emprender no significa acertar, aunque si no lo intentas nunca lo sabrás. Por eso, merece la pena fallar rápido para acertar cuanto antes. Porque, como diría el profesor Carver Mead, «hay que ser capaz de fracasar para tener éxito».
En definitiva, el verdadero relato del emprendedor es el de alguien joven o maduro, comprometido con el aprendizaje permanente, consciente de que se hace a sí mismo en un camino en el que su idea crece y se comparte con otros con los que le unen ilusiones, desafíos, fracasos y éxitos, buscando un desarrollo sostenible que prime sobre la pura especulación y aporte valor, basado en cualquier tipo de tecnologías, y actuando en marcos de cooperación por cuenta propia o ajena.
Para terminar, conviene tener cuidado con dos enemigos que acechan al relato del emprendedor para convertirlo en un mito al servicio de sus intereses. Por un lado, están los que lo usan para evadir sus propias responsabilidades, haciendo descansar en el emprendedor la tarea de atajar el problema del desempleo, como si fuese la figura mesiánica capaz de resolver todos los problemas de la economía. Por otro lado, aquellos que se aprovechan del relato para capturar recursos públicos, siendo verdaderos expertos del emprendimiento permanente -o sea, siempre emprendiendo sin emprender nada-.
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