Los libros que elegimos
Decía el jueves mi compañera Rosa Palo, en este mismo espacio, que el verdadero privilegio consiste en elegir el suelo que uno pisa, al aire ... que uno respira y la luz que uno ve. Lo veo y subo la apuesta: afortunados también quienes escogen los libros que leen. De niños, la imposición de la lectura nos llega por parte del sistema educativo, que en virtud de no sé qué criterios de adecuación por edad se arroga el derecho a obligar a los chavales a pasar por determinados títulos que, por norma general, poco tienen que ver con sus inquietudes y con sus códigos de interpretación del mundo.
Los lectores cuya vocación sobrevive a las políticas de fomento de la lectura y que terminan entrando, ya de adolescentes, en una librería por su propio pie, husmean en las estanterías con el convencimiento íntimo de que en alguna de ellas hay un libro, probablemente firmado por una combinación de caracteres cirílicos de la que jamás habían oído hablar antes, escrito para ellos.
Pero el concepto de libertad, por mucho que algunos lo mancillen y lo deformen en campaña electoral, solo cobra sentido en las travesías largas; y por eso a la lógica neoliberal cortoplacista del 'clickbait' y las redes sociales todo lo literario le resulta ajeno. La literatura tiene poco que ver con novedades y tendencias, y por eso Sant Jordi me parece un buen momento para alejarme por un tiempo de todas esas listas de libros imprescindibles de la temporada, que no hacen sino retrotraernos a la época de las lecturas obligatorias de instituto. El auténtico privilegio es no sentir la necesidad de estar al día y, así, no convertir el placer en carga. Como dijo Margarit, la libertad es una librería: en concreto, una sin cobertura.
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