¿Laicidad liberticida?
La ley francesa de 1905 se enfrenta a una nueva reforma tras el asesinato de Samuel Paty por mostrar a sus alumnos las caricaturas de Charlie Hebdo sobre Mahoma y el discurso de Macron contra el «separatismo islamista»
La laicidad en Francia –aprobada en 1905– ha sido comprendida y desarrollada, desde la finalización de la primera guerra mundial, como 'libertad': de culto, de ... asociación, de enseñanza y, por supuesto, de opinión. Sin embargo, su vigesimocuarta revisión legislativa está siendo percibida por los responsables religiosos católicos, protestantes y ortodoxos como 'liberticida' o, cuando menos, promotora 'de la sospecha'. Es lo que han sostenido hace pocas semanas, de manera inusualmente crítica, el presidente de los obispos franceses, Éric de Moulins-Beaufor, junto con François Clavairoly, presidente de la Federación protestante de Francia, y Emmanuel Adamakis, Metropolitano del patriarcado ecuménico en Francia. Más recientemente, el Consejo Nacional de los Evangélicos de Francia (CNEF) ha dirigido una serie de preguntas y sugerencias al Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas para que se las traslade al gobierno francés sobre el respeto de la libertad de religión y de creencias en su territorio.
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En el origen de esta nueva reforma se encuentra el asesinato y decapitación del profesor Samuel Paty (octubre de 2020) por mostrar a sus alumnos las caricaturas de Charlie Hebdo sobre Mahoma y el discurso del presidente Emmanuel Macron contra el «separatismo islamista»: «Defenderemos la libertad que enseñabas tan bien y la laicidad. No renunciaremos a las caricaturas, a los dibujos, aunque otros reculen». Desde entonces, han sido dos las iniciativas de fondo promovidas por el gobierno francés: urgir a las diferentes organizaciones musulmanas a adherirse a los valores republicanos (para atajar dicho «separatismo islamista») mediante la firma de la correspondiente Carta y reformar, de nuevo, la ley de la laicidad.
Como es sabido, desde que se proclamara en el año 1905 dicha ley de la laicidad se han dado dos interpretaciones de la misma: una, catalogada como 'beligerante', 'integral', 'estricta', 'exigente', 'normal' o 'a la antigua' y, otra, calificada como 'positiva', 'cordial', 'moderna' o 'cooperadora' e incluyente'. La primera, marcadamente anticlerical, restrictiva y excluyente, fue la que se impuso hasta el final de la guerra mundial de 1914-1918. La segunda, ensayada a partir de ese momento, entiende que la responsabilidad del Estado consiste en garantizar la libertad de todos los ciudadanos y facilitar el diálogo y el acuerdo, así como cuidar la neutralidad y defender la no injerencia en los asuntos internos de las diferentes religiones y cosmovisiones.
Según las críticas reseñadas, sería esta última concepción de la laicidad la que estaría siendo gravemente comprometida. Lo evidenciaría la presión para que los franceses de las diferentes organizaciones de confesión musulmana se adhieran a la 'Carta de los principios del Islam de Francia'; una iniciativa que, de momento, solo ha servido para aumentar la separación entre ellos, con el riesgo de radicalizar más a los no firmantes. E, igualmente, lo evidenciaría la crítica de los representantes de los cristianos y de algunas fuerzas políticas, entre otros, de Pierre Ouzoulias, senador comunista, Jean Luc Mélenchon, de La Francia Insumisa (LFI) y los Republicanos (LR): a la vez que se reforma la ley de 1905, se modifica el espíritu 'creativo', 'cordial' y 'abierto' que ha imperado hasta el presente. Es una crítica que no les impide reconocer la necesidad de combatir los matrimonios forzosos, las mutilaciones sexuales, la apología del odio y todo tipo de discriminación. Para eso basta, han sostenido, con reformar los límites, aplicar los controles y adaptar las penas que marca dicha ley de 1905. Si se procediera así, los poderes públicos tendrían los medios suficientes para reaccionar ante el odio, los movimientos subversivos y la injerencia de Estados extranjeros que pretenden implantar su política en nuestro país. Y lo podrían hacer sin controlar internamente las diferentes religiones.
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La respuesta no se ha hecho esperar. La ha facilitado el Ministro del Interior (también encargado de las relaciones con las religiones): la reforma de la ley no es 'liberticida', sino necesaria en un país en el que la libertad de culto ha evolucionado muchísimo, en particular, con la aparición del culto musulmán. No queda más remedio que afrontar el 'separatismo identitario' que se oculta detrás de las religiones y, concretamente, en la forma del islamismo que controla las mezquitas extremistas. Como contrapartida, ha señalado, las organizaciones musulmanas que se adhieran a la 'Carta de valores de la República' tendrán acceso, entre otros beneficios, a deducciones fiscales o a usar inmuebles públicos de manera gratuita.
Pero tampoco se ha hecho esperar la réplica: con esta reforma se sigue instalando en el espacio común una policía del pensamiento. «La laicidad, inicialmente concebida como un régimen de protección de las libertades, queda transformada en instrumento de control de conductas y creencias religiosas, en nombre de los 'valores' que define el Estado» (Philippe Portier). El debate queda abierto. También entre nosotros; y, en libertad, por supuesto.
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