Septiembre..., enero
Una persona adicta no funciona bajo parámetros de normalidad ejecutiva en múltiples facetas de la vida y es una carencia que tiene que tratar de ocultar
Josean Fernández
Presidente de Aergi. Máster en Prevención y Tratamiento de Conductas Adictivas y Drogodependencias. Universidad de Valencia
Lunes, 1 de septiembre 2025, 00:05
Es sabido en este mundillo nuestro de las adicciones que, para una persona adicta, «problema aplazado, problema solucionado. Mañana…». Bajo esta máxima desarrollamos una práctica ... de abandonos sistemáticos de las responsabilidades de cualquier tipo que debiéramos afrontar, dejando al azar o a que alguien, cercano o no, nos resuelva la papeleta y continuemos, con el convencimiento interno de haberla solucionado nosotros o, al menos, de haber provocado indirectamente que se solucionara. Somos una gente peculiar, muy peculiar, las personas adictas.
Me meto en este charco por mor de establecer, o al menos intentarlo, que una persona de mi condición no funciona bajo parámetros de normalidad ejecutiva en multitud de facetas de su vida y, esta, es una carencia que tiene que tratar de ocultar ante los demás con todo tipo de subterfugios. La mencionada «Ley del Aplazamiento» es una de ellas. Una situación que, desde fuera, consigue que las personas como yo seamos vistas como «dejadas», «olvidadizas», e incluso «vagas» o «abandonadas». La realidad es que se trata de miedo. Sí. Miedo patológico. Miedo disfuncional. Miedo al error y a su posible posterior crítica. Miedo a fallar. Miedo a no hacer o a no ser perfecto y, sobre todo, miedo a que te vean siéndolo…
Esta característica de demora es particularmente dolorosa cuando se ejerce en la fase previa a la de búsqueda de ayuda. Es descorazonador padecerla mientras te planteas en larguísimas sesiones de bronca mental, sí, sí, o, sí, no. Si se lo digo a mi familia (que tengo problemas, por si no se han dado cuenta), a mis amigos y amigas, a mis compañeros o a mis jefes. El debate adquiere proporciones galácticas ¿y qué me van a decir? ¿qué van a pensar de mí? Seguro que no es para tanto. Que son cosas mías nada más. ¿Y si mis amigos dejan de hablarme? ¿Se habrán dado cuenta de algo? ¿Y mis jefes? ¿No me despedirán? «En realidad no hay necesidad de ser tan drástico como para pedir ayuda. Siempre he podido sólo. ¿Por qué no voy a poder ahora? Ya lo intenté antes y en casa me dijeron que exageraba. Que lo que tengo que hacer es consumir menos y mejor. Con más cuidado y de «buena calidad». Que, es que, a veces, me tomo «cualquier cosa». (En este punto la cabeza ya está hirviendo. El bullicio mental es insoportable y la «solución» habitual se ofrece tentadora… Sólo queda esperar la ocasión, o provocarla…)
Este proceso de pensamiento circular puede durar de 10 a 20 años (no es ninguna broma), (a veces más, a veces menos) durante los cuales la inseguridad en uno mismo se va incrementando hasta hacerte dudar de tus conocimientos y convicciones más básicos; te lleva a sospechar de tu propia familia y amigos; hace su aparición la celotipia y, para escapar de toda esta agonía, se incrementa el consumo hasta que todo o casi todo, deje de importar.
La negación, la desvergüenza y la agresividad se turnan también como soportes de defensa del miedo malo
La negación, la desvergüenza y la agresividad se van turnando también como soportes de defensa del miedo malo y, con ellas, se aproxima la etapa de «resquebrajamiento». Es el momento propicio para que se produzca la llamada de ayuda. Cada vez con más fuerza, esta posibilidad, va tomando cuerpo, pero hay idas y venidas, avances y retrocesos. Y se abre un espacio de espera por si surgiera algo o alguien, aunque sólo fuera una palabra, que aclarase el horizonte para tomar el impulso de «hacer» y dejar de pensar… Pero el nubarrón mental es denso y aún no se acierta a ver con claridad. Es entonces cuando otro frente de dudas cruza la línea de decisión y te llena de «prudencia» mala… ¿Quién habrá allí? ¿Qué me irán a decir? ¿Y si me conoce alguien?
En tesitura tal, suele hacer su aparición en escena el «gran colaborador», el «amigo especial», el «cómplice de farras», el que te despeja cualquier duda que pudieras tener: «¿Pero ¿qué te pasa hombre? ¿Qué me estás diciendo? ¡A ti no te ocurre nada! ¡Venga, vamos a tomar algo y ya verás como se te pasa todo ese lío que te estás montado!». «¡Venga! Que, total, por una no pasa nada. Sólo una…». Y, esa «una», ahoga las tormentas y los tormentos, las intenciones cambian de sitio y, la persona indecisa, abrumada por la seguridad, ese «amigo salvador», descubre asombrada con absoluta «claridad» que no tiene nada que ver algo tan penoso e infame como puede ser una adicción. Que todo lo que ha vivido es una de sus muchas ideas erráticas… ¡Pero si hasta su «más» grande amigo, se lo está diciendo! ¿Para qué llamar? ¿Para qué decir? ¿Para qué parar? Todo está bien. Perfecto. Tal vez dentro de… Tal vez en septiembre. O, mejor después, en enero…
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