Fue Felipe González quien acuñó la imagen del jarrón chino para referirse a la situación en la que queda un mandatario una vez concluyen sus ... responsabilidades institucionales. «Para mí, los ex presidentes son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes. Nadie sabe bien dónde ponerlos y todos albergan la secreta esperanza de que, por fin, algún día un niño travieso le dé un codazo y lo haga añicos», señalaba el político sevillano.
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Valga esta gráfica y acertada metáfora para aplicarla a otro socialista, más cercano, como es el ex alcalde Odón Elorza, quien en un reciente artículo expresaba su visión de la situación actual de la ciudad que gobernó durante veinte años.
Su artículo no hace sino trasladar de forma subliminal una actitud vital de 'kasketa' permanente, de señor cascarrabias enfadado con el mundo, que debiera preocupar a sus más cercanos: a su familia política, si es que aún le queda, y a la otra. A fin de cuentas, la retahíla de invectivas, descalificaciones, críticas de brocha gorda y enmiendas que plantea quien un día fuera el 'rey sol' donostiarra a cuyo alrededor todo giraba, denotan una postura de fondo que viene a ser algo así como «después de mí, el caos».
El ensimismamiento provoca amnesia. Sólo así caben entenderse algunas de sus diatribas. Quien no pudo conseguir en dos décadas, pese a intentarlo con gobiernos supuestamente cercanos, la cesión de los cuarteles de Loiola, levanta la voz para quejarse contra quien sí lo ha conseguido, con el argumento de que el precio es demasiado alto.
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Los donostiarras hubiéramos agradecido que el señor Elorza hubiera hecho algo desde su escaño en el Congreso de los Diputados para que el Ministerio de Defensa rebajará sus pretensiones económicas, en especial el Ayuntamiento, que va a tener que pagar a tocateja el precio acordado tras la valoración de los suelos.
Muy al contrario, durante la negociación, esa que se ha llevado tan mal según el ex alcalde y ex diputado, trató de poner palos en las ruedas, hasta el punto que incluso los suyos terminaron hartos de sus intromisiones. La operación se ha culminado con un rotundo éxito para la ciudad, pero quien fuera su alcalde no digiere que el mérito se lo lleve otro.
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Habla de la operación de San Bartolomé quien impulsó y aprobó el planeamiento con una previsión de venta de suelo residencial a 9.000 € el metro cuadrado y que, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, puso en riesgo el conjunto de la intervención, hasta el punto de que su sucesor, Juan Carlos Izagirre, se vio obligado a introducir en el plan un nuevo edificio no previsto inicialmente, un hotel y un espacio comercial con parking como fórmula para salvar la operación de la bancarrota. Y aún tiene el cuajo de hablar de especulación. Critica la construcción de un espacio comercial el responsable directo de dos de los mayores fiascos históricos de nuestra ciudad, como han sido las operaciones de los mercados de la Bretxa y San Martín, que enterraron en el subsuelo los mercados tradicionales dando prioridad en superficie a zonas asépticas de galerías.
Por no hablar de sus críticas al nuevo edificio del Basque Culinary Center en Gros, operación que llega a tildar de «opaca». Conviene recordar que fue el propio Odón quien aprobó la cesión del suelo al actual BCC en Miramón. Aquella operación era para Elorza estratégica y brillante, mientras que la actual es un bodrio.
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Hábil en olfatear las corrientes de viento y ponerse a favor, al más puro estilo del populismo español tan en boga, sería de agradecer que quien ostentó la máxima responsabildad de la ciudad, tuviera la generosidad de seguir trabajando por ella, en lugar de hacer oposiciones a la nada.
Quizá por ello la figura que mejor se asemeje al actual Odón sea el jarrón felipista. Abandonado al ostracismo por sus compañeros en el Congreso, repudiado en las primarias de hace unos meses por los militantes de las agrupaciones socialistas donostiarras, a Odón únicamente le queda el recurso de exhibirse en un escaparate, con la esperanza de seducir al viandante distraído, que se fija en el antiguo objeto de decoración, consciente, eso sí, de que una porcelana tan antigua y tan valiosa no tendrá hueco nunca en su hogar.
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