La hora de la verdad
Como ciudadanos y ciudadanas debemos estar por encima de nuestros representantes políticos, darles una lección de civismo democrático y votar para dejar a cada partido donde se merece
Esta especie de hipertrofia electoral que la ciudadanía estamos soportando estoicamente culmina con esta jornada en que las urnas nos esperan de nuevo. Al desprestigio ... social de la política se suma ahora su inacción a la hora de resolver el principal problema y su prioritaria ocupación, concretada en dialogar para tejer grandes acuerdos que vertebren la sociedad y hagan posible la convivencia entre diferentes. ¿Cómo van a poder alcanzar tal objetivo desde el clima de creciente desconfianza recíproca que se ha instalado entre los principales líderes políticos?
Pese a la mezcla de enfado y de desafección que todo ello nos provoca, no debemos olvidar que las elecciones son el instrumento fundamental de la democracia. En virtud de ellas y de días como hoy, domingo electoral, quienes tienen el poder se enfrentan a la posibilidad de ser expulsados de él mediante unos procedimientos establecidos. En este momento se visualiza que la política nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque está obligado a revalidarse, que la política no da más que oportunidades a plazos.
Por supuesto que las elecciones, siendo muy importantes, no deberían ser idealizadas como si la democracia no tuviera ninguna otra exigencia. Si redujésemos la democracia a un sistema en el que los ciudadanos votamos a nuestros representantes la política acabaría convertida en mero populismo. Los derechos democráticos, el voto ciudadano representa, sin duda, una fuente importante e innegable de legitimidad democrática, pero no es suficiente; ésta no puede basarse solo en la convocatoria de periódica de elecciones libres, la buena salud democrática exige cultura política en sus líderes.
La triste realidad es que, salvo honrosas excepciones, hemos asistido otra vez a una campaña que revela la falta de tal cultura política por parte de los líderes de buena parte de los partidos. Pese a ello debemos estar, como ciudadanos y ciudadanas, por encima de nuestros representantes, darles una lección de civismo democrático y votar para dejar a cada formación política donde se merece. Ésta es nuestra fuerza, la que evidencia nuestra verdadera condición de contrapoder.
El modelo de hacer y de transmitir política durante esta campaña se ha centrado una vez más en la confrontación y en general se ha desarrollado en ausencia de un verdadero debate sobre ideologías y proyectos. Lo fácil, lo más socorrido ha sido demonizar la orientación política del adversario de forma hueca e infundada. Se consolida así una política mediática de «piñón fijo» que sacraliza o convierte en anatema, según interese (y de dónde o de quién provenga), meras afirmaciones genéricas.
Las promesas retóricas parecen valer mucho más que los ejercicios de realismo responsable. La política no ha sido ni debe ser nunca un parque de atracciones. Parece que quien no defienda vivir emociones fuertes, el discurso que no «ponga a la tropa», quien no promueva empujar al abismo todo lo preexistente está ya amortizado, fuera de combate y además demonizado por pertenecer al sistema, a lo establecido, a lo superado, a lo obsoleto.
Produce frustración comprobar que el diálogo, el consenso, la negociación dejan paso a la confrontación, a la trinchera ideológica, a la versión tribal y cainita tan clásica como perturbadora de la convivencia. Frente a este modo tan estéril como negativo de ejercer la labor de representación política cabría reivindicar la legitimidad funcional o instrumental de la política y de sus actores: que sirvan para resolver los problemas que genera la propia política, que dejen de lado la confrontación permanente y ensanchen las vías de acuerdo. Eso sí que es trabajar sin recursos retóricos, sin la épica impostada de quienes están convirtiendo la política en farándula.
Demasiadas veces la política acaba siendo una especie de agitación en superficie, a modo de señuelo político que encubre la verdadera falta de toma de posición y de decisión sobre los temas claves y troncales y revela una falsa movilidad, un pseudomovimiento tras el que se intenta mostrar como acción política una mera suma de inconexas ideas o conceptos. Y aunque generalizar siempre es injusto, el nivel del discurso político y de sus actores nos muestra en muchas ocasiones interlocutores atados y encorsetados a un férreo y cerrado guión, con un discurso enlatado y sin capacidad dialéctica.
Frente al gregarismo y a la visión tribal que caracteriza hoy día a la política cabe afirmar que la independencia y la libertad de criterio, de pensamiento o de opinión se ha de medir no tanto por la capacidad de incomodar a quienes te son contrarios como a quienes te son favorables. A esta reflexión, formulada con acierto por parte del escritor Muñoz Molina y que condensa la esencia de los tiempos que corren en la política, se suma la evidencia de que sus protagonistas viven presos del impacto y la notoriedad en las redes y se olvidan con frecuencia de su cometido principal: encauzar y tratar de resolver los problemas sociales.
Pese a todo ello, hoy, domingo electoral, nuestro reto, el de cada votante es votar para poder reivindicar, votar para construir, votar para avanzar. Ése es nuestro principal derecho y a la vez nuestra gran responsabilidad democrática. Llenemos las urnas de votos, somos el verdadero contrapoder democrático.
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