Las fiebres de los populismos
Para combatirlos, no hay que caer en sus provocaciones. Hay que confrontar cívicamente sobre ideas, sobre sociedad, conveniencia y ciudadanía. Nos va mucho en ello
Qué hacer ante los relatos construidos sobre bases falsas, inventados desde el populismo galopante que nos sacude?; ¿Cómo combatir el cinismo dialéctico de quienes quieren construir un modelo de sociedad asentado sobre falsedades? Pareciera como si los libros, la densidad intelectual no bastaran ya, por sí solos, para combatirla; como si las ideas ya no fuesen una herramienta de pensamiento válida para superar esta nueva era populista. Vivimos momentos de confusión, de desconcierto. ¿Cómo cabe reaccionar ante tales dislates dialécticos expuestos como perlas peregrinas en la secuencia de mítines diarios que viven este tipo de líderes efímeros, pero locuaces que hablan y hablan sin parar y sin que al parecer les sobre tiempo para reflexionar sobre lo que hablan?
¿Cómo contraponer, frente a todo ello, la racionalidad de los discursos políticos y sociales no enfáticos ni populistas, aquellos que a contracorriente reconocen la complejidad de los problemas que nos afectan y la dificultad para encontrar soluciones efectivas a los mismos? ¿Qué papel ha de jugar la Universidad en todo este convulso contexto social? ¿No se siente interpelada la intelectualidad ante tanto desatino?
La cultura de masas ya no se sustenta en proyectos editoriales, en libros, ni siquiera en la prensa, ni en la Universidad o en la Academia: se gesta y se difunde a través de la TV basura y de las redes sociales; tal proceso resulta demoledor, porque la hegemonía cultural parece pasar hoy día por internet, por la red de redes en que todo vale, todo se acepta y muchas veces se cree sin filtro alguno.
La clave de mucho de lo que está pasando en la política española actual radica en la construcción de soluciones sobre premisas falsas, una orientación que se extiende a ambos extremos de la política, todos ellos con altavoces mediáticos abundantes y que acaban retroalimentándose mutuamente. Existe populismo tanto de derecha como de izquierda; lo que ambos comparten es una concepción de la ciudadanía basada en la división de «nosotros» frente a «ellos».
¿Todos los populismos son iguales? Hay una importante orientación doctrinal conforme a la cual unos serían proyectos regeneradores o democratizadores porque incorporarían a un pueblo excluido, mientras que otros serían movimientos debilitadores de la democracia porque promoverían la exclusión (xenofobia y racismo). Los primeros serían «populismos de izquierdas » y los segundos «populismos de derechas». En realidad, unos y otros representan un profundo desafío a la democracia. Existe y emerge con fuerza un sectarismo de derechas, sin duda, pero también hay intransigencia e intolerancia de izquierdas. Ambos fanatismos se mueven por razones ideológicas. Basta analizar las reacciones de unos y otros extremos ante el complejo contexto venezolano para apreciar esta evidencia.
El sobrevenido liderazgo de Pablo Casado en el PP ha acentuado esa tendencia populista en la derecha, que descansa sobre estas bases: buscar la bronca permanente, la descalificación y la crispación continua, jugar a la adhesión o al odio como únicas opciones, «ser o de los míos o mi enemigo». Este tipo de dialéctica de confrontación parece poder conferir, en apariencia, ciertos réditos electorales, pero en realidad se acaba, tarde o temprano, volviendo en contra de quien la exhibe.
Este continuo recurso a la ocurrencia como única forma de reacción política tiene otra derivada dialéctica más sutil: el recurso al eufemismo para tratar de ocultar la realidad de su propuestas políticas. El acuerdo entre el PP y Vox para la ya materializada investidura del presidente de la Junta de Andalucía comprende 37 objetivos, muchos de los cuales marcan esa acusada tendencia hacia la falsedad conceptual. En el terreno educativo, y sin rubor alguno, califican como adoctrinamiento el hecho de educar a nuestros hijos e hijas en igualdad.
¿Cómo se afronta y propone su modelo de civismo y de corresponsabilidad fiscal y la necesidad de lograr que la ciudadanía comprenda que solo con impuestos es posible disponer de recursos para la prestación de servicios públicos de calidad?: la receta del 'renovado' PP en su pacto con Vox en Andalucía pasa por una denominada «reforma fiscal» que supone la práctica supresión del Impuesto de Sucesiones y Donaciones y la bajada del tramo autonómico del impuesto del IRPF. Ahora, eso sí, reivindican la igualdad efectiva de derechos y obligaciones de todos los españoles, independientemente del lugar en el que residan; ¿Quién va a pagar esos servicios públicos en Andalucía si deja de existir músculo fiscal para satisfacer las necesidades de la sociedad andaluza?
Todo forma parte de una calculada estrategia dialéctica que consiste en no llamar a las cosas por su nombre. La escritora Elvira Lindo recordaba cómo esta nueva política «sin complejos» de la derecha más abrupta disfrazada de centro derecha demoniza a las feministas y niega que la violencia contra las mujeres tenga base educacional, o cómo al hecho de compensar a las víctimas del franquismo le llaman promover el rencor y a su intento por lavar la cara de Franco lo califican como concordia.
¿Cómo combatir esta ola de populismo? Sin caer en sus provocaciones, pero sí confrontando cívicamente mediante el debate sobre ideas, sobre sociedad, sobre convivencia, sobre diversidad, sobre ciudadanía. El antídoto no puede ser más populismo (en este caso de izquierdas), sino apelar a una responsabilidad compartida entre políticos y sociedad civil. Nos va mucho en ello.