Violines
Tocando la canción antigua de la alegría que no quiere dejar de ser lo que es, pura risa sin concesiones
Ha venido septiembre sin precipitarse, avisando desde su mansa latitud. Se estremecen las hojas, todavía verdes de los árboles frutales, porque intuyen lo que más ... tarde sucederá: un desnudarse y desprenderse de la rama amable, protectora, casi maternal, un andar por el aire tibio, como cometas ciegos, dejándose llevar, sin oponerse, para luego caer, sin queja ni emoción ninguna, sin llanto contenido.
Destacan los higos, escondidos tras las hojas fecundas, tímidas y sencillas, en lugares sombríos, cerca de las torrenteras y canales de agua, fuente soberana de su carne blanda y jugosa. Se distinguen las flores; algunas delicadas se exhiben orgullosas en los balcones ganados al sol; otras han crecido en la intemperie más cruda, en las aberturas que el agua de lluvia propició y luego regó, fecundando en el suelo escaso y pobre la semilla robada de algún prado. Asoman tímidamente en rincones de las aceras, en escaleras cubiertas por el suave verdín y aquejadas de humedad. Pronto se las llevará consigo el viento frío, o las pisadas de las gentes descuidadas, inmersas en sus quehaceres y pensamientos acelerados; las aplastarán y se secarán. O vendrá el trabajador municipal que las arrancará con decoro, una a una, para que su fin tenga al menos un poco de gloria.
Se escuchan los trinos de los pájaros, cautos y recelosos ahora; no se quedan quietos para contemplar el cielo que va cambiando de tonalidad, como pintor experimentado que es, ni se ponen a pensar en el brusco descenso de la temperatura. La calidez de los días de verano pasó, las mañanas son cada vez más frescas, hay momentos en los que llueve, y el ambiente está cargado de una fuerza primitiva, anticipando las futuras tormentas, los vendavales agitados, los cuerpos con sordina, como instrumentos preparados para emitir el sonido preciso, la nota necesaria en el momento adecuado.
Septiembre con violines, tocando la canción antigua de la alegría que no quiere dejar de ser lo que es, pura risa sin concesiones. El aire empuja bruscamente todo lo que se opone a su paso, hacia un lado, hacia los márgenes desiertos; las flores se empeñan en lucirse y se aferran a la pequeñísima porción de tierra que las gobierna; los pájaros piensan que su ciclo es eterno y agradable, un perpetuo cantar, un vuelo sin fin, para no alejarse del nido, del hogar, el lugar protegido. La luz no desiste en su afán por sobrevivir. Cada vez anochece antes y la pequeña música no se rinde; sigue sonando.
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