Sentidos
El pensamiento alegre es excepcional porque, bajo la costumbre de ver el mundo como tragedia, se orilla y se deja a un lado, como algo pasajero, fútil e insustancial
Hay algo ciertamente impredecible en estos últimos veranos. No se sabe cuál va a ser el umbral del calor, hasta que llega, con toda su ... fuerza y coge desprevenidas a las gentes. Tampoco se sabe muy bien cuál es umbral del dolor, a no ser que alguna prueba, la tortura o la enfermedad, lo señalen. Pero ¿quién piensa en la adversidad cuando los días son largos, la luz inmensa y el horizonte, una raya azul diáfana allá a lo lejos? La dicha brota de las rocas, como el agua inocente; llega de los manantiales fluidos, del mar insaciable. Es líquida y va llenando las cavidades del cuerpo y de la razón. Se llora de alegría, también muchas veces de tristeza. ¿Acaso son las mismas lágrimas cuando se ríe que cuando se llora? ¿Son las mismas gotas las que curan la sed y también las que ahogan?
El pensamiento alegre es un pensamiento excepcional, poco corriente, porque, bajo la costumbre de ver el mundo y su situación como tragedia, más que como farsa, se orilla y se deja a un lado, como algo pasajero, fútil e insustancial. El pensador por excelencia es un ser apesadumbrado, preparado para la muerte, más que para la vida, sumido en angustias existenciales y pilotando paradojas oscuras y lentas, como carruajes decimonónicos. Sin embargo, en verano, la claridad del cielo y la delgadez del aire, vuelven los pensamientos ligeros, como hojas de abedul, y hacen al ser transparente, como un cristal sencillo que deja ver el paisaje. Las ideas se ven, se palpan, se cogen, como los higos en sus higueras, como las bayas en sus zarzas, como la arena de la playa. Se pierden, asimismo, con la misma facilidad, y van dejando un rastro leve y suave, como el rumor de las estrellas al encenderse, el aroma de la noche cálida, los pasos que dudan si ir, venir o quedarse.
Los turistas abarrotan el espacio que se creía único; los peregrinos van pisando la tierra, con el respeto y el cuidado que se tiene hacia lo ajeno; los trotamundos apenas se quedan, justo el tiempo para reponer las fuerzas cansadas y reposar los sentidos del exceso: el ojo, impresionado tras contemplar bellezas no explícitas; el oído, saturado de músicas que apartan del ánimo toda ilusión pesada y profunda; los pies, perezosos, porque andar significa dejar atrás algo que, en un momento, se acogió con el fervor de las pasiones sobresalientes; el gusto, abotargado; el olfato, entrenado por la multitud de olores que saltan y bailan en la memoria. El cansancio, al fin, como un coro de niños.
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