Rosas
El corazón es una rosa que bombea pétalos de sangre; el corazón tiembla y late en la cercanía de lo desconocido y también ante lo inevitable
Hay espectáculos que nunca se olvidan, no fácilmente: un volcán en erupción, por ejemplo, lanzando bocanadas de fuego y humo al aire; una aurora boreal ... en el Ártico, la luz que resbala sobre el hielo y estallan cristales de colores que iluminan el contorno, el cielo preso en su inmovilidad; un urogallo, en un bosque asturiano cerrado, cantando al amanecer, delatando su presencia; una pareja de ballenas jugando y regodeándose en la superficie marina, a la vista de los espectadores absortos en su dicha; una ópera de Verdi en la Scala de Milán; el réquiem de Mozart...
Había rosas en el mar Cantábrico, en un ramillete, ya se sabe, Santurce, Bilbao, Portugalete, mansamente llevadas por la corriente, y atraídas a la orilla. ¿Serán los restos de alguna boda?, preguntaba la gente. «Puede que sean de un funeral», respondió alguien. Rosas de la memoria, rosas del olvido, rosas que un día nacen y otro mueren, rosas rojas insignias del valor, rosas amarillas, émulas del sol, rosas negras, preludio de algo trágico, irrevocable, como el destino aciago. Había rosas en el agua, lentas en su viaje líquido, demorándose en su letanía, apurando su tiempo breve y parco, yendo hacia la orilla, donde nadie las esperaba.
Así, la vida de los humanos, rosa fresca a la mañana, rosa marchita al atardecer, rosa deshecha a la noche, cuando toca rendir cuentas de lo que se hizo, de lo que no, cuando se dicen las verdades incómodas, las mentiras confortantes, la verdad de la mentira, la mentira de la verdad, el tenue sonido de las palabras que en la intimidad suenan sinceras y verdaderas, y lo son, como son los sucesos que apenas se repiten.
El corazón es una rosa que bombea pétalos de sangre; el corazón tiembla y late en la cercanía de lo desconocido y también ante lo inevitable. Ha llegado la primavera y con ella vendrán las rosas frescas y tibias, las rosas placenteras que se regalan los amantes y los amigos que estiman lo que tienen, rosas tempranas que alguien robará de algún jardín secreto. Las rosas en verano son otra cosa, un festival gracioso y volátil, una aventura sensorial, como partir en un buque y cruzar el Nilo, el Danubio, el Sena. Los ríos enseñan que nada se detiene, que todo tiene un fondo en el que podemos mirar, para conocernos y confesar como ante un espejo lo que preocupa y lo que no, lo que en algún momento tuvo importancia y luego aquello se fue, como iban las rosas sobre la superficie gris metálica de la ría, entrando en la ciudad.
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